CAPÍTULO SEIS

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Ese breve intercambio de nombres fue una decisión cruelmente peligrosa para ambos...

Miguel al igual que la mayoría no siempre estuvo loco, el mundo lo forzó a perder la cordura para sobrevivir; mas el tipo de locura que conocería gracias a Alexander, sería totalmente diferente a cualquiera que hubiese sentido antes.

Nuestro querido (o tal vez no tanto) fanático religioso, obtuvo una muy buena primera imprecisión del cura, no solo le había salvado y proporcionado ropas durante una tormenta, sino también le permitió mantenerse como un ser existente.

Aunque nuevamente y para desgracia de los curiosos no entraré en grandes detalles, Miguel no era ¿cómo decirlo? Normal. Para ponerlo simple, espero que no se sorprendan cuando repentinamente desaparezca de la lectura, para volver a entrar sin previo aviso. Ese pobre ser humano podía dejar de existir si no visitaba una iglesia por lo menos una vez a la semana. Su cuerpo a veces no era un cuerpo, y su alma a veces era todo lo que quedaba. "Está, pero no está" sería una frase que lo definiría a la perfección. 

Ya con el traje cambiado salió de la habitación. Tal y como Alexander planeó con malicia, la ropa le quedaba apretada, pero eso no le restaba encanto al creyente, más bien se lo sumaba. 

"A veces creo que soy demasiado inteligente. Habría sido estúpido de mi parte no aprovechar esta oportunidad, le queda igual a como lo había imaginado, se ve un poco tierno. Lo bueno de los locos es que creen cualquier cosa dicha por alguien con autoridad eclesiástica, supongo que no estoy haciendo algo moralmente correcto, pero ¿Cuántas veces se tiene tanta suerte? Lo admiraré desde lejos sin escuchar sus tontas alabanzas a la religión, e ignoraré el amor que siente por el depravado de Dios, luego cuando se calme el tiempo fingiré estar enfermo y me aseguraré que no vuelva". Pensaba Alexander al verlo salir.

—¡Oh Dios mío! ¡Le ruego me disculpe usted! La ropa le ha quedado demasiado ajustada, por favor perdone la escasez del vestuario que le he otorgado. Espero no se encuentre usted incómodo —exclamó el cura luego de haber examinado en mucho detalle la apariencia de su interlocutor. Su actuación fue perfecta.

—Oh no se preocupe, me encuentro perfectamente bien. No se disculpe cuando de forma tan bondadosa y desinteresada me ha prestado auxilio.

"Debo admitir que si lo pone así me siento un poco mal, pero no lo suficiente como para arrepentirme". Alexander mantenía diálogos más largos que los mismos capítulos hablando solo.

—Señor cura...—por la forma en que miraba hacia abajo y por la notoria dificultad con la que pronunciaba sus palabras, el sacerdote dedujo que Miguel estaba a punto de pedirle un nuevo favor—. Disculpe usted si abuso de su confianza, pero hay algo que realmente necesito hacer...

  —Está usted en la casa de nuestro señor y frente a uno de sus más fieles creyentes, usted puede pedir y hacer lo que necesite sin necesidad de sentirse mal por ello —Le dijo Alexander completamente metido en su papel de cura.

—¿Podría usted ayudarme con una confesión?

Por supuesto Alexander aceptó de inmediato, ¿qué clase de cura sería de no hacerlo? Pero para variar, había un problema; el joven jamás había visto siquiera una confesión, para él los ritos católicos, e incluso la creencia misma en la religión siempre habían sido cosas carentes de sentido.

Gracias a Dios, Miguel se confesaba muy seguido y sabía de memoria como una rutina qué hacer. El cura solo debió dar como excusa que esa sería su primera vez llevando una confesión a cabo.

Alexander entró al confesionario nervioso, sosteniendo la cruz entre sus manos mientras el fiel se colocaba frente a la ventanilla de rodillas, listo para comenzar.

—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...—dijo con normalidad el creyente, pero nadie contestó su oración—. Señor cura, ahora usted debe decir "El señor esté en su corazón para que pueda arrepentirse humildemente de sus pecados". Sé que es su primera vez haciendo esto, no se preocupe yo lo guiaré.

—...Muchas gracias, sabe usted que no ha venido nunca nadie en años y hay muchas cosas que por falta de práctica, he desgraciadamente terminado olvidando.
Miguel no tenía cómo saberlo, pero la cara del cura encargado de su confesión se había tornado totalmente roja, después de darle una segunda interpretación a sus palabras.
—"El señor esté en su corazón para que pueda arrepentirse humildemente de sus pecados"—Repitió.

—Han pasado tres días y cinco horas desde mi última confesión. He pecado y terriblemente...—Comenzó a explicar con enorme pesar.

Pero Alexander no podía poner atención en las palabras, pues desde la ventanilla que se suponía brindaba anonimato, veía a la perfección y muy de cerca las facciones de Miguel.

El corazón del joven cura se había vuelto por los años sin compañía, muy débil ante imágenes bellas. Lo primero que quiso hacer al comprender su propia turbación fue huir, pero el espacio no se lo permitió.

A pesar de haberse cambiado de ropa, el cabello de Miguel estaba aún empapado y de el caían pequeñas gotas que volvían traslúcida su camisa, algunas rebeldes iban a parar a sus manos que descansaban sobre las rodillas y otras terminaban por ser absorbidas en la tela de café de sus pantalones. 

Para mostrar de mejor manera la perspectiva del pobre Alexander, dejaré un fragmento de lo que esa noche antes de irse a dormir escribió en su diario:

«Su silueta doblegada ante la fe

y su alma mecida por Dios

desestabilizaron mi corazón,

destruyeron mi pensar

y tentaron a mi desgraciado espíritu

con cruel amoralidad.

(...) Mi corazón apretado dentro de un pecho poco resistente, las pequeñas y claustrofóbicas  paredes del confesionario obligándome a permanecer inmóvil, sus manos entrelazadas, sus cabellos revueltos, el cuerpo aún mojado, sus piernas dobladas, el Rosario al cuello y sus pestañas cerradas con fuerza, confiando en mí una salvación que no podría haber sabido cómo otorgar. (...) Creo que he comenzado un juego peligroso que no seré capaz de ganar...no debí hacer algo tan tonto, no después de lo que ya me han hecho. Solo espero que las cosas no vayan a terminar como lo hicieron en la capital, si vuelvo a escuchar a alguien llamándome "Repugnante" estoy seguro de que no lo podré soportar ¡Yo  no escogí ser como soy! ¡Todo esto es culpa de Dios!».

CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora