Habían pasado tres días desde que Kohaku y Rin discutieron. La chica había seguido esperando a Kohaku a la misma hora en el mismo lugar, teniendo fe en que él vendría, aunque sólo fuera para decirle que ya no quería seguir entrenándola. No obstante, pasaban los días y Kohaku no había vuelto a aparecer y eso le daba pena. Pena y enfado. ¿Por qué se empeñaba Kohaku en dejar las cosas así, de mala manera? ¿Tanto le había molestado su rechazo? La verdad es que le costaba creerlo. Rin conocía a Kohaku desde muy niña y lamentaba profundamente que las cosas hubieran de acabar de esa forma. Pero era él quién estaba complicando la situación hasta colocar su amistad en un punto difícil en el que sería casi imposible reconciliarse. Rin quería verlo y explicarle por qué no podía amarlo. Quería hacerle entender que no es que no lo valorara, que no es que no le quisiera. En realidad, sí había sentido algo intenso por él, pero al ir más allá, había descubierto a quién amaba en realidad, y todo lo que su corazón anhelaba era estar con esa persona, estar con el señor Sesshmaru.
- ¡Ojalá Kohaku pudiera entenderlo! – pensó Rin en el prado, sola, esperándole, pero él no apareció, ni aparecería.
* * *
- Trae esas dos cestas, Rin; una sola no bastará – le pidió Kagome, la hermosa mujer casada con Inuyasha, el hermano menor de Sesshomaru.
- ¡En seguida! - se apresuró la joven.
Un par de metros más allá vieron a la valiente Sango, esposa del monje Miroku, que venía también con una cesta hecha con cuerda.
- Hola, chicas – las saludó – Esperadme un momento.
- ¿También vas a por plantas medicinales? – preguntó Rin, extrañada, cuando Sango llegó a su altura.
- No – rio la mujer – Voy a por frutas. Pero se llega por el mismo camino, así que, os acompaño.
Kagome y Rin sonrieron y las tres echaron a andar.
- ¡Ay! ¡Mi marido me vuelve loca! – comentó Kagome cuando llevaban ya un rato caminando – Últimamente no hace más que pedirme que le cocine comida de mi época. ¡Puff! Ya no sé qué más platos hacerle. Se me ha agotado la imaginación.
- ¡Jajaja! – rieron Sango y Rin a la vez. Inuyasha nunca cambiaría.
- Al menos tu marido se controla – respondió Sango, parándose un momento a descansar. Las otras dos la imitaron – Yo entreno cada día a algunos de los guerreros de la aldea, y encima tengo que vigilar que Miroku no moleste a las jovencitas del pueblo. ¡Siempre se comporta como un viejo verde!
Rin sonrió pensando en lo mucho que se divertía en la aldea. En realidad, vivir allí no estaba tan mal. Esa gente la cuidaba como si fuera su verdadera familia. Tenía casa, comida, amigos y estaba aprendiendo un oficio. Pero tenía un gran defecto... no estaba él.
- Y dime, Rin – preguntó de repente Kagome, cambiando de tema - ¿Qué tal con los chicos de la aldea? ¿Has escogido ya?
Rin bajó la mirada, incómoda, y empezó a jugar con el pie con una piedra que había en el camino.
- Pues... - titubeó – En realidad no.
- ¡Oh! ¿Y eso? – Sango también parecía estar interesada.
Rin alzó la vista y las miró a las dos, sopesando si debería contarles sus verdaderos sentimientos hacia el señor Sesshomaru.
- Pues... - seguía dudando – No he escogido porque... no quiero casarme con nadie – dijo al fin. Al menos podría decirse que les había contado parte de la verdad.
Las dos mujeres la miraron incrédulas.
- ¡¿Quéee?! – exclamaron ambas - ¿De verdad no quieres casarte? – continuó diciendo Sango - ¿Pero por qué?
- ¿Y bien? – inquirió Kagome - ¿Cuál es el problema?
- Pues que ningún chico de la aldea me llama la atención. Eso es todo – Rin se cruzó de brazos y fingió indiferencia.
- ¿Ninguno, ninguno? – insistió Sango, incrédula.
- Ninguno – sentenció Rin – Hay alguno que me parece guapo pero no simpático, otros son algo engreídos, otros vagos y apenas trabajan. No hay ninguno que conecte conmigo.
Las dos mujeres se miraron un instante con complicidad.
- ¿Y Shippo? – preguntó Kagome guiñándole un ojo – Os lleváis muy bien, ¿no es así?
Rin se sonrojó un poco.
- Sí, nos llevamos bien, pero no hay nada más que amistad. Eso puedo asegurarlo.
- ¡Jajaja! – rieron ambas – En realidad, sólo lo decíamos para picarte – dijo Sango en tono de broma – Se nota que a él le gusta esa chica rubia que siempre pulula por la plaza. ¿Cómo se llamaba? Mmm... Yani... Iusa... Yenna...
- ¿Yuki?
- ¡Esa! – exclamó – Los hemos visto pasear juntos varias veces. A ella aún le faltan dos años para los dieciocho, así que tiene tiempo de sobra por si cambia de opinión, pero por lo que parece, acabarán juntos – y le dio un codazo amistoso a Kagome - ¿No crees?
- Sí, sí. Sin duda.
- Bueno – continuó diciendo Sango – Al menos ahora puedes conocer a otros jóvenes como tú.
- ¿Qué quieres decir? – quiso saber Rin.
- Me refiero a que antes, cuando viajabas con el señor Sesshomaru, no tenías la oportunidad de relacionarte con nadie más que él, A-Un y Jaken. De esa forma era imposible que te enamoraras de alguien. ¿De quién ibas a hacerlo? ¿Del caballo? ¡Jajaja! Pero ahora en la aldea tienes donde elegir.
Al oír esas palabras, Rin apretó los puños. Sabía que Sango no lo había dicho para herir sus sentimientos, porque no los conocía, pero le había dolido igualmente. Sesshomaru... ¿por qué nadie se los podía imaginar a ellos dos juntos? ¿Acaso era porque él era frío y ella, alegre? ¿Porque él era serio y distante? ¿Porque odiaba a todos los humanos menos a Rin? ¿Porque era décadas mayor que ella y un demonio mientras que Rin era joven y humana? ¡Qué más daría todo eso! No era más que una máscara, una oscura máscara para proteger su corazón. Rin siempre había sabido que Sesshomaru, tras esa coraza, también era capaz de amar.
Rin desvió la vista de Sango e intentó no pensar en sus últimas palabras.
- Por cierto – comentó Rin cuando las tres ya casi habían llegado al lugar donde estaban los frutos y las plantas medicinales – Sango, ¿sabes algo de tu hermano Kohaku? Hace días que no lo veo.
- Se ha marchado de nuevo.
- ¡¿Qué?! – exclamó Rin, sorprendida - ¿De la aldea?
- Sí – asintió la mujer – ¿No te lo ha dicho? Pensaba que erais amigos.
- Y lo somos. Pero... - la joven recordó la noche en que las cosas entre ellos habían cambiado y se mordió el labio. Hablarle de ello a su hermana mayor no le parecía apropiado. Primero porque Rin, a pesar de todo, apreciaba al chico, y además, sería injusto que ella se quejara del muchacho a sus espaldas. Así que prefirió callar – Se le habrá olvidado – dijo al fin.
- No te preocupes – la animó Sango – Me dijo que volvería muy pronto. Tan sólo tenía que arreglar un par de asuntos.
- ¡Ah!
Esas palabras tuvieron un doble efecto sobre Rin. Por un lado, se alegraba de saber que al fin podría aclarar las cosas con Kohak, pero por otra parte, tenía miedo de que éste no quisiera ni escucharla o peor aún, que le confesara que seguía queriendo casarse con ella. No sabía qué hacer. No tenía ni idea. Cerró los ojos por un instante y respiró profundamente. Tendría que ser valiente y afrontar los problemas como vinieran. Y entretanto, debía buscarse un nuevo maestro. Alguien que estuviera dispuesto a enseñarle a usar un arma.
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Soy una tardona, lo sé. Por eso el capi de hoy es un poco más largo. El siguiente se llama "La fuerza del corazon". Besos <3 Subo el miércoles