Humo

By DhalyaSweet

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Más de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsd... More

Nota
Dedicatoria
Primera parte: Ciudad de las Sombras
Capítulo I. Un sueño cautivador
Recuerdo I. La puerta del muro
Anexo I. Monstruos en el bosque
Anexo II. La familia Schwarzschild
Capítulo II. Vieja amistad
Recuerdo II. El Cuento del Bosque
Capítulo III. La familia no se elige
Recuerdo III. Primera prueba de valor
Capítulo IV. Dejarse llevar no cuesta nada
Capítulo V. Una grata sorpresa
Anexo III. La familia Schneider
Recuerdo IV. Dios te mira pero no te ve
Capítulo VI. Debería haber empezado por aquí
Recuerdo V. Humo en el comedor
Capítulo VII. Una mala noche
Recuerdo VI. El ángel
Recuerdo VII. ¿Dónde están esas estrellas?
Capítulo VIII. Una buena noche
Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa
Capítulo X. Ahora sí: aquí empieza
Recuerdo VIII. El demonio
Capítulo XI. Entre el Cielo y el Infierno
Recuerdo IX. Imaginaciones de un niño
Capítulo XII. El Limbo
Recuerdo X. Un niño gritaba
Capítulo XIII. La enésima reconciliación
Recuerdo XI. Darek
Capítulo XIV. Castigo
Capítulo XV. Colapso
Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa
Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras
Cuestionario 🕯️
Segunda parte - Prólogo
Capítulo 1. Enfrentarse a los demonios
Recuerdo 1. Las puertas que no deben abrirse
Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan
Recuerdo 2. Lo que no hay que conocer
Capítulo 3. En quien no se puede confiar
Anexo 1. Asalto al Infierno
Recuerdo 3. Observar aves
Capítulo 4. Viejas amistades
Recuerdo 4. El último funeral
Capítulo 5. El pretendiente de Elena Fürst
Capítulo 6. Almas gemelas y otros cuentos

Recuerdo 5. Cuidado con los lobos

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By DhalyaSweet


Mayo, 323 después de la Catástrofe

Por la noche nos reunimos en el cementerio como habíamos acordado. Saltamos el muro y nos escondimos en unos arbustos cercanos a la entrada para poder ver a Christopher y Eden cuando llegaran. La densa niebla nos ayudaba a cubrirnos, quizá generándonos demasiada confianza.

—Gabrielle —la llamó David en voz baja—, ¿entonces no piensas casarte nunca?

Puse los ojos en blanco, aquel no era el mejor momento para ligar. Ella se quedó algo descolocada por la pregunta.

—Supongo, si encuentro a la persona adecuada. La cuestión es que me casaré tendré hijos si yo quiero, no porque los demás me digan que es lo que tengo que hacer. Pero para mí la prioridad es tener una carrera profesional. Y el que quiera casarse conmigo tiene que respetarlo.

—Entonces, ¿ese es tu tipo de «persona adecuada»?

—Bueno, supongo que sí...

—A ver, ¿podéis hablar más bajo? —susurré—. ¿O queréis que nos descubran?

David hizo una imitación de mi reprimenda con la mano y le di un codazo.

Estuvimos esperando alrededor de una hora, aburridos y exhaustos. Ni David ni yo habíamos dormido la noche anterior y debía de ser la una de la madrugada. Estaba tan cansado que en cierto momento empecé a preguntarme por qué hacía todo aquello. Lo único que me importaba en ese momento era poder dormir tranquilo en una cama mullida, y no estar pasando frío entre tumbas y piedras que se me clavaban en las rodillas.

Pero cuando aparecieron sentí que había valido la pena la espera. Escuchamos chirriar la puerta de hierro de la entrada y luego unos pasos pisando la tierra pedregosa del camino.

David nos advirtió con aspavientos que ni se nos ocurriera hacer el mínimo ruido y, al ver al grupo, entendimos por qué. Zafiro les acompañaba. El demonio de cabello azul era capaz de detectar el sonido más sutil en la distancia. Si Zafiro nos escuchaba hablar, o movernos de una forma que pudiese delatar nuestra presencia, no solo nos llevaríamos un castigo, como mínimo, sino que se habría terminado nuestra sesión de espionaje y con ello nuestra última oportunidad de entender lo que estaba pasando.

