Humo

By DhalyaSweet

30.8K 3.9K 9.4K

Más de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsd... More

Nota
Dedicatoria
Primera parte: Ciudad de las Sombras
Capítulo I. Un sueño cautivador
Recuerdo I. La puerta del muro
Anexo I. Monstruos en el bosque
Anexo II. La familia Schwarzschild
Recuerdo II. El Cuento del Bosque
Capítulo III. La familia no se elige
Recuerdo III. Primera prueba de valor
Capítulo IV. Dejarse llevar no cuesta nada
Capítulo V. Una grata sorpresa
Anexo III. La familia Schneider
Recuerdo IV. Dios te mira pero no te ve
Capítulo VI. Debería haber empezado por aquí
Recuerdo V. Humo en el comedor
Capítulo VII. Una mala noche
Recuerdo VI. El ángel
Recuerdo VII. ¿Dónde están esas estrellas?
Capítulo VIII. Una buena noche
Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa
Capítulo X. Ahora sí: aquí empieza
Recuerdo VIII. El demonio
Capítulo XI. Entre el Cielo y el Infierno
Recuerdo IX. Imaginaciones de un niño
Capítulo XII. El Limbo
Recuerdo X. Un niño gritaba
Capítulo XIII. La enésima reconciliación
Recuerdo XI. Darek
Capítulo XIV. Castigo
Capítulo XV. Colapso
Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa
Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras
Cuestionario 🕯️
Segunda parte - Prólogo
Capítulo 1. Enfrentarse a los demonios
Recuerdo 1. Las puertas que no deben abrirse
Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan
Recuerdo 2. Lo que no hay que conocer
Capítulo 3. En quien no se puede confiar
Anexo 1. Asalto al Infierno
Recuerdo 3. Observar aves
Capítulo 4. Viejas amistades
Recuerdo 4. El último funeral
Recuerdo 5. Cuidado con los lobos
Capítulo 5. El pretendiente de Elena Fürst
Capítulo 6. Almas gemelas y otros cuentos

Capítulo II. Vieja amistad

1.3K 151 565
By DhalyaSweet

Junio, 341 después de la Catástrofe

Si hubiese sabido que era él, nunca le habría abierto la puerta. Pero no tenía mirilla, así que tuve que afrontar su visita.

—¿Qué quieres? —saludé a David, quien había tenido la cortesía de venir a preguntarme cómo estaba.

En cuanto salí a la luz, mi imagen debió impactarle notablemente, pues se quedó unos segundos mirándome con pasmo e inquietud, al principio todo el rostro y luego de la cabeza a los pies.

—¿Qué te ha pasado?

No le respondí.

—¿Podemos hablar? —insistió él.

—Estoy muy ocupado.

—Aún vas en pijama.

—Iba a ponerme a trabajar justo cuando has llamado.

—Está bien, ¿me puedes decir una hora en la que no estés ocupado?

—Tengo que revisar mi agenda.

David frenó la puerta con el pie a tiempo antes de que le pudiera cerrar en las narices.

—Oye, Mikhael, bastante me ha costado ya venir hasta aquí y volver a hablar contigo. A mí tampoco me hace mucha ilusión, pero es importante.

—¿Y qué es lo que le urge tanto al dignísimo y distinguido señor Schwarzschild como para molestarse en mover el culo hasta mi taller? —pregunté con interés.

—¿Me puedes dejar pasar, por Dios, o tengo que echar la puerta abajo?

Me retracté. Abrí la puerta y lo invité a entrar con un gesto vago.

David caminó por delante de mí por el pasillo de la entrada, con pasos inseguros, observando todo a su alrededor. La casa estaba limpia: Vanda limpiaba el suelo una vez a la semana. Pero el desorden era evidente. Y no porque las cosas no estuvieran en su sitio, todo lo contrario: lo tenía todo perfectamente organizado. Pero había demasiadas cosas. Para el resto de la humanidad, digo: a mí no me molestaba en absoluto, y a Vanda tampoco. Bocetos colocados por donde podía luchaban entre sí por un trozo de pared, pero todas mis mesas estaban ocupadas de herramientas y pruebas con arcilla, así que no tenía otro remedio que colocarlos allí y allá si quería tenerlos a la vista.

Caminamos esquivando las herramientas tiradas en el suelo y David procuró no tropezar con una estantería de aspecto endeble repleta de frascos apilados que contenían materiales extraños y colores diversos. Al lado de la entrada de la cocina encontró un esqueleto humano con un abrigo colgando del hombro y, con expresión de asco, procuró entrar sin acercarse mucho. La cocina al menos estaba decente. Era el espacio sagrado de Vanda y yo se lo respetaba.

Lo invité a sentarse y le puse una taza de té frío. Yo me quedé plantado con las lumbares apoyadas en la encimera.

—¿Cómo puedes vivir así? —preguntó sin tapujos. Ni siquiera había prestado atención a su té—. ¿Qué te ha pasado, tío?

Lo miré con severidad. No podía creer que me hiciera esa pregunta.

—¿Cómo que qué me ha pasado?

—Sí. Esto parece la casa de un loco. Me... —dijo mientras señalaba el espacio—. Me preocupas.

Solté una carcajada con desdén.

—Esto es mi lugar de trabajo, lo tengo tal y como me hace falta que esté. No necesito una mansión como la tuya para considerarme una persona cuerda.

—Oye, no saques cosas que yo no he dicho. —Lo miré tajante y David se rindió—. En fin, no he venido a discutir. ¿Qué es de tu vida?

Me encogí de hombros y le volví a mostrar mi espacio con un ademán.

—Ya lo ves, soy escultor. Estoy haciendo lo que siempre he querido —dije como si ni yo mismo me creyese lo que acababa de afirmar.

—Me alegro por ti. De verdad —dijo con un tono apagado, observando el entorno. Su expresión delataba la inquietud que sentía allí encerrado. Hubiese sido mejor llevarlo al jardín. Yo tampoco me sentía cómodo dejando que viera mi espacio personal. Era la primera vez que sentía, en el fondo, que tal vez tenía un problema, que mi vida no era tan satisfactoria. Aunque estuviésemos peleados, su opinión era importante para mí.

Entonces suspiró y volvió a dirigirme la mirada.

—¿Y cómo te encuentras? Dime la verdad.

Sus ojos azules me escrutaron y me sentí presionado y expuesto. El reflejo de la ventana me mostraba un hombre acabado, con la piel cansada y los párpados hundidos bajo una mata de cabello que semiocultaba su rostro, y una barba dejada tras la que se escondía de sí mismo. ¿De verdad mostraba tan mala imagen?

—Estoy bien. —Me encogí de hombros—. No me puedo quejar. ¿A qué has venido? Tengo mucho trabajo que hacer.

David cogió su taza de té y miró el líquido sin intención de bebérselo. Pensé que estaba meditando si debía mandarme al parque o no. Probablemente era lo que me merecía.

—Gabrielle y yo vamos a ser padres —dijo sin despegar la vista de su taza—. Quería que lo supieras.

La noticia me dejó sin palabras. Me hizo pensar en cómo de rápido había pasado el tiempo. La última vez que los vi éramos tres jóvenes con veintidós, recién titulados y con ganas de comernos el mundo. Pensé que cuando terminara mis estudios de ingeniería militar mi vida daría un vuelco y la independencia económica me permitiría vivir bien. Él y Gabrielle llevaban juntos desde los dieciséis, pero los tres éramos amigos desde los ocho años. Y ahora con treinta y cuatro nuestras vidas se habían establecido: ellos iban a tener un hijo, a pesar de que Gabrielle siempre decía que no tenía pensado ser madre; yo, en cambio, ¿qué había conseguido? Habían pasado doce años de mi vida carentes de sentido.

—Enhorabuena. Ahora vete de mi casa.

David dejó su taza sobre la mesa con un golpe seco y el té se derramó por los bordes. Ahí se le había acabado la paciencia. Me miró con la mandíbula apretada y presionando las cejas contra sí, para que viera lo enfadado que estaba.

—Me da igual cómo te pongas, no pienso pedirte disculpas por lo que dije porque lo hice por ti, y me enerva que no seas capaz de verlo. Sabes que esa persona te estaba hundiendo la vida. Yo te defendí hasta la muerte. Si no hubiese sido por mí, te habrías suicidado tú en vez...

—Vete, no me interesa. —Me afané en salir de la cocina y señalarle el camino hacia la puerta. Por fuera me mantuve sereno, pero me encontraba a punto de perder los nervios.

—No me pienso ir de aquí hasta que no aclaremos las cosas.

—Está bien, quédate aquí.

Agarré con firmeza mi bastón y me dirigí al taller. Escuché su silla arrastrarse por el suelo de la cocina y los pasos de David acercándose a mí.

—No hemos terminado de hablar. —Se puso frente a mí y cruzó los brazos.

—Yo sí. —Intenté apartarlo de mi camino, pero me cogió del brazo. Lo miré desafiante. Él mantenía su ancha presencia invadiendo mi espacio. Y continuamos enfrentados hasta que le dije:

—Me haces daño.

Y entonces David me soltó, pero no se apartó de mí. Y con su frente a medio palmo de la mía, continuó:

—¿Sabes qué? Cualquier otra persona ni siquiera se hubiese molestado en hacer las paces contigo. Pero yo he venido hasta aquí porque me importas. Y tú lo sabes, y estás intentando hacer que me sienta culpable de algo. Si lo que quieres es que me arrodille y suplique tu perdón, no vas a conseguirlo. Pero me voy a disculpar. Siento haber hecho que se diera cuenta de que era una persona detestable y se le ocurriera acabar con su vida, y siento haberme preocupado por ti y haber evitado que siguiera envenenándote. Y sobre todo siento que me importes tanto como para venir a sacarte de esta mierda de vida en la que te has metido tú solo. Que cada vez que escucho tu nombre me entran ganas de sacarte de los pelos de esta casa, pero entonces me acuerdo de cuando me dijiste que era un intolerante y que no tenía derecho a dirigir tu vida y, ¿cómo era? Ah, sí, que era un manipulador como mi padre —dijo asintiendo para confirmarlo—. Despiértate, joder. La gente empieza a pensar que Vanda ha enterrado tu cadáver en el jardín y que es ella quien hace las esculturas en tu nombre. Gabrielle está preocupada, te echa de menos y le duele no saber si estás bien o si al menos sigues con vida. ¿Sabes qué me dijo? Que si no venía a hacer las paces contigo algún día sería tarde, y tiene razón, tío. A mí también me duele estar así por una riña tonta de hace ya tanto que ni me puedo acordar. Y no me voy a quedar de brazos cruzados hasta que decidas que ya ha pasado suficiente tiempo para dejar de estar enfadado.

Intenté hablar de todas las maneras posibles, pero cuando David empezaba a soltar un discurso, no dejaba espacio a la participación de los demás.

—Tú tenías mucho futuro, tenías que haber llegado a Director de Ingeniería Militar, y mírate, vives rodeado de basura. No me interrumpas, es la verdad. Sí, ya veo que son dibujos, pero todo esto da miedo, tío. Tú eras organizado hasta para los calcetines. Esto no es propio de ti, te has convertido en otra persona. ¿Me quieres escuchar? —David me agarró el brazo para que no me fuera. La garganta me dolía y quería irme antes de que la emoción se me notara—. Si vas a llorar yo voy a llorar contigo, tío, porque eres mi hermano. —Su voz se había deformado, y verle con los ojos húmedos había sido el detonante para acabar de tocar fondo.

David me abrazó y actué del mismo modo, por inercia, apretando mis puños contra su jersey con una rabia insoportable. Me sentía débil y cansado. Los brazos me pesaban, las piernas me temblaban. Las lágrimas me humedecieron la barba. Lloré en silencio mientras David no dejaba de berrear algo que a veces entendía y a veces no.

—Hace unos días murió un hombre de mi pelotón, los demonios nos atacaron, y yo lo dirigía. No puedo dejar de pensar en ese hombre. Quién sabe si tenía un amigo con el que se había peleado, y ahora ha muerto sin hacer las paces con él. La vida es tan tonta que un día estás vivo y al otro ya no. Y yo no quiero seguir enfadado contigo, tío. No quiero —dijo con la voz temblorosa y me abrazó mucho más fuerte. Estrujé su camisa para liberar la impotencia que sentía una vez había entrado en razón. Menudo drama.

Vanda entró. Ni siquiera habíamos oído la puerta, y ella no era una persona que entrara en casa sin que te dieras cuenta.

—¿Qué coño estáis haciendo?

Nos despegamos del susto y nos limpiamos las lágrimas en el acto. Evité girarme para que no me viera, aunque era bastante evidente.

—Creo que se me ha metido algo en el ojo —dije frotándome el párpado y me sorbí los mocos. Me fui a la cocina y me enchufé un cigarro frente a la encimera.

David entró a continuación, cargado con la bolsa de comida que había traído Vanda. La dejó en la mesa y me miró, pero yo evité el contacto.

—¿Vendrás a cenar este sábado? Estáis los dos invitados.

Asentí.

—Bien. Me alegro de verte, tío. De verdad. —Dicho esto me tocó el brazo, como si volviéramos a ser amigos.

Cuando David se fue, Vanda se colocó frente a mí y me miró con los brazos en jarra y la barbilla levantada, exigiendo una respuesta, pero yo la ignoré mientras seguía fumándome mi cigarro.

—¿Puedes decirme qué ha pasado?

—Nada. Nos ha invitado a cenar —dije y di una calada.

—¿Y toda la escenita a qué venía?

—Ha venido a hacer las paces, eso es todo.

Vanda pareció conformarse con eso. Resopló con alivio y se sentó en la mesa. Luego me robó un cigarrillo de la pitillera y me pidió con un gesto tajante que se lo enchufara. Entonces eché la ceniza en el fregadero y me senté con ella.

—Así que vamos a cenar en la mansión Schwarzschild. Nos tendremos que poner guapos. Vas a tener que comprarte un traje o algo mínimamente decente para salir, ¿no?

—No me agobies, ¿vale?

—Y esa barba se va fuera.

—No te metas con mi barba —dije señalándola con el dedo.

—No me lleves la contraria. Te vas a afeitar y vas a acudir decente, que es una casa de señores. Esta tarde salimos a comprar un traje donde lo de Schneider. Ya va siendo hora de que te relaciones con gente.

No respondí, no me apetecía pelear con ella. Tal vez había llegado el momento de rendirme. Todo a mi alrededor insistía en que tenía que actuar de una vez. Las pesadillas me lo indicaban, la sensación de vacío existencial era una señal. Tal vez debía hacer caso a la doctora Elizabeth, a David y a Vanda y comenzar a tomar contacto con el mundo exterior de nuevo.

No pude dejar de pensar en las palabras de David ni siquiera mucho después de que se hubiese ido y de haber retomado mi trabajo. Había estado viviendo medianamente bien con mi indiferencia. Los días podían ser todos grises, pero qué más daba.

David destrozó mi monotonía con sus argumentos razonables como el que mata una cucaracha a golpe de talón, y me obligó a pensar en mi vida como si yo fuese un soldado bajo sus órdenes y no tuviera más remedio que acatarlas. Tantos años aguantando, tantos años olvidando, tanto esfuerzo invertido en convivir con mis demonios encerrados. Y una puñetera discusión de diez minutos lo había echado todo al traste. Ahora no tenía más remedio que darme cuenta de la realidad. David había dicho que había desaparecido del mundo; puede que fuera verdad. No podía recordar nada más allá de los veintidós años: todo lo sucedido a partir de pocos días después de aquel evento desafortunado quedaban borrosos.

Apenas podía pensar en algún momento sin importancia, y lo único que podía venirme a la cabeza eran las discusiones mantenidas con Vanda. El día que recibimos la invitación a la boda fue la pelea más cruda. Vanda intentó hacerme entrar en razón y yo me negaba aun con todas sus amenazas. Al final ella se fue sin mí, y me prometió que no volvería a pisar esta casa, y que iba a morirme solo aquí encerrado.

Pero entonces me encontraba en un estado de apatía e inconsciencia, y ahora comenzaba a darme cuenta de lo que pasaba, como si aquellos hechos hubiesen sido reservados para manifestarse todos juntos algún día; miles de sombras que se empujaban unas a otras para intentar salir al mismo tiempo por una puerta diminuta. Y las dejé ir porque ya no podía más; porque habían excedido mi capacidad.

El humo no se dispersa hasta que no se abre una ventana.

Continue Reading

You'll Also Like

1.2K 122 23
✰𝚎𝚗 𝚎𝚜𝚝𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚜𝚎 𝚝𝚛𝚊𝚝𝚊 𝚍𝚎 𝚞𝚗 𝙰𝚙𝚘𝚌𝚊𝚕𝚒𝚙𝚜𝚒𝚜 𝚣𝚘𝚖𝚋𝚒𝚎 𝚢 𝚞𝚗𝚘𝚜 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚜𝚘𝚋𝚛𝚎𝚟𝚒𝚟𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎𝚜...
6.7K 946 15
MC enfrenta un dolor indescriptible y una culpa que la carcome al enterarse por Alan Bloomgate que la mina se ha incendiado sin dejar sobrevivientes...
2K 339 20
Simone, una adolescente en su último año de instituto, siempre tuvo un arma infalible con la que convencer a su hermano mellizo. Así fue como ambos...
155K 5.8K 58
Luna y Matteo dos personas de mundos distintos pero algo les une el amor pero sera lo suficiente para unirlos?