CAPÍTULO TREINTA

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El sol del amanecer, seguro brillaba detrás de las nubes espesas que cubrían el cielo; las flores que hacía unos días habían destacado por su belleza entre el espeso verde de las afueras, yacían sobre el pasto totalmente secas, marchitas de vida y sin esperanzas de recuperarse con la lluvia que se avecinaba; Los zapatos de Miguel cubiertos de tierra, no dejaban adivinar su color, lo mismo ocurría con la parte más cercana al suelo de sus pantalones; el maletín que sostenía con la mano izquierda era probablemente el mismo que utilizó durante su época de colegio, y dentro de el, solo unas cuantas prendas de ropa, un encendedor y un par de libros eran trasladados. Sopesar de la escasez de lo descrito eran esas todas sus pertenencias. Nunca tuvo mucho, quizás por eso su padre lloró al enterarse de que el joven había logrado entrar a la universidad... a estudiar una carrera artística.

Nunca fue fácil la vida para el hijo de campesino, aunque su progenitor siempre destacaba que tenían una suerte increíble debido a la existencia de la propiedad registrada a su nombre, vestigio de un éxito económico lejano en alguna generación anterior. "Cuando seas grande tienes que estudiar más, tienes que ser mejor que yo. Estudia y llega lejos, no termines regalándole tu vida al tiempo", le dijo el hombre a un Miguel aún adolescente, que solo podía pensar en la sugerencia de su único amigo sobre participar en una obra de teatro del internado.

"Si me lo pide Julián supongo que puedo participar aunque sea una vez, ¿qué podría perder? Aparte, él me va a ayudar si lo necesito". Pensó sin escuchar a su padre.

La puerta de la iglesia estaba abierta, como si dentro de ella se fuese a realizar alguno de los ritos que jamás se habían celebrado en su interior. Todo estaba impecablemente limpio, listo para ser abandonado por cuerpos de humanos casi muertos y espíritus de seres con almas encadenadas.

La habitación de Alexander estaba cerrada, y le costó más esfuerzo del usual conseguir entrar, debido a las infinitas negativas del hombre tras el umbral. Al descubrir la figura del ex periodista, modificada por un uso equívoco de las tijeras en su cabello, Miguel no pudo sino sentir cierta ternura, quizás alegría.

"Pensé que ya no me quería ver más, o que se había llegado a hacer daño... me alegra que solo sea esto. Aunque... ¿Es posible que esto haya ocurrido si tiene un espejo en frente?".

—Sé que te quieres reír, solo hazlo de una vez —dijo Alexander mirándolo avergonzado, pero orgulloso.

—Si le tomo la palabra, creo que saldré lastimado de alguna manera...

—Probablemente —hizo una pausa y siguió sarcástico —¿Será que ahora que no soy lindo me dejas y por eso la maleta? No me lo esperaba de un caballero tan correcto como usted.

—Es que quizás yo no soy tan correcto como usted cree, ya le he dicho que lo puedo sorprender —contestó Miguel con malicia.

—Eso no responde a mi pregunta, pero sí confirma que eres tímido cuando te conviene serlo. Algún día vas a salir perdiendo por ser así, sobre todo si estás cerca de alguien como yo, ¿quién sabe cómo podría interpretar tus palabras? ¿O es que me las tome a mal lo que deseas?

"Si pudiera apostar con alguien, daría todo mi dinero a que no será capaz de contestarme. Siempre le pasa lo mismo". Pensó Alexander.

El creyente no le respondió, y con admirable velocidad, cambió el tema de conversación.

—¿No desea que le ayude con eso? —dijo apuntándole el cabello.

"No, eso definitivamente es una mala idea, lo va a empeorar, quedaré calvo, definitivamente no". Pensó Alexander.

—Bueno, pero solo porque no te atreviste a responderme. Si empeora, con esas mismas tijeras me voy a vengar, "señor correcto".

"¿Por qué dije eso?... Igual ¿Qué tan mal me podría dejar? No importa ¿cierto? Sí, confío en él ¿cierto?".

CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon