CAPÍTULO CINCO

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Alexander ese día muy probablemente cometió el peor error de su vida. No solo dio permiso a alguien de estar dentro de su iglesia de forma indefinida, sino también sacrificó su anhelada soledad y puso en riesgo su identidad falsa.

Miguel en tanto estaba lleno de felicidad, pues a diferencia de muchos otros seres humanos, necesitaba visitar constantemente lugares sagrados para mantenerse con vida.

 No es fácil decir cuándo comenzó, ni se puede ni se podría saber nunca con exactitud en qué minuto un hombre común y corriente, pasó a convertirse en un fanático religioso. Debe ser porque delimitar lo normal de lo incorrecto suele ser bastante difícil. Pero algo es seguro, poco después de cumplir los treinta y dos años, ya rezaba al menos veinte veces al día y se confesaba cinco veces por semana. 

Los días en los que no cumplía con la "meta" diaria de oraciones, se autoflagelaba frente al altar de su casa, las veces que fueran suficientes para pagar por el pecado de olvidarse momentáneamente de Dios.

Muchos, incluso dentro de los creyentes lo llamaban loco, pero si hubiesen sabido lo que motivaba sus acciones desesperadas no habrían podido hacer más que admirarse de su valor. Miguel no era una persona falta de juicio, solo era un hombre que había dado demasiado a cambio de muy poco. 

Ya narrada la perspectiva de nuestro más reciente personaje, continuar con la conversación del capítulo anterior sería lo más lógico. Pero hay que primero recordar que el pobre Alexander sigue procesando en silencio la idea de convivir regularmente con un hombre que no solo es lindo, sino también demasiado creyente ¿Qué pasaría si una persona que admira tanto la religión se enterara de sus gustos? Probablemente, haría lo mismo que hicieron sus amigos poco antes de que él pudiera escapar de Santiago. Los golpes fueron la parte más suave, si lo comparamos con el dolor que significa para cualquiera perder una amistad.

—¿Señor cura? —preguntó Miguel acercándose al sacerdote. Una vez parado lo suficientemente cerca de su cara, movió en frente de ella su mano derecha, a modo de verificar si continuaba consciente.

El joven cura al ver repentinamente el rostro de su interlocutor a tan corta distancia del suyo, no pudo hacer más que sobresaltarse y apartarse ligeramente, disimulando su turbación—. ¿No conoce usted que cada persona debe estar a una distancia prudente de la otra? Recuerde usted que soy aún un  desconocido, a pesar de mis ropas ¿Quién sabe que clase de persona podría ser? —Alexander trató con esa intervención de asustar al religioso, insinuando levemente un doble sentido.

—Tiene usted razón, ruego me disculpe. Es solo que no estoy pensando correctamente... a decir verdad, creo que es por el frío; mis ropas se han empapado y no tengo nada para poder volver a entrar en calor... —El hombre hablaba tímidamente con la vista gacha, pedir un favor le avergonzaba—. Quisiera saber si... ¿podría usted ayudarme?

"Oh Dios... (¿No debería seguir usando esa frase? Bueno eso no importa). Esta situación es como uno de esos sueños que te cuenta la gente en un bar. Digo, de la nada entra un tipo lindo y empapado a una iglesia donde solo estoy yo y me pide ayudarlo a entrar en calor, ese clase de cosas no pasan en la vida real ¿Será que Luci ha provocado esto para mí? Si no es un milagro hecho por diablo no suena como algo factible en absoluto. ¿Debería aprovecharme de la situación y prestarle mi ropa normal? Es bastante más alto que yo, pero estoy seguro de que no habría problema con que le quedara un poco más ajustado, por lo menos para mí no sería un problema en absoluto...". Pensó Alexander ilusionado.

—Claro que podría ayudarlo, venga. Le daré un poco de ropa para que se cambie y dejaremos la suya secando al lado del brasero ¿Le parece eso correcto?

Miguel asintió y siguió al joven cura por los pasillos desgastados de la iglesia. Cada tabla y madera quería avisar con un cruel quejido que estaba siendo pisada, por las paredes caían grandes goterones de agua que apagaban las velas al salpicar y las ventanas parecían estar permanentemente empañadas . Todo daba la imagen de un cuento de terror que hubiese asustado a cualquiera que no tuviese confianza absoluta en Dios...o en el Diablo.

Al llegar a un pequeña habitación Alexander sacó de entre un montón de ropa perfectamente doblada una camisa, una corbata azul, un par de pantalones y una chaqueta. —Esto es todo lo que dispongo, lamento si no son de su talla, pero al menos le servirán para no pasar tanto frío—. Era mentira, tenía mucha más ropa guardada, pero el cura detestaba compartir a menos que fuera muy necesario hacerlo.

—Puede cambiarse en esta habitación, lo esperaré afuera —Agregó Alexander cerrando  la puerta.

"Muy lindo y todo, pero no puedo distraerme. Debo encontrar una manera de hacer que se marche. Si todo esto fue provocado por Luci, no puedo contar con su ayuda. Definitivamente la mejor idea es fingir tuberculosis, hay muchos contagiados por todas partes en el país. En Santiago era un problema muy serio hace unos años". Pensaba el sacerdote hasta ser interrumpido por la grave voz del hombre en su habitación.

—Disculpe... Ha dicho hace un rato que no debería confiar en usted por no conocerlo, mas puedo estar seguro ahora de que es usted una muy buena persona, alguien digno de servir a nuestro señor. Gracias por la ayuda que me está brindando, pagaré su gratitud viniendo todo lo que pueda a esta casa de Dios —Dijo mientras se abotonaba la camisa hasta la parte más alta—. Me ha molestado un poco la idea de ser entre nosotros desconocidos a pesar de ser ambos hijos devotos del todopoderoso, mi nombre es Miguel Sánchez, es un placer conocerlo.

—Es un gusto igualmente, mi nombre es Alexander Ansora.

"Mátenme..." Pensó luego de contestar.




CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Where stories live. Discover now