Eventos 1.0

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Valentina comenzó a moverse, lentamente. Juliana esperaba ansiosa que despertara, tenía como diez minutos, quizás más, observándola apaciblemente alegre con lo que veía; su esposa era la mujer más linda del mundo, ese pensamiento lo tuvo desde el primer día que la vio cuando apenas tenía un poco más de doce años, desde entonces sus ojos no han podido encontrar esa belleza en nadie más, sólo en su hermosa hija que había heredado el mismo color de ojos, su cabello dorado y varias facciones en su carita. Ni hablar de la cantidad de gestos que eran idénticos.

La belleza de ellas dos eran el eje de su vida.

—Corazón –dijo aun con los ojos cerrados, apreciando la tersa caricia que estaba recibiendo en sus cejas. Aspiró profundamente, el olor de su esposa la embriagaba siempre al despertar, luego la visión de ella la terminaba de marear del más puro y solícito de los placeres para iniciar el día.

—Mi amor –respondió y le sonrió, ella estaba apoyada en la cabecera, cómodamente.

La ojiazul la escuchó con un tono de voz que denotaba que estaba completamente despierta y ella abrió los ojos de golpe.

–Amor –dijo con apremio– ¿Cómo te sientes? –se acomodó y se sentó en la cama, pero la resaca le golpeó fuertemente ante el súbito movimiento –¡Ay! –tomó de su cabeza y dejó caer su espalda sobre la cabecera.

—Calma, bonita, calma... –pidió acomodándole el cabello y acariciando la sien de la rubia.

—Mi cabeza –se quejó con los ojos cerrados.

Juliana se acordó de las pastillas en su mesita de noche y el vaso con agua que Melissa le había dejado cerca. Los tomó.

—Toma, mi amor –se los entregó; la rubia abrió sus ojos y no dudó en tomar todo.

«¡Ja! Si supieras para qué sirvió finalmente este vaso de agua...», se decía para sí mientras tomaba del agua y la pastilla que su abnegada esposa le entregaba.

—¿Tomaste mucho?

Valentina abrió los ojos, está vez demostrando su expectación ante cualquier reproche por parte de su esposa, pero fue lo contrario. Los ojos chocolate la miraban con amor infinito.

—Amor... yo... –balbuceó. Juliana intuyó preocupación y remordimiento, pero había algo más que leía detrás de su mirada. Agradeció que no fuesen celos o enfado por Melissa en su habitación.

—Tranquila, mi madre me explicó... –dijo acomodándole el cabello– Está bien que hayas acompañado a tus amigos, eso era lo planeado.

—Pero tú...

—Bueno –la interrumpió–, eso no estaba planeado –le sonrió–, pero yo estaba aquí, en casa y bien, así que no había problema alguno. Tenías que celebrar y compartir con tus amigos, de ti y, en parte, por ellos la gala fue todo un éxito –aseveró.

—No estaba a gusto... yo no podía...

—Sh... sh... Ya pasó todo... –la calmó– Mamá y Melissa me dieron algunos detalles. Te felicito, mi amor –la tomó de las mejillas y le dio un beso–, estoy muy orgullosa de ti. La miró demostrándole sus palabras.

—Todo fue genial, si hubieses estado tú, hubieses sido completamente espectacular... –le devolvió el beso.

—Bueno, pero agradezco que hayas llevado todo a cabo –le expresó–, era importante y no podía quedar en el aire, eran muchos los compromisos, y muy necesario que estuvieses allí al frente –le sonrió y le besó–. Como toda una guerrera, pues sabía que mi ausencia te afectaría –explicó calmadamente.

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