CAPÍTULO TRES

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Llevaba una camisa blanca con el cuello almidonado, una corbata azul oscuro, y un abrigo del mismo color. Todos empapados por la lluvia.

El diablo sabía de su llegada de antemano, le conocía desde hacía varios años y el tenerlo cerca lo emocionaba. Pero no entraré en los detalles de su relación por el momento, si todo fuese dicho desde el comienzo no sería divertido ¿No es así?

Miguel golpeaba la puerta con fuerza, estaba molesto, pero a la vez desesperado. Si no le abrían pronto era probable que "eso" comenzara de nuevo. Sus manos temblando por el frío se juntaron y mirando el umbral como si fuera lo que le llevaría al paraíso, comenzó a rezar colocándose de rodillas en los escalones.

"Ese tipo no ha cambiado nada desde la última vez que lo ví, otra vez se ha puesto a rezar. Me pregunto qué cara pondría si supiera que soy yo quien lo escucha". Pensó el diablo, esperando a que el hombre terminara de formular su plegaria para dejarlo entrar.

Una cosa muy conocida del innombrable, es su facilidad para engañar, transformarse y cambiar de acuerdo a lo que la situación convenga, y este caso no fue una excepción.

Normalmente dentro de la iglesia y frente a Alexander mostraba su forma real, pero si un hombre como Miguel le veía  lo más probable es que muriera de un infarto. Su miedo al diablo y al infierno eran inmensurables, dominaban su vida incluso más que su fe hacia a Dios, eran para el pobre una fobia insuperable.

Con eso en cuenta, el ex ángel optando por usar ropas de clérigo y una cara agradable le dio la bienvenida con falsa preocupación parado en el marco de la entrada ―¡Dios mío! ¿Está usted bien? ¿Cuánto lleva aquí afuera? ¡Entre, no vaya a ser que se enferme!

―Lo estoy, muchas gracias por permitirme entrar. La paz esté con usted.― Le contestó Miguel, conmovido por la amabilidad del "hombre" que tenía enfrente, sin reconocer su verdadera naturaleza.

Alexander, escondido debajo de uno de los banquillos cercanos al altar miraba nervioso al nuevo invitado en la casa de Dios. Su cabello era castaño claro y sus ojos verdes. Las ojeras se le asomaban incluso a través de los lentes y una pequeña barba al final de la pera le daba un aspecto un poco mayor del que realmente debía tener. Era bastante atractivo físicamente, o esa fue la primera impresión que causó en el cura, lo único negativo que dejaba ver era que sus ojos parecían estar nublados por una sombra desequilibrada, por miedo entremezclado con amor.

"No pienses en estupideces ahora... Debe haber pasado demasiado tiempo desde la última vez que vi a un tipo de mi edad, si alguien me escuchara pensar creería que me gusta cualquier cosa  que aparezca  ante mi vista..." Se dijo a sí mismo Alexander, aún utilizando como escudo el banquillo. "Realmente no quiero salir... Tiene pinta de ser creyente ¿Y si me descubre? No deseo pasar el resto de mi vida en la cárcel por tener una identidad falsa... ¡¿Cómo se le ocurrió a ese desgraciado que traer a un extraño aquí sería una buena idea?!" Pensó culpando a su amigo por la llegada del visitante.

Sánchez, como lo hace todo el que llega a un lugar nuevo, se paseó curioso por la capilla admirando con sumo respeto las pinturas y esculturas que la decoraban, mientras esperaba por el innombrable que había ido a buscarle una toalla. Él no podría haber adivinado que cada una de sus pisadas hacía eco en el pecho de alguien más, y que cada vez que se acercaban al altar, la ansiedad iba consumiendo a otra persona.

"Me va a ver, me va a ver, me va a ver..." Era todo en lo que Alexander podía pensar a medida que los pasos se escuchaban más y más cerca "¿Qué le digo para que esto no se vea raro? ¿Y si finjo estar muerto? No, un desmayo sería más creíble... ¡¿Por qué nunca pienso bien bajo presión?! Ya, no importa, diré lo que sea y me iré no estoy obligado a hablarle ni tratarlo bien, probablemente se vaya después de la tormenta". Se dijo a sí mismo convencido de haber llegado a una resolución mientras alzaba la mirada hacia la derecha, topándose sin así quererlo con la vista verdosa del cristiano.

Sus facciones de cerca eran mucho más bellas, y por un segundo el cura no pudo hacer más que apreciarlas, como apartándose del resto del mundo. ―¿Qué estoy haciendo?― Se preguntó sorprendido de sí mismo.

―Eso es una buena pregunta ¿Por qué está usted tirado en el piso?― Le contestó Miguel.

―¿Dije eso en voz alta?― Preguntó el joven ruborizado.

―Me temo que sí ¿Se encuentra usted bien? Parece estar teniendo algún tipo grave de problema ¿Desea que lo ayude en algo?

La impresión de Sánchez no era equívoca. Avergonzado, tímido y deseoso de seguir hablándole, Alexander estaba siendo víctima de un cruel colapso mental.

CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Where stories live. Discover now