30. Huida y reencuentro

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Había sido un poco gracioso, como la vida había continuado casi como si nada hubiese pasado. Como el mundo siguió girando, tal y como si yo no hubiese engañado a mi novio cuando tenía dieciocho años con su hermano gemelo. Como si no hubiese sufrido bullying por dos años enteros de mi vida y como si no hubiese intentado quitarme la vida en dos ocasiones. Tal y como si el idiota de mi ex novio no hubiese filtrado mis fotografías intimas bajo la influencia de mi supuesta mejor amiga y como el esposo —ahora ex esposo—de mi madre no me hubiese acosado desde que tenía quince años. 

La vida había seguido su camino y yo con ella. Hace ocho años había escapado del propio infierno que yo había creado, y me había refugiado en los brazos de mi padre. Resguardandome en este pueblo alejado de la mano de dios. Un lugar en donde todos conocían a todos y donde me encontraba a kilométros de todas las personas que alguna vez me habían hecho daño. 

Me había ido sin despedirme, me había marchado sin decir si quiera ádios.

No es que me arrepintiera en lo absoluto.

Ahora a mis veintiseis años, casi sentía que toda mi adolescencia no había sido más que un sueño que yo misma había inventado en un intento de autosabotearme. Obviamente no había sido un sueño, los detalles y las pesadillas eran tan detalladas y tan reales que era practicamente imposible para alguien imaginar algo así. Lo curioso era que el tiempo suele borrar todo. Al menos casi todo.

—¿Estás lista? —preguntó mi padre y yo solo me encogí de hombros.

Regresar a la ciudad en donde había pasado dieciocho años de mi vida no sonaba particularmente divertido ni excitante. Sobre todo por el tipo de experiencias que había vivido ahí. Todos los recuerdos y las memorias que para nada me gustaba recordar, volvían en oleadas. Una tras otra y más fuertes que nunca. No me quedaba de otra más que encogerme de hombros ante la incertidumbre que ahora era mi vida. Ocho años habían pasado. Ocho largos años.

—Es una gran oportunidad. No a cualquiera... —comencé a decir pero mi padre prontamente me interrumpió.

—No a cualquiera le dan la residencia profesional en un hospital como ese —repitió mi padre con una sonrisa burlona. 

Probablemente ya lo había escuchado de mi boca unas cien veces antes. Sobre todo esas primeras semanas en donde yo la había repetido hasta la saciedad, más que nada con la intención de convencer a mi padre y conevencerme a mi misma de que todo esto era una buena idea.

Recordaba lo que había sucedido cuando recién me había mudado aqui a vivir con mi padre y su esposa. Después de un año y medio en donde lo único que hice fue llorar, lamentarme e ir al psicologo, finalmente me decidí a estudiar medicina igual que mi padre. O algo parecido.  Había elegido la licenciatura de enfermería y me había esforzado tanto durante años enteros que en el momento en que finalmente logré terminar mi carrera no pude evitar soltar lagrimas de dolor. Porque básicamente eso es lo que me había costado.

Después de terminar mi servicio social en el hospital más grande de este pueblo, que también era en donde trabajaba mi padre como médico géneral, me habían dado la opción de estudiar una maestria al mismo tiempo que trabajaría en uno de los mejores hospitales de mi antigua ciudad. Era interesante, como mi padre y yo habíamos estado cambiando continuamente de ciudad, pero siempre volvíamos al mismo lugar. 

A ese lugar que si era sincera, si hubiese dependido de mi, jamás hubiera regresado.

Pero aquí estaba, a punto de subirme a un avión para regresar a donde habia sido tan infeliz. Había tenido buenos momentos, pero esos eran iguales de dolorosos que los infelices. Al parecer que te fuera excelente en tu carrera laboral no borraba todos los traumas que has acarreado contigo desde que tienes memoria. Un poco díficil echarme para atrás cuando ya tenía hasta el departamento al cual llegaría en unas cuantas horas.

¿Puedes guardar un secreto? (Terminada)Where stories live. Discover now