CAPÍTULO VEINTIDÓS

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Miguel le miraba a través de sus lentes de marco redondo, esos mismos que nunca se quitaba por miedo a perderse de la vida cosas dignas de ser apreciadas; Alexander en tanto, sin comprender ni pensar en nada realmente, se concentraba en ese sutil toque que le estaba regalando, aquel que había comenzado por genuino interés en su bienestar. Saber que la persona que tenía enfrente no se movía y solo le miraba, como tantas otras veces le había tocado vivir en contextos muy diferentes, hizo que su corazón se estremeciera.
Si alguien le hubiese preguntado a Sánchez qué pasaba por su cabeza, muy probablemente no hubiese podido responder, pues lo que pensaba eran imágenes, no palabras; pero de ser posible ver lo intangible de un pensamiento, seguro habríamos visto convertidos como espectadores en una cámara subjetiva, los ojos café oscuro de Alexander cubiertos por mechones sueltos de su cabello negro, y sus cejas alargadas en una expresión entre la calma y la agitación, para luego acercarnos en un primerísimo primer plano a sus labios teñidos naturalmente de rojo pálido y al rubor que contorneaba sus mejillas.
Miguel tomó entonces la mano que el hombre vestido de cura había puesto sobre su boca y en una mezcla de suavidad y fortaleza la bajó sin soltarla, sin querer soltarla, quizás porque sentía la necesidad de querer acercarse más, quizás porque ya no solo le quería admirar desde la distancia, quizás porque su mente pensaba con imágenes y no con palabras.
Alexander estuvo tentado por un segundo de besarle al sentir cómo el hombre que creyó le odiaría, se le acercaba con ese ímpetu que conocía bien por experiencia, y sin embargo atinó a soltarse delicadamente, haciendo lo que en cualquier otra ocasión habría considerado cobardía, pero que ahora entendía como valor.
一Deberíamos entrar, si no lava su camisa ahora, la sangre no saldrá nunca 一dijo el cura sin mirarle, con la voz calma y la expresión tranquila.
一Ah, tiene usted razón...su sotana ha de estar manchada también por mi culpa, lo lamento 一le respondió el otro solo un poco molesto, solo un poco avergonzado por el rechazo que el joven le daba al tratar de escapar.
"Sí, esto es lo mejor que puedo hacer, ¡Dios mío casi arruino una familia entera! ¡¿Qué pensarían sus niños de esto?! No habría tenido ningún problema sino fuera por eso...bueno, no me esperaba que él fuera tan...si no me toma la mano no habría reaccionado. Con esta buena acción yo creo que hasta me voy al cielo, porque hace unos años me habría importado nada si tenía o no cabros chicos*, pero ahora...me sentiría demasiado mal si le causo daño a quienes quiere por hacer lo que me gustaría...¿Cómo será la señora de este tipo? No me la quiero ni imaginar ¿Será linda?". Reflexionaba Alexander mientras entraban a la iglesia.
一Señor cura, usted deme la sotana y yo la lavo con mi ropa, esto es mí culpa, no deseo causarle...más problemas 一sugirió Miguel ya adentro desabotonando con infantilidad los primeros botones de su camisa.
一Se lo agradecería muchísimo (aunque es negra) 一le decía tratando de esquivarle la mirada一. Pero, será mejor que le preste una camisa, afuera hace frío y la necesitará si va a lavar con el agua del pozo.
一Pero señor cura, usted la primera vez que estuve aquí me dijo que solo tenía una, ¿cómo lo dejaría sin nada mientras lavo y se secan las cosas? Me pondré la chaqueta y listo, no se preocupe.
"¡Me había olvidado de aquello! ¡¿Por qué le dije eso si tengo 5 camisas bien dobladas?! Ah...cierto, ya recuerdo porqué lo dije, valió totalmente la pena...". Se dijo el cura.
一Miguel, no se preocupe me pondré una de mi amigo. Hágame caso antes de ir, porque si usted se resfría y termina muriendo, creo que me sentiría un poco responsable 一acotó el sacerdote en tono de juego.
El cristiano no pudo si no reír al escuchar al hombre tratando de bromear "Supongo que entonces el señor cura no me odia".
一No me lo imaginaba intentando incursionar en la comedia, ¿o es que está realmente interesado en que yo no muera? 一le dijo el cristiano sonriendo.
一Debe ser que usted posee poca imaginación, caballero; yo podría llegar a sorprenderlo más...
一Usted debería sorprenderme refiriéndose a mí siempre como "Miguel", no debo ser mucho mayor que usted, por favor le ruego no vuelva a decirme ni "caballero" ni "señor", cuando aún no cumplo los cuarenta.
一Si no se va rápido, hará demasiado frío para que pueda lavar. Voy a cambiarme 一contestó cortante, aunque sin intención.
Alexander sacó de su armario una camisa color damasco cuidadosamente doblada, era la única de las que tenía que no había pertenecido primero a José y era también su favorita. La había comprado a pesar de que todos le dijeron que era "color de mujer", pero al final sus amigos estuvieron de acuerdo en que se le veía tan bien, que habría sido un pecado no comprarla.
Luego de entre los cajones tomó una cinta azul brillante que le encantaba y se la amarró simulando una corbata; colocose también un pantalón café oscuro y unos suspensores del mismo color para combinar, todo con mucho cuidado tal y como solía hacerlo antes de que comenzase a vivir pensando en el "qué dirán".
Al salir para hacer entrega de la sotana y la camisa limpia al que lo esperaba, decidió amarrarse el cabello con otra cinta que tenía guardada por ahí.
Cuando salió de la habitación, Miguel se quedó mirándolo por unos segundos, sin darse cuenta de que Alexander podía sentir el peso de sus ojos verdes sobre su cuerpo, pues le veía con una de esas miradas que aunque cortas, están tan llenas de admiración y anhelo que son imposibles de ignorar.

«Si el tiempo me permitiera retroceder,
probablemente no escogería ninguna diferencia,
sabio es el dicho aquel
que te asegura
"No hay mal que por bien no venga",
mas temo que mi bien
en el mal de otro se convierta.
Si el tiempo me permitiera escoger,
cambiaría mi sentir por un día de oportunidad,
cambiaría mi vida entera,
por ser libre de corresponder,
cambiaría hasta mi alma
por ser libre para amar,
incluso si lo que amo,
es el miedo a la soledad». Escribiría nuestro protagonista en su cuaderno mientras esperaba por la vuelta del feligrés.
"Alexander me acaba de traicionar ¡¿Cómo desperdicia una oportunidad como esa?! ¡Quiero pegarle, tengo que pegarle! No...si voy a molestarlo ahora, él me va a golpear a mí...bueno, siempre me queda el sin alma para conversar, pero si lo asusto no creo que Alexander me vuelva a hablar...". Pensaba Luci, que había estado observando todo desde las grietas en la madera, y las plantas ya secas del jardín.
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*Cabros chicos: modismo utilizado para referirse a niños y/o jovenes.
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Perdón por la demora en subir el capítulo, tuve problemas con el inicio de sesión en wattpad:(( 
Muchísimas gracias a todos los que se han tomado el tiempo para darle una oportunidad a la historia💜

CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Where stories live. Discover now