A Little Death

By Rachel-SF

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La universidad es lo único que le preocupa a Ellie Woods, de veinte años. Pasa sus tardes escribiendo, jugand... More

A Little Death
Capítulo 1 - Corazón acelerado
Capítulo 2 - ¿Quién eres, Jax?
Capítulo 3 - Acepto
Capítulo 4 - Asesino suelto
Capítulo 6 - No puede ser tan malo
Capítulo 7 - Una charla amistosa
Capítulo 8 - Gracias
Capítulo 9 - Un poco de muerte
Capítulo 10 - Mis demonios
Capítulo 11 - Jason, cambiaste bastante
Capítulo 12 - Guerra de miradas
Capítulo 13 - Café
Capítulo 14 - Cuídate
Capítulo 15 - Un poco de dolor
Capítulo 16 - Perdiendo el control
Capítulo 17 - Enchiladas
Capítulo 18 - Casa del terror (Parte 1)
Capítulo 18 - Casa del terror (Parte 2)
Capítulo 19 - Caída libre
Capítulo 20 - Misión imposible (parte 1)
Capítulo 20 - Misión Imposible (parte 2)
Capítulo 21 - Un poco de sangre
Capítulo 22 - Me salvaste
Capítulo 23 - Injusticias de la vida (parte 1)
Capítulo 23 - Injusticias de la vida (parte 2)
Capítulo 24 - Sentimientos ante todo (parte 1)
Capítulo 24 - Sentimientos ante todo (parte 2)
Capítulo 25 - Respirando
Capítulo 26 - Prófugo de la ley
Capítulo 27 - ¿Dónde estás?
Capítulo 28 - Noche de teatro
Capítulo 29 - Marcas en la piel
Capítulo 30 - La pequeña muerte
Capítulo 31 - Las apariencias engañan
Capítulo 32 - Sam
Capítulo 33 - Hermanos
Capítulo 34 - Sed de venganza
Capítulo 35 - Traición
Capítulo 36 - Miedo a morir
Capítulo 37 - Locura (parte 1)
Capítulo 37 - Locura (parte 2)
Capítulo 38 - Lo siento mucho (parte 1)
Capítulo 38 - Lo siento mucho (parte 2)
Capítulo 39 - Ángel
Epílogo
Entre Páginas
Mi Nueva Novela: Veneno

Capítulo 5 - Alcohol, verdades y un Jax bastante caliente

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By Rachel-SF

Pasé por Hailey esta mañana, al fin y al cabo íbamos a al mismo lugar. Con mi mochila en los hombros y un libro en mano, nos encaminamos a la cafetería de la universidad. Philip, el barista, era amigo de nosotras desde hace mucho tiempo, fuimos juntos a la escuela elemental. Sus múltiples tatuajes sobresalían de su uniforme y su cabello rubio se encontraba revuelto. Aunque luciera como el típico chico malo, Philip era la persona más dulce que había pisado este mundo. Siempre sabía cómo hacernos sonreír con sus chistes ñoños y el café con extra crema batida. Claro, deslactosada para mí.

Nos acercamos a la barra y antes de pudiéramos ordenar, él se nos adelantó:

—Un capuchino regular con un ligero toque de canela, y un café con leche deslactosada.

Ambas asentimos conformes.

— ¿En verdad somos tan obvias? — preguntó Hailey con el ceño fruncido.

Philip sonrío.

—Han pedido lo mismo por dos años, y llevo dos años trabajando aquí. ¡Ah! Lo olvidaba, ¿quieren el pastel de manzana o de chocolate?

—Chocolate —dije mientras Hal decía—: Manzana.

—Hmm, supongo que serán los dos.

Durante clases todo permaneció neutral, Mase seguía ignorándome y Billie se negaba a dar respuestas. Laura tenía razón, yo merecía más que eso. Tomé las notas que necesitaba y en cuanto terminaron las clases, camine hasta la biblioteca. Encontré un estacionamiento cercano a la entrada y le puse la alarma a mi coche. Mis zapatillas resonaban en el pavimento húmedo, el atardecer haciéndose presente. Unos chicos estaban fumando afuera, hablando sobre la mascarada. Intenté ignorarlos. Una vez dentro, la calidez del lugar me hizo sentir mejor. Salude a la bibliotecaria, la cual ya me conocía por todas las veces que venía, y me senté en una mesa desocupada. Me sentía cansada. Comencé por literatura, que mejor que un buen libro para despertarme. Terminé dos ensayos, un cuestionario de historia, dos esquemas y un pequeño párrafo para mi clase de psicología. Afuera estaba completamente oscuro, ya casi nadie se encontraba dentro, más que una chica con su novio. Los miré con envidia, pero estaban tan sumidos en ellos mismos que me pasaron por alto.

Guardé mis cosas en mi mochila azul y me puse de pie.

Afuera del edificio se encontraban anuncios sobre el baile de invierno. El tema de este año sería una mascarada. Aunque Hailey juro asesinarme si no iba, no me sentía lista para ello. A parte, las máscaras venecianas me asustaban como el infierno. En serio, ¿a quién se le ocurrió eso? Era ridículo y aterrador. Me quedé mirando el anuncio de papel en la pared, con una mano en mi cintura. El baile era este viernes, a las ocho de la noche en el salón de eventos Venecia. Ese lugar era hermoso, un país de fantasía. Las cascadas artificiales, los quioscos y los arbustos decorados con luces abundaban. El local perfecto para un baile de ensueño.

Suspiré.

Giré mi vista y posé mis ojos en la sombra que se recargaba en mi coche. Mi respiración se cortó y mis manos se hicieron puño. La poca iluminación no me dejaba ver nada detalladamente, pero podía ver claramente una figura en la puerta del conductor. Comprobé los alrededores, no había nadie. Con un nudo en mi garganta, caminé hacia mi coche. Conforme me acercaba pude notar varios rasgos, como más curvas de lo normal. Se trataba de una mujer.

A tres pasos de ella, me detuve. Lo primero que hizo fue mirarme de arriba abajo, con una expresión neutral. Su cabello era castaño, al igual que sus ojos. Sus rasgos tan finos me recordaron a los de un hada, no parecían de este mundo. Era hermosa e intimidante. Su cabello caía suelto por su espalda y vestía un vestido negro que le llegaba a los tobillos.

—Hola, ¿necesitas algo? —pregunté confundida.

Su expresión seguía intacta.

—Sí, necesito un favor.

—Eh... Escucha, creo que te estas confundiendo de chica y curiosamente estas sobre mi auto. Tengo cosas que hacer.

Me miró con cansancio y enojo.

—Eres Ellie Woods, vives en un departamento de pacotilla y tienes un gato callejero.

Mi ira creció inmediatamente. Pero el hecho de que esta mujer sabía todo eso sobre mí me asusto.

—Mira, no sé quién eres y no me importa un carajo—ladré enojada. Le quité el seguro a mi carro para que captara la indirecta y se moviera, ni siquiera se inmuto—. Pero es tarde y tengo a un gato callejero que alimentar. Buenas noches.

Parecía estar a punto de golpearme.

—Solo necesito que le des esto a Jax, dile que lo lea urgentemente.

Me tendió un sobre.

—Y-yo no c-conozco a ningún Jax —repliqué.

Podría estar metida en problemas si la voz se corriera. Supongo que refugiar a un criminal no era bien visto ante la ley.

Rodó los ojos—. No soy estúpida. Ahora, sino se lo das por las buenas, será por las malas. Escoge. —Me quede sin decir palabra alguna, su ceño se frunció, profundizando sus ojos cafés—. También tengo cosas que hacer, por si no lo sabes.

Wow, tampoco era necesaria tanta hostilidad.

—Okay —lo tomé—. Se lo daré. ¿Cuál es tu nombre?

Dio media vuelta, pero antes de perderse en la oscuridad, pronunció—: Melody.

Llegué al departamento y empujé la puerta con la cadera. El sobre de Melody residía en mis manos. Todo el camino estuve tentada a abrirlo, pero resistí; yo no era ese tipo de persona. Jax no se encontraba a la vista, pero escuché como dijo algo enfurecido en su habitación. Me dieron escalofríos. Caminé lentamente, tratando de ser sigilosa, y me detuve al lado de la puerta de su habitación. No estaba espiándolo... Bueno, sí. Pero ¡Hey! El chico poseía serios problemas, a parte tenía que darle el sobre.

Miré el suelo de madera e hice una mueca al ver lo sucio que se encontraba. Tendría que limpiar pronto, quiera o no. La voz de Jax cesó por lo que parecieron siglos, incrementando mi impaciencia. Solo se limitaba a contestar monosílabos.

Si, si, no, eh, no, sí.

Prácticamente eso fue todo lo que escuche por los siguientes cinco minutos. Comencé a jugar con mis dedos y decidí que ya era hora de irme. Bufé. En eso, la puerta de su habitación se abrió, dejándome totalmente expuesta. Me sonroje y él me fulmino con la mirada.

— ¿Estabas espiándome? —dijo crudamente.

Miré su torso desnudo y joder, este chico si sabía cómo matar a una chica. Ironía. Su tableta de chocolate parecía estar esculpida a mano, su piel estaba perfectamente bronceada y varias marcas de nacimiento la decoraban. También unas cuantas cicatrices. Antes pensaba que las V eran un mito, pero al ver las líneas formadas en su parte baja, bueno, todo parecía posible. Este chico tenía todo el potencial de un rompecorazones. Lo bueno que el mido ya se encontraba roto.

