CAPÍTULO DIECISÉIS

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-¡Una semana! ¡Una semana! ¡¿Te lo puedes creer?! ¡Esto me parece totalmente inaceptable! ¡¿Quién se cree que es?! Uno no me habla y el otro no llega...no me malinterpretes, no es como si estuviera esperando poder verlo, yo ya dije que no tenía que mirarlo de esa forma, es un hombre casado. Mi problema es que detesto cuando la gente no cumple con sus promesas, si no van a poder mantenerlas ¿para qué las hacen? Él dijo que vendría y no lo ha hecho... ¡No me mires así! ¡No lo quiero ver por eso! Es por el caballo...sí el caballo, ese animal era de Luci y seguro está molesto porque lo presté sin permiso, debe ser ese el motivo por el que me ha estado ignorando estos días, gracias a Dios que te tengo a ti ¡No, no debo darle el crédito a él! Oh espera, tú eres su hijo así que en parte sí es gracias a él, bueno no importa. ¿Crees que se haya molestado conmigo por lo que pasó antes de que se confesara? ¿Debí haber parecido más afectado? Pero mientras más te afecte, más raro es, si fuera "normal" no debería producirme nada en absoluto ¿no? ¿O sí? ¡¿Cómo se supone que debería saberlo?!.. ¿Qué intentas decirme con esa cara? No...eso no es posible, no es posible que se haya dado cuenta de todo y que no llegue porque fue al pueblo a denunciarme, no es posible, ¿no lo es? No lo es... Tú y tu padre son iguales, siempre buscando la mejor manera de destruir la tranquilidad de las personas, poniéndoles retos y cosas poco útiles ¿por qué me haces esto? Sí, ya sé que eres una figura de madera, pero no he hablado con nadie en días y soy un periodista ¿sabes lo difícil que es para mí no comunicarme? hablar con Luci es como conversar con miles de personas diferentes, no hay oportunidad de aburrirse, mas si ese maldito decide ignorame, desgraciadamente solo me quedas tú ¡Porque ni muerto le dirijo la palabra a Dios! -como podrán haber imaginado, este diálogo es un extracto de una conversación entre Alexander y su figurilla favorita de Jesús.

Los días luego de que Miguel se marchara se convirtieron en una eternidad para el cura, algo normal considerando que aunque el hombre no poseyera una correcta estabilidad mental, era la única compañía "humana" que el sacerdote había tenido en años, saber que llegaría a verle otra vez era saber que aún se mantenía con vida, que aún seguía siendo una persona.

La falta de atención de Luci hacia él, sumada a la promesa rota de Miguel motivaron a Alexander a escribir un poco más sobrio de lo que normalmente lo hacía.

«La ventana está cerrada,

y por primera vez he llegado a pensar

que la soledad fría y continua

vive junto a mi alma.

Y ¿qué hacer?

He sido yo quien le ha llamado.

Ella sabrá encontrar en mí la compañía

que necesita para avanzar

o moriré a su lado

sin servirle, como tantos otros más...

La poesía jamás será lo mío,

y aún así la escribo

Nunca me rindo,

y eso mata mi realidad.

Asumir es más difícil que llorar».

-¡Jesús, ¿sabes qué?! ¡Que el desgraciado no me hable si no quiere! ¡Y que el otro me denuncie si se le da la gana! ¡Yo no necesito a nadie! ¡Pueden hacer lo que quieran, me da igual! -resolvió el hombre a la vez que arrugaba la hoja que acababa de escribir.

Mas no bastaron cinco segundos para que se arrepintiera. Fuertes golpes en la puerta de entrada lo obligaron a levantarse de la silla, y correr emocionado a recibir al posible visitante. Grande fue la sorpresa que se llevó al descubrir que en la entrada no había nada ni nadie que pudiera hacerse responsable del llamado a la puerta.

Un escalofrío recorrió la espalda de Alexander y luego de revisar varias veces que se hallase solo, tomó las llaves, cerró y corrió hasta su pequeña habitación.

"Los fantasmas no existen ¿o sí? No...no existen ¡Si me junto a tomar once con el diablo no puedo cuestionar la existencia de fantasmas! ¡¿Entonces...estoy sufriendo un evento paranormal?!". Se decía a sí mismo el sacerdote, mientras de fondo se escuchaban las pisadas de un ser invisible e inestable que se acercaba cada vez más.

Antes de continuar con lo que está a punto de sucederle al sacerdote, debemos volver en el tiempo hasta el momento en el que Miguel despertaba de su extraño sueño, una semana atrás.

Con los ojos abiertos, aún sentado sobre el suelo abrazaba inconscientemente sus rodillas, maldiciendo la hora en la que su imaginación había corrompido la imagen de una buena persona.

Su mente estaba perturbada, y en ella ya no cabía ningún pensamiento racional mientras la estatua casi sarcástica de la Virgen le miraba. Tardó solo unos minutos en decidir que continuar con el auto flagelamiento, era una excelente opción.

Al propinarse los golpes, grandes gotas recorrieron con lentitud sus mejillas. No eran lágrimas de dolor, por lo menos no del físico; eran más bien el reflejo de un recuerdo sobre una adolescencia olvidada y la sensación de que el infierno le recibiría sin injusticia alguna.

"Se supone que ya había superado esto... ¡Se suponía que no me volvería a pasar! ¡Yo ya no soy de esa forma!... ¿Alexander me recibirá si voy con él para buscar ayuda? Esto...no se lo podría confesar, ¿con qué tipo de mirada recibiría mi confesión si se la expresara? ¿Sería de asco o de lástima? ¡No debería estar pensando en cómo me verá si lo hago! ¡Debo estar avergonzado de mí mismo! ¡A pesar de que la odio más que a nada, soy un hombre casado! Como si no fuera lo suficientemente malo que sea otro hombre, esto es adulterio. ¿Dios me sabrá perdonar esto? ¿Me lo podría perdonar el señor cura? ¡¿Será acaso el diablo quién me tienta?! ¡Debe ser eso! ¡Sabe lo que me ha pasado de niño y busca hacerme caer otra vez en el pecado! ¡Esto debe ser obra de él, no es el reflejo de algo que yo desee! No lo es..." Pensaba Miguel mientras continuaba propinándose heridas con el cinturón de cuero que más usaba.




CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora