CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]

CAPÍTULO NUEVE

Alexander se despertó ese día poco después que Miguel, con la cabeza ardiéndole más por leer lo que había escrito en su cuaderno, que por la falta de sueño y el exceso de alcohol.

"A veces creo que no debería volver a acercarme nunca más a un lápiz, y es que puedo tomar y matarme sin hacer nada demasiado estúpido, pero apenas me pongo a escribir salgo con unas cursilerías que sería mejor quemar...¡Por Dios! si alguien lo leyera pensaría sin lugar a dudas que soy un pervertido...y para colmo el temporal tiene para rato". Pensaba el cura mientras se ponía la sotana con normalidad, la cruz no hacía falta, nunca se la sacaba del cuello, ni siquiera cuando se bañaba o dormía.

Antes de llegar a la capilla supo con facilidad que el invitado estaba ya en pie, y difícil habría sido no enterarse, cuando cada madera crujía dolorosamente al más ligero atisbo de intentar pisarla.

Podrán haber notado que no he dado como narrador ninguna información con respecto al aspecto físico de Alexander, y eso es porque él no se había visto con atención a sí mismo desde hacía años, por lo que es muy probable que no supiera exactamente de qué largo era su cabello, ni si aún seguía siendo negro como recordaba o los años lo habían comenzado a aclarar, tampoco podría haber sabido con certeza si estaba más delgado, o si sus ojos estaban ya nublados por algún tipo de presagio de enfermedad. Lo único que él tenía claro sobre su cuerpo era que no quería verlo en el espejo, que bastaba con tener la ropa bien y limpia, guardar la higiene correspondiente a todo ser humano común y tratar de que poco o nada se notara que evitaba su reflejo.

No era que no le gustara su apariencia, es más, desde niño siempre estuvo en exceso preocupado por cómo se veía y por cómo le percibían los demás, pero desde su llegada a la iglesia, perdió por completo el interés por tratar de ser el hombre que antes había sido. El nuevo Alexander era un cura, que aunque blasfemo no salía a fiestas, no se acercaba a ningún hombre con deseos equívocos, no necesitaba escribir sobre vidas ajenas y no debía nunca preocuparse de cosas que su padre siempre le dijo, eran temas de mujeres.

"Si alguien me vuelve a llamar "repugnante" no creo que lo pueda soportar...". Se decía de vez en vez, cuando notaba que trataba de volver a mirarse a sí mismo.

Miguel al escucharle se levantó del lado del brasero, y se arregló un poco las ropas que ya había cambiado por las suyas.

—¡Buenos días, señor cura! ¿Ha dormido usted bien? Muchas gracias por permitir que pasara la noche en este maravilloso y sagrado lugar -le dijo el cristiano apenas le vio cerca, con mucho ánimo.

—He dormido a la perfección, la lluvia me ayudó mucho a meditar y a descansar —Alexander contestó con un entusiasmo similar al que emplean los estudiantes, cuando por obligación deben saludar a los profesores recién llegados al aula.

Pero aunque Miguel era bastante inocente y confiado, no era un tonto y gracias a sus lentes tampoco ciego. —Señor cura, mentir también es pecado; sobre todo si su cuerpo delata con tanta facilidad su engaño...

—Eh, dispénseme usted ¿A qué se refiere? -preguntó el cura, sorprendido por el repentino ataque.

—Esto va a sonar un poco desubicado, pero me refiero a su cara...tiene la apariencia de alguien que no ha dormido en más de un día, ¡lo digo sin afán de ofender, ruego no me malinterprete!

Alexander bastante molesto, sonrió y con su tono de cura aprendido gracias a los años de dormir escuchando misas, replicó —No se preocupe, le entiendo. Ha sido este mi error, es solo que no quería terminar por causar algún tipo de preocupación en alguien que apenas acabo de conocer. Lo lamento —A pesar de fingir tranquilad, estaba a punto de gritarle, pero como este personaje acostumbra hacer, contestó con lo que realmente sentía en sus pensamientos: "No importa qué tan bien se vea, lo religioso no se lo quita nadie ¿a quién le puede importar si dormí o no? ¡Si miento es porque no quiero hablar de ello con un loco!". Reflexionó.