Así pues, esperamos a que se alejaran lo suficiente como para que nuestros movimientos sutiles pudiesen ser percibidos como sonidos corrientes de la noche, camuflados por el viento y amortiguados por la niebla, y los vimos marcharse por el pasillo de gravilla flanqueado por largos y enjutos árboles cipreses.

Pese a la escasa visibilidad que nos permitía la niebla, sabíamos adónde se dirigían. Y puesto que habíamos ido a la tumba de Mark Hammer aquella misma tarde, nos acercamos sin titubeos, poco a poco, dando pasos cortos solo cuando el sonido del viento pudiese amortiguar nuestras pisadas, hasta llegar a un punto en el que conseguimos vislumbrarnos. Los dos hombres que les acompañaban la noche anterior cavaban la tierra y extraían el ataúd.

Esperamos inmóviles a que terminaran y se fueran con el ataúd para poder salir del cementerio sin que se percataran de nosotros. Ya habíamos visto lo que teníamos que ver, habíamos confirmado que extraían los cuerpos de los soldados fallecidos por algún motivo, y que luego los llevaban al Subsuelo a través de la entrada en el despacho. Pero no podíamos seguirlos más allá, puesto que no sabíamos con qué nos encontraríamos, ni si podríamos observarlos sin ser vistos.

De pronto, escuchamos unos golpes. Los hombres tuvieron que soltar el ataúd ante la sorpresa, y sin apenas tiempo para reaccionar, la caja explotó de alguna forma y salió de ella una silueta monstruosa.

Un rugido nos hizo estremecer y, con un sobresalto, Gabrielle se agarró con firmeza de David y yo tropecé en un mal paso hacia atrás y caí al suelo. Aun así, distinguí la sombra de aquella masa abalanzarse sobre la frágil figura de Eden y un grito desgarrador. La estela fugaz de Zafiro atravesó el espacio que lo separaba de la bestia y con un gesto veloz le torció el cuello y cayó muerto al suelo.

Eden, entonces, emitió sollozos de dolor.

—¡Maldición! —Distinguimos la voz de Christopher. Su grito nos hizo dar un respingo: nunca lo habíamos visto alterado. Pero, por supuesto, la situación era como para perder los nervios. Nosotros no pudimos hacer más que observar con ansiedad cómo Eden se retorcía de dolor entre gritos espantosos, con el brazo cubierto de sangre. Christopher le hizo un torniquete con urgencia y la cogió en volandas para llevársela corriendo al hospital.

Cuando desaparecieron de nuestra visión, salimos del trance provocado por el pánico en el que no habíamos podido reaccionar de ninguna manera. David comenzó a moverse impulsivamente de un lado a otro, agarrándose la cabeza y exhalando el aire como en un ataque de nervios.

—Joder... —Cogió aire y lo soltó con ansiedad. Estaba fuera de sí. Gabrielle y yo intentamos tranquilizarle, pero tampoco nos salían las palabras—. Tengo que ir al hospital.

—No, David.

Le cogí del brazo a tiempo para evitar que fuera. Se sacudió de mí y Gabrielle me ayudó a agarrarlo para detenerlo.

—David, por favor, cálmate —le pidió Gabrielle.

—¡Dejadme! ¿Y si está muy mal? ¿Y si...?

—Escúchame. —Le cogí de la mandíbula para que me mirara—. Está bien. El hospital está a menos de cinco minutos, no se va a desangrar. No podemos dejar que descubran que los hemos espiado.

—Me da igual, tío, es mi madre. No pienso dejarla sola. Si le pasara algo, no me lo perdonaría nunca, joder.

Cansado y desconsolado, se rindió a nuestro agarre. Le soltamos y cayó de rodillas al suelo. Entonces se cubrió la cara mientras intentaba recuperar la respiración. Y Gabrielle y yo lo observamos llorar en silencio, con el profundo desasosiego que nos embargaba a todos. La noche no podía haber sido más patética.

O sí.

De pronto, escuchamos nuevos pasos y corrimos a escondernos.

Los dos hombres que acompañaban a los Schwarzschild se acercaron a la tumba, en cuya proximidad yacía una figura inerte. Nos acercamos más aprovechando que Zafiro no estaba, y a través de la niebla vislumbramos el cuerpo desnudo de Mark Hammer. Tenía los ojos y la boca abierta, y el cuello desencajado.

