CAPÍTULO CATORCE

800 116 77
                                    

El animal facilitado por el cura era de gran porte y hermosura, no hacía falta ser un experto para conocer que el equino debía valer exorbitantes cantidades de dinero. Un caballo de negro pelaje que parecía brillar al ser expuesto a la luz, un caballo tan hermoso como extraño, un caballo que sin lugar a dudas le pertenecía al Diablo.

Lo positivo al menos, es que Miguel no tenía cómo adivinar algo así, y al estar la silla bien colocada, se montó en el con esa facilidad descuidada que regala la costumbre.

Mientras cabalgaba, el día iba muriendo a sus espaldas y el ruido incesante de las herraduras contra la tierra invadía cruelmente su cabeza con pensamientos ilógicos e innecesarios.
"Si el rayo hubiera caído en la iglesia ¿qué habría hecho? ¿Qué habría pasado conmigo si en lugar de un árbol el muerto hubiese sido un humano? Alguien que me ha tratado tan bien, la primera persona en años que no me ha mirado con asco ¿Cómo es posible que sin pensar le haya puesto en un peligro así? ¿Dios perdonará esta falta que he cometido? ¿Lo hará si hoy al llegar rezo un poco más? Quizás no estará dispuesto a escuchar mis disculpas hasta que yo me logre perdonar... Dios ¿Usted habría permitido que le pasara algo malo al señor cura por mi culpa? O ¿Es el caso que usted es quién a corrido el rayo y le ha salvado de mi imprudencia? Usted sabe que yo no podría vivir después de haber matado, pero ¿Sabe usted por qué me da tanto miedo pensar en su muerte? ¿Es porque no deseo sentirme culpable? O ¿Porque realmente soy una persona capaz de sentir compasión? Ya no entiendo lo que hago...desde hace tiempo que no sé ni siquiera a dónde voy, solo sé que no quiero causar daño. Dios, hoy daré mi penitencia, lo merezco por haber sido poco cuidadoso, además solo he rezado cincuenta y dos Padre Nuestro al amanecer, necesito rezar un poco más...". Pensaba Miguel al cabalgar de vuelta a casa.

¿Habrá sido un poco antes o un poco después de haber regalado su alma, que las personas comenzaron a considerarlo un hombre poco necesario para la comunidad? Los rumores son una cosa de temer, algunos humanos fueron capaces de transformar un amor casi poético de un hombre por el cielo nocturno, en juntas políticas revolucionarias y secretas reuniones con amantes inexistentes. Todo por no poder comprender que un adulto no quisiese dejar de soñar.

Eran pasadas las diez de la noche cuando llegó a la casa que había comprado hacía unos meses atrás. Giró la manilla de la puerta y antes de abrirla cerró los ojos e imaginó a sus niños ahora más grandes, caminando por su cuenta y jugando entre ellos mientras aguardaban su llegada. Cuando pusiera un pie dentro del hogar, alguno de ellos correría hacia él y con mucho cariño le diría "Papá", entonces, Miguel les abrazaría y en broma preguntaría por qué no estaban durmiendo, para luego sugerirles ir a mirar las estrellas entre las nubes, antes de irse a dormir.

Al abrir los ojos y cruzar el umbral, observó la fría sala sin muebles, con todas las velas apagadas en un silencio casi sepulcral.

El cristiano tomó su encendedor favorito, ese que le había regalado un compañero de colegio cuando se escapaban de clases para fumar, y prendió unos cuantos candelabros para alumbrar la penumbra en la que se había convertido su vida.

"Todavía me cuesta acostumbrarme a no tener electricidad...". Pensó mientras lo hacía.

Cuando hubo terminado, se dirigió al pequeño altar de la Virgen del Carmen que tenía en el primer piso, sacó el cinturón de su pantalón y se arrodilló frente a la estatua. Comenzó entonces a desabotonar lentamente su camisa con la mano izquierda, dejando al descubierto primero su pecho y luego su espalda, cubierta por completo de marcas que en silencio dictaban la brutalidad de castigos anteriores.

Su cuerpo temblaba impasible, quién sabe si por el frío que cortaba sus heridas o por el miedo que le generaba saber que dentro de poco sentiría mucho más dolor.

Sacó entonces de su cuello un desgastado rosario de madera y sosteniéndolo con su mano menos hábil, trató de calmarse. Tomó con la mano izquierda el cinturón, y luego de apreciarlo entre sus dedos por unos segundos dio inicio a su empresa.

El primer golpe seguido de un pequeño quejido llenó con reverberación el espacio del altar. El segundo, peor que el anterior acompañado esta vez de un grito permaneció en el aire unos momentos, hasta disolverse en el espacio y dar la bienvenida al tercero, al cuarto y al quinto.

Cada uno de los azotes parecía más doloroso y cruel que el anterior, y era lo normal, las heridas de su espalda ahora abiertas y sangrantes, dejaban caer su vida esparciéndola entre el piso, la ropa y la pared más cercana a su mano perpetradora.

"Lo merezco...". Se decía a sí mismo cada vez que el ardor le turbaba y lo tentaba con el deseo de parar.

"El rayo podría bien haberle caído a él y lo sabes, lo mereces...". Se repetía.

"Tú solo te has metido en esto, debes aprender cómo aceptar las consecuencias, mereces el infierno tanto muerto como en vida."...
"Has pecado y lo sabes bien ¡Arrepiéntete!". Pensaba mientras el ruido seco del cinturón contra su piel se entremezclaban con sus gritos en el silencio y la oscuridad.

Solo cuando se hubo acostumbrado a la intensidad comenzó a rezar. No lo hacía antes, porque creía poco útil recitar las oraciones sin tener en mente sus significados y sabía bien que si rezaba desde el inicio, solo cabría en su imaginación el dolor.

Mientras tanto, Alexander esperaba nervioso frente a la habitación del diablo, sin saber bien qué palabras usar para contarle la triste noticia sobre la muerte del manzano.

"¿Te acuerdas de cuando la santa inquisición mataba a los herejes? Bueno, el manzano se ha salvado del infierno... ¿Si digo eso se enojará?". Se preguntaba el cura.







CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Where stories live. Discover now