— ¿Ellie?

—Eh...—. No podría concentrarme hasta que se pusiera una camiseta.

Al parecer leyó mis pensamientos, porque entró a su habitación para coger la camiseta más cercana y pasarla por su cabeza. Suspiré con alivio y vergüenza. Él sonreía divertido, un hermoso hoyuelo apareció al lado de su boca.

—No ignores mi pregunta.

Tu ignoras las mías, imbécil.

—No estaba espiándote, solo venía a darte esto.

Le tendí el sobre blanco. Me dio una mirada confundida y lo incité a que lo tomara.

— ¿Qué es esto? —preguntó. Su voz había tomado un tono divertido, pero al mismo tiempo conmocionado.

—No lo sé, una tal Melody me lo dio. Esa chica era aterradora, sabía cosas sobre mí y por alguna razón supo que te encontrabas viviendo conmigo. También me dijo que lo leyeras urgentemente, supongo que debe de ser importante —Jax estaba inmóvil, los latidos acelerados de su corazón eran lo único que lo hacían ver vivo—. Jax, ¿estás bien? Si quieres puedo deshacerme de él.

Se limitó a cerrar los ojos con fuerza.

—No... la leíste ¿verdad? —. Seguía sin abrir los ojos.

—No.

Ahora sí, la curiosidad estaba a punto de matarme. Su mandíbula pareció volver a la normalidad y su mirada penetrante estaba sobre la mía. Sus ojos parecían irreales, ese color no podía existir verdaderamente. Dio un paso hacia adelante, casi chocando contra mí, y tomó mi brazo. Abrí los ojos como platos ante su contacto, pero antes de que pudiera decir algo me jaló hasta la sala.

— ¿Qué haces? —pregunté con voz temblorosa.

—Estuve recopilando todo lo que sucedió ayer y veo que tienes razón. Somos prácticamente extraños. Por lo que me tomé la molestia de comprar...—sacó una botella de vino de uno de los gabinetes de la cocina y la puso en el mostrador—. Esto.

— ¿Alcohol?

—Sip —explotó la p.

—Estoy confundida. Si este es un plan con maña para emborracharme, deja te digo que no funcionara. Nunca en mi vida he tomado más de una copa y pienso dejar que las cosas se queden así. A parte, aun no es legal para mí.

Como si eso le importara, me dijo mi subconsciente.

—Vamos, nena. Relajarte por una vez en tu vida no te hará daño.

—Tú no me conoces y deja de llamarme nena—señalé.

—Y tú a mí tampoco, nena —contraatacó.

Ja, eso es lo que tú crees.

Me doliera admitirlo o no, el chico tenía razón. Necesitaba soltarme el cabello y disfrutar mis años de juventud un poco. Mi reciente ruptura aún estaba presente, tal vez una copa o dos podían ayudarme a relajarme... No, no podía confiar en Jax. No entendía que quería lograr con esto, podíamos hablar perfectamente sin estar tomando, lo cual hacia su insistencia para darme alcohol aún más sospechosa. Tenía una mirada inocente, como si se tratara de un niño ofreciéndome dulces. Excepto que no eran dulces, y Jax tenía pinta de ser todo menos inocente. No podía formular oración completa en mi mente, pero al final termine diciendo:

— ¿A dónde quieres llegar?

—Solo quiero conocer mejor a mi compañera de piso. ¿Cómo sé que no eres una psicópata?

Sonreí con sarcasmo—. ¿Cómo sé que no eres un psicópata?

O un asesino en serie, tal vez.

Me guiñó un ojo mientras llenaba dos copas.

—Eso él lo divertido de todo esto —hizo una pausa y me miró deductivamente—. No lo sabes.

Con manos temblorosas y mi corazón latiendo como una locomotora, acepté la copa. Si esta era la única manera que tenía para conocerlo, pues adelante. Me senté en el sofá y fijé mi vista en el suelo. No tenía ganas de ver su mirada de triunfo, su arrogancia sobrepasaba los límites. Sentí como el sillón se hundía por su peso. Claro, el hombre tenía que sentarse a mi lado. Bebí un trago de vino, un ardor tremendo bajó por mi garganta. Hice una mueca y tosí fuertemente, como si mis pulmones estuvieran a punto de salirse de mi pecho. Limpié una lágrima en la esquina de mi ojo derecho.

— ¿Es una broma?—. Jax soltó una carcajada—. Creo que eres más inexperta de lo que creí.

Lo miré ofendida—. No soy inexperta, es solo que el vino barato irrita mi garganta. ¿Dónde lo compraste, una tienda de abarrotes?

Negó con la cabeza.

—Te mentí, yo no lo compre. Digamos que un amigo me lo dio como regalo de... bienvenida.

Miré discretamente su tatuaje, el cual se flexionaba junto con su brazo cada vez que hablaba. Su media sonrisa, a la cual ya me estaba acostumbrando, apareció en su rostro. La conversación estaba fluyendo de lo más normal, hasta podía decir que me sentía cómoda hablando con él. Lo que es extraño, ya que con él único que me sentía cómoda era George. Me incliné de hombros mentalmente.

Lamió su arete y mordió su labio. Aproveché el momento para sacar mi lista mental de preguntas.

—Eso significa que tienes amigos en Albermale. Interesante.

— ¿Qué hay con eso? —preguntó algo confundido.

—Simplemente me sorprende el hecho de que hayas preferido quedarte con una completa desconocida a quedarte con ellos.

Abrió la boca, pero nada salía de ella. Se cruzó de brazos.

—Están pasando por unos cuantos problemas, no quería llegar y causar más. A parte, ¿Cómo podría perder la oportunidad de vivir con una chica rubia, amante de los gatos y el control? Joder, estoy en el puto paraíso.

Si, entendí su sarcasmo.

—Escucha, nadie te está deteniendo ¿eh? —repliqué enfurecida—. Para empezar, tú fuiste el que se instaló cómodamente en mi departamento, destruyendo por completo cualquier tipo de orden. Ni siquiera sé qué edad tienes o que mierda estás haciendo en Charlottesville en pleno septiembre. Tienes un halo de misterio a tu alrededor.

Levantó la barbilla y entrecerró los ojos.

—Eres bastante directa.

—Pues...

—Eres bastante directa —repitió, interrumpiéndome—. Me gusta.

Mis mejillas se calentaron. Le di otro sorbo a mi vino y pensé en una respuesta perspicaz. Desgraciadamente, puros balbuceos salían de mi boca. Me miraba entretenido y enarcando una ceja.

— ¿Que, el gato te comió la lengua, nena?

—No me llames nena —dije fríamente—. Contesta mis preguntas.

—Caray, tranquilízate nena —dijo, reforzando el "nena"—. Solo estoy tratando de romper la tensión.

Me puse de pie y limpié la pelusa de mis pantalones de chándal. Ya era tarde y esta conversación no nos iba a conducir a nada. Jax seguía evadiendo mis preguntas con comentarios estúpidos, dejándome con las mismas dudas y unas ganas tremendas de romperle la nariz. Con la copa de vino en mano, caminé hasta mi habitación. Los gritos de Jax exigiendo que regrese no me afectaron en lo absoluto. Si él quería a la reina de hielo, pues la tendría. George estaba sobre mi cama jugando con un calcetín rosa. Normalmente me hubiera enojado y se lo hubiera quitado, pero mi humor solo me permitió acostarme en mi cama y terminarme de un sorbo todo el alcohol que poseía.

Tosí.

Esa fue sin duda una mala idea. Rápidamente, este subió a mi cabeza. Solté un gemido por el dolor, pero rápidamente se me paso, dejándome con un mejor estado de ánimo. Necesitaba más, mucho más. ¿Cómo pude haber dicho que el alcohol era malo? ¡Era estupendo!

La puerta de mi habitación se abrió de golpe y un Jax enfurecido entró. Sus labios se movían, pero mi atención estaba en la copa que traía consigo.

—Tienes razón, no he sido del todo honesto contigo.

Reí con fuerza, lucia bastante gracioso cuando hablaba seriamente.

Rodó los ojos y una ola de comprensión recorrió su rostro.

—Estás borracha —afirmó—. Te emborrachaste con una jodida copa de vino barato.

—No, no lo estoy —deslicé las palabras—. ¿Ahora sí estás dispuesto a contestar mis preguntas, niño bonito?

Jax se rompió a reír. Lo miré con los ojos entornados.

—De acuerdo, niña bonita —tomó una respiración profunda—. Mi nombre completo es Jackson Mackenzie; tengo veinticuatro años; nací en Chicago; estudie letras en la universidad de Los Ángeles, California; y estoy seguro de que para mañana olvidaras el ochenta por ciento de las cosas que acabas de escuchar.

— ¿Tienes novia? —pregunté inconscientemente, ignorando por completo lo que acababa de decir. Debía de cuidar mis palabras, no quería revelar información. Su información.

Me guiñó un ojo y al instante me arrepentí de haber preguntado eso. De seguro creía que estaba desesperada.

—No, no tengo novia —dijo con un tono de voz bajo, casi seductor.

—Oh —dije débilmente—. ¿Entonces quién es Melody?

Su mandíbula se tensó y supe que era el final de la conversación.

—Nadie importante. —Tomó la copa vacía de mis manos y apagó la luz de la habitación—. Buenas noches, nena.

Salió de mi habitación y George lo siguió moviendo su cola.

Traidor.

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