Gabrielle se cubrió la boca y se puso tan nerviosa que comenzó a llorar. La miré intranquilo, temiendo que pudieran encontrarnos, e intenté ayudarla a que se calmara.

Uno de los hombres empujó con el pie el cadáver, que cayó rodando hacia el hoyo. Se deshicieron de la misma forma de los trozos de madera y el resto de pruebas y volvieron a cubrir con tierra la tumba.

Necesitamos un momento para asimilar lo que habíamos visto. Ni siquiera lo de la noche anterior había sido tan horrible. Nos miramos con espanto, ninguno capaz de decir absolutamente nada, aunque pensábamos lo mismo. Esos cuerpos que sus padres se llevaban no eran humanos. Los soldados no habían muerto. Y por cada respuesta que encontrábamos se formulaban otras nuevas preguntas. Lo que había comenzado siendo una inocente pieza que no encajaba de había convertido en un hoyo negro y abrumador.

David insistió en ir al hospital a ver cómo estaba su madre pero, en cuanto llegamos, los vimos subir a un coche, sanos y salvos. Con la ropa ensangrentada, y su brazo vendado, pero nada que debiera preocuparnos. Así que emprendimos la marcha hacia la colina gris.

Gabrielle y yo le acompañamos a casa. David, que no solía poder estar más de dos minutos sin decir nada, se había quedado mudo.

Mientras caminábamos, recordé la conversación que había tenido con mi hermano. Si lo que estaba pasando entonces ya ocurría hacía veinte años, me preguntaba si Jakub habría corrido la misma suerte que Mark Hammer, si habrían desenterrado su cadáver en plena noche, si lo habrían encerrado en alguna parte del Subsuelo como un animal. Todo apuntaba a que era uno de esos demonios, por lo que me parecía la opción más probable.

«Christopher y Jakub tenían la misma edad. Seguramente habían entrenado juntos en el ejército. Puede que fueran amigos. ¿Había sido capaz entonces de hacerle algo así?».

Al llegar a la mansión, vimos las luces del salón encendidas. Entramos saltando la portezuela de atrás y entrando por la cocina para no llamar la atención. Subimos las escaleras y nos acercamos a la puerta para poder escuchar a través, por si descubríamos alguna cosa que decían sobre el tema. Tan solo pudimos distinguir algunas frases sueltas.

—¿Estás mejor?

—Sí, cariño, solo es un rasguño.

—Siete puntos son algo más que un rasguño.

—Estoy bien, no hay por qué preocuparse.

—No entiendo qué ha podido pasar.

—Se ha despertado antes. Son cosas que pasan.

—Se le administró sedante para matar a un caballo cuatro veces.

—Algunos son más fuertes que otros.

Estábamos tan enfrascados escuchando con las orejas pegadas a la puerta que, tal vez por el sueño, perdí el equilibro y di un traspié, chocando contra la madera. David y Gabrielle reaccionaron con un susto.

Ups.

Zafiro abrió. Nos cogió del brazo a mí y a David y nos obligó a entrar a rastras. Christopher se levantó y caminó hacia nosotros, enfurecido. Eden nos miraba con desaprobación.

—¿Podéis explicarme qué hacéis aquí a estas horas? —preguntó él, alterado.

—Hemos escuchado ruido —dijo David simplemente.

—¿Los tres? —Casi exclamó—. ¿Qué hace aquí Gabrielle? ¿Mañana no tenéis clase? —Estaba al borde de gritar. Nunca lo había visto así. Eden intentó calmarlo.

—David —exigió Eden con voz queda.

—Estábamos estudiando.

—David —repitió ella.

Su hijo rompió a llorar de pronto y se acercó a su madre para darle un abrazo, como si fuera un niño asustado que corría a refugiarse bajo su amparo. Eden lo abrazó, acariciándole la espalda con el brazo intacto.

Christopher se relajó, pero no nos perdió de vista. Dirigiéndose a mí, dijo:

—Lo dejaremos por esta noche. Estamos todos muy cansados. Gabrielle, no es un buen momento. Te acompañaré al coche. Tú también deberías irte a casa, Mikhael. 

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