Abrió la puerta lentamente debido al temor que sentía de ver a su amado Kakyoin. Si bien le habían dicho que no se trataba de nada terrible, no sabía con que se iba a encontrar, estaba siendo demasiado paranoico al parecer.
Una vez vio a su amado pelirrojo recostado en la cama sin señales de tener algo grave, respiró aliviado y satisfecho, él estaba bien.
—¿Qué haces aquí?— preguntó algo sorprendido y exasperado Kakyoin a penas le vio entrar.
—Tu mamá me llamó...— respondió el mayor cerrando la puerta y caminando hasta una pequeña silla que estaba al lado del pelirrojo- ¿qué fue lo que te pasó?
—Tú— respondió con la voz entrecortada —eso me pasó.
Kakyoin le miraba con mucha tristeza, y aunque le alegraba demasiado que Jotaro estuviese ahí con él, su cabeza le decía que debía mantenerse firme en no hacérselo notar. No se lo merecía.
—Kakyoin... yo...— el ojiazul bajó la mirada en señal de tristeza, estaba muy arrepentido de su actuar —lo siento...
Acto seguido, tomó una de las manos del menor y la sujetó fuertemente con la suya. Le daba mucha tristeza ver a Kakyoin conectado a tantas máquinas, más aun porque sabía que él había sido el causante de todo lo ocurrido.
—¿Sabes lo que me hace sentir peor? que tuviera que pasar esto para que vinieras a disculparte conmigo...
El menor no tenía idea de las intenciones de Jotaro por disculparse con el esa mañana, claro, como iba a saberlo después de la golpiza que le otorgó a Dio, no era algo fácil de deducir.
—Eso no es cierto, Kakyoin... yo quería hablar contigo desde la mañana, pedirte perdón por lo que pasó ayer...— suspiró —pero las cosas se salieron un poco de control.
—No sabes como me gustaría creerte, Jotaro— respondió el menor —pero no puedo. Has estado tan extraño últimamente...
—Lo sé, sé que he actuado mal, de verdad... pero estoy arrepentido, te lo juro.
Jotaro nuevamente lo miraba con esos ojos brillosos que no le mentían nunca. Quería creerle, de verdad quería, pero no podía... no después de todo lo que había pasado.
—¿Por qué me seguiste hasta el cine— preguntó intrigado el pelirrojo, si era verdad que estaba arrepentido, que le dijera las razones del por qué actuó así.
—Polnareff me contó que los oyó a tí y a Dio hablar al respecto y bueno... le pedí que me acompañara hasta allá.
—¿Y eso es justificación suficiente?— el menor se cruzó de brazos esperando una respuesta coherente.
—Sé que estuve mal... no debí hacerlo.
—Pero lo hiciste— dijo en seco Kakyoin —y para peor fuiste muy grosero con Dio.
—¿Por qué lo defiendes tanto?— preguntaba el mayor sintiendo muchos celos, le hervía la sangre pensar en Dio y sus intenciones con su amado Kakyoin.
—No lo estoy defendiendo, Jotaro... solo estoy siendo justo, no confundas las cosas.
—No las estoy confundiendo, Kakyoin. Ese tipo tiene otras intenciones contigo... y yo... n- no pude soportarlo— tuvo que admitirlo, no tenía sentido ocultarlo más, porque a menos que fuera un psicópata, no se justificaba su actuar de otra manera que no fueran celos.
—¿Sentiste celos?
—Si...— el mayor bajó la mirada en señal de vergüenza, su rostro se había puesto casi tan rojo como el cabello de Kakyoin al admitir abiertamente sentir celos.
—Entonces... ¿por qué me alejaste de ti en primer lugar?
—Jamás pensé que te acercarías tanto a él...— respondió el mayor.
—Yo puedo hacer lo que quiera Jotaro... total... no somos nada— dijo el menor con un dejo de tristeza, nuevamente recordando las palabras de Jotaro.
—Eso no es cierto y lo sabes...— estaba arrepentido de lo que dijo la noche anterior, no quería realmente causar ese efecto en el menor.
—Si eso es cierto, ¿por qué inventabas excusas cada vez que podías para que no nos viéramos? si eramos 'algo', no tendrías por qué alejarte de mi, todo lo contrario.
—Porque tenía miedo... entiéndeme....— suspiró.
—¿Como quieres que entienda que te importa más la opinión del resto que estar conmigo? ¿a quien supuestamente amas?
El mayor no pudo responderle a Kakyoin. Era cierto que lo amaba, lo amaba como jamás creyó amar a alguien, pero también tenía mucho miedo a las burlas de las personas en la universidad, y lamentablemente, eso le pesaba más que el inmenso amor que le tenía al menor.
—Sé que te debo una respuesta, Kakyoin, pero antes de eso sácame de una duda, ¿sí?
—De acuerdo— dijo el menor acomodándose bien en la camilla y escuchándolo atentamente.
—Tu...— tragó su espesa saliva antes de continuar —tú y Dio...
—Otra vez con lo mismo, Jotaro— el menor suspiró agotado, no era precisamente la pregunta que esperara responderle —ya te dije que no es algo que te importe.
—Por favor... necesito saberlo..— rogaba con desesperación el mayor.
—¿Para qué? ¿me vas a creer si te lo digo? lo más probable es que no, y en caso de decirte que sí, lo primero que harás será correr tras Dio para enfrentarlo otra vez.
Tenía razón. Fuera cual fuera su respuesta el mayor reaccionaria mal, y lo que menos necesitaba ahora era alterarse nuevamente.
—Si vamos a comenzar a hablar de eso honestamente no tengo ganas, prefiero que te vayas.— dijo el menor a través de un suspiro, aun cuando no recibiera respuesta al por qué Jotaro lo había alejado de él. No tenía ganas de discutir ese asunto, y si bien ansiaba tener al mayor a su lado (ya que era primera vez en mucho tiempo que lo tenía tan cerca) no era lo correcto, debía pensar en él también. Si no fuera por los calmantes que le dieron estaría nuevamente en estado de crisis.
—Pero... no hemos terminado de hablar...— el mayor quería respuestas, necesitaba saber qué había pasado esa noche con Dio, sin embargo no estaba logrando obtenerlas.
—No hay nada más que hablar. Ayer me dejaste bien claras las cosas... la verdad ni sé por qué viniste en primer lugar.
Sus palabras sonaban tan frías, tan decepcionadas que el ojiazul sintió nuevamente un escalofrío recorrerle el cuerpo. Ahora de verdad comenzaba a temer que esto no tuviera arreglo.
—Jotaro...
Las palabras de Kakyoin fueron interrumpidas al instante en que sintió los labios de Jotaro posarse sobre los suyos. Ambos se extrañaban, eso era un hecho, y aquel beso no impidió a Kakyoin volver a sentir esa corriente eléctrica que con Dio no pudo sentir.
Se aferró al cuello del mayor con fuerza y solo siguió aquel beso que tanto estaba necesitando. Hace tiempo que no sentía los labios del mayor sobre los suyos, y por un momento logró olvidarse de todo.
Jotaro también extrañaba esos dulces labios del pelirrojo, extrañaba sentirlo a él y su característico aroma a cerezas, y de no ser porque estaban en una clínica habría llegado más lejos.
En ese instante le daba lo mismo si alguien entraba y los veía besarse. Solo estaba concentrado en ese beso que tanto estaba disfrutando, y que a medida que pasaban los minutos, se hacía más y más intenso.
—N-no...— musitó el menor casi de manera inaudible, separándose lentamente de los labios ajenos.
—¿Por qué no?— decía el mayor con la respiración agitada, necesitaba volver a besar esos labios.
—No te aproveches de lo que siento por ti para lograr tus objetivos— dijo Kakyoin bajando la mirada en señal de vergüenza, había caído rendido a los besos de Jotaro, siendo que sentía que debía mantenerse firme en no hacerle caso.
—No me estoy aprovechando... yo te am...
—Basta— el menor lo interrumpió antes de que continuara, los calmantes comenzaban a hacerle efecto y estaba sintiéndose algo mareado y adormilado, lo cual hizo notar al sujetar su cabeza con una de sus manos, en señal de molestia. —vete, por favor...
—¿Estás bien?— preguntó el mayor haciendo caso omiso a la petición de Kakyoin.
—Estaré bien cuando te vayas.
Dicho esto último, Jotaro entendió que quizá era momento de marcharse. No quería molestar a Kakyoin, menos en su estado.
Esperaría a que se encontrara mejor para hablar con él... si es que lo aceptaba.