CAPÍTULO TREINTA Y UNO

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«Hay algo dentro del alma, algo que no es real, algo que no es falso... No es amor, no es odio, ni existencia, es como la sangre que corre por nuestra mente, como el corazón que bombea nuestra imaginación, aquello que rompe el tiempo y crea el destino. No es para mí, ni actuar divino ni humano, es solo el reflejo de un espíritu atrapado entre el existir y la muerte, la agonía de lo intangible y el quiebre de la realidad». El autor de lo que se acaba de mostrar no será revelado por el momento, con el único propósito de que el estimado lector no pueda comprender enseguida su significado dentro de la historia.

—¿Entonces nos vamos en la noche? ¿Cómo vamos a llegar a Linares? ¿A pie? No tengo ningún zapato que sea cómodo para caminar... Espera... —Dijo Alexander a Miguel mientras el otro continuaba con el arreglo.

—¿Qué pasa? ¿Ya no me quiere acompañar? —contestó con bien fingida tristeza.

—No es eso... es que Miguel, yo no tengo ni un solo peso, no puedo pagarme el pasaje, no a menos que el hombre más bondadoso del mundo estuviera dispuesto a cubrir por mí el costo del viaje, el alojamiento y la comida... y yo, bueno, suelo comer bastante...

Miguel detuvo un momento el trabajo y suspiró con afectación, como quien se enfrenta a un repentino obstáculo mientras trata de lograr su objetivo.

—Yo no tengo mucho más, luego de comprar el terreno del que es usted vecino me he quedado casi sin nada... Alexander lo lamento, pero creo que no podrá acompañarme, pero no se preocupe, supongo que el Señor volverá a cruzar nuestros caminos en algún punto —acotó el cristiano indolente, y sin mirarle a la cara.

—¿Es broma cierto? —preguntó algo molesto.

—¿Qué cosa? ¿Cree usted que yo bromearía con algo así?

—Bueno, ándate entonces, ni quería ir a esa ciudad de mierda llena de asesinos. Que te vaya bien, aunque lamento que no vayas a encontrar a un hombre más lindo y simpático que yo. Tu vida por seguro será increíblemente aburrida de ahora en más —dijo enojado Alexander.

—Mmm... Bueno, ¿quién sabe? Quizás encuentre a alguna o alguno que esté dispuesto a estar conmigo, verá encontrar compañía no ha sido nunca difícil para mí, aunque... creo que igual me acordaría de usted a veces...

—Ah, ¿entonces sí quieres pelear? Porque yo me tomo en serio las cosas.

Luci, quien para variar estaba escuchando todo, difirió de la afirmación hecha por Alexander, pero no quiso interrumpir.

—¿Cierto que soy buen actor? A veces me impresiono a mí mismo. Si yo le pedí que fuera conmigo, por supuesto que me encargaré yo de eso, sobre todo si usted me llama "El hombre más bondadoso del mundo", aunque lamento que tendremos que viajar en tercera clase y llevar nosotros comida desde acá —le dijo riendo.

"Ah, quiero pegarle". Pensó Alexander.

—Dejando de lado las ganas que tengo de pegarte, te informo que ese título ya no te lo vas a ganar nunca ¡Ni en broma me vuelvas a tratar así después de haberme destrozado el pelo! —gritó el ex periodista.

Miguel pareció sorprendido, quizás desilusionado.

—Pero... usted dijo que había quedado bien y que le gustaba...

—Entonces, ¿nos vamos para allá después de almuerzo? Todavía es temprano igual —dijo Alexander ignorando a Miguel.

—Tome, voy a fingir que usted no evitó contestarme para entregarle su cruz. No se ve muy bonita, pero está unida. Trátela con cuidado, porque si se le cae... se puede volver a quebrar —acotó el creyente pensativo.

Alexander la tomó con su mano derecha y analizó la prolijidad del trabajo de su acompañante con admirada emoción.

—Pero si se me quiebra, tú me la vas a arreglar de nuevo ¿cierto? Así que puedo andar sin cuidado —contestó riendo.

—¡Sí! Se la puedo arreglar cuantas veces quiera usted —dijo Miguel.

"No tengo porqué escuchar al Diablo, si a Alexander se le vuelve a romper, la juntaré otra vez y no pasará nada, esto no es un mal presagio". Pensó.

Por la cabeza del otro hombre en tanto, se cruzaba una idea un poco diferente. "Oh, lo que acaba de decir Miguel sonó muy... No se lo digas, no se lo digas, no se lo digas... No deberías decírselo, de verdad no deberías".

El joven se tapó la boca con la mano izquierda y abrió los ojos tratando (sin conseguirlo del todo) de imitar un gesto de sorpresa y turbación.

—Por Dios Miguel, no me esperaba una sugerencia así de tu parte —fingió timidez— Mire que proponerme algo tan... aquí, en medio de una iglesia, no lo creí un hombre coqueto... Aunque no es que tenga problemas con eso...

El rubor se apoderó velozmente del rostro de Miguel.

—¡Arreglarle la cruz! ¡La cruz! —miró hacia el piso—. Debería usted ordenar sus cosas ahora, vamos a salir pronto, y por favor, no me haga bromas de ese estilo.

—¿Por qué, te motivan o algo? Yo no tengo problemas, pero como eres tan creyente pensé que...

Miguel decidió entonces salir de la habitación, mas Alexander le retuvo la manga derecha de la camisa, e impidió su escape. Se acercó con lentitud a su oído izquierdo y con tensa suavidad se dispuso a decir

—Si te gusta hacer bromas, aguanta que te las hagan a ti, señor tímido.

Debido a la escasez de importancia de los momentos siguientes para el desarrollo de la historia, mi deber como narrador es trasladar al lector hasta el próximo punto de importancia narrativa, que sería, la llegada a la estación de trenes y el inicio del largo viaje hasta la capital, mas, de todas formas me encargaré de comunicarle al estimado espectador, que Alexander se quejó a cada segundo de la caminata, debido a que había pasado demasiado tiempo sin hacer ningún tipo de ejercicio, y que Miguel llevó las maletas de ambos para tratar de disminuir el cansancio de su acompañante.

Podría describirse también (aunque carece de importancia para la trama), que era un día soleado y que las flores del jardín se veían extrañamente solitarias, que los ojos de Miguel estaban más verdes y brillantes que nunca (aunque es difícil saber si era porque caminaba escuchando la voz de alguien a quien quería o debido a que estaba tan cerca de encontrarse con lo que más amaba en el mundo), también se podría acotar que las manos del ex periodista temblaban a cada segundo, que su estómago dolía y que sentía como cada pisada lo acercaba más al miedo y a la desesperanza. 

—Ahora es cuando todo empieza a repetirse... —dijo el Diablo sosteniendo la estatuilla de Jesús con la que Alexander solía hablar—. Me pregunto cuál de los finales escogerán esta vez...


CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora