CAPÍTULO DIECINUEVE

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Pero no era la primera vez que esos ojos incansables le seguían y muy por seguro no sería la última. Desde que cayó del caballo ese día de lluvia, el infierno y el acoso constante de su salvador, se convirtieron en su destino.

Muy probablemente, el lector se esté preguntando "¿Cómo es que Miguel logró entrar sin que Alexander le viese?" Y por fortuna, eso es muy simple de responder; Pasa que es sumamente difícil para un humano promedio, poder ver el alma de alguien que no existe en el mismo plano.

Eso era lo que le ocurría al cristiano si por tiempo u olvido incumplía con alguna de las obligaciones estipuladas en el contrato, su estado físico volvía a la forma que por dictamen divino le correspondía, la nada absoluta. De él solo quedaba una masa extraña, el resumen de una conciencia pegada a un alma encadenada, que solo vaga anhelando la muerte que ya vive.

Pisar un lugar sagrado al menos una vez por semana, era parte de su obligación para mantener su cuerpo, para mantenerse vivo. A pesar de que podía recuperar lo perdido, no era un chiste lo que debía sufrir al convertirse en nada, quizás incluso compararlo con el dolor físico generado por el infierno quedaría corto, aunque no era tan malo como lo que sentía al volver a convertirse en persona.

El feligrés había entrado siendo solo un alma a la iglesia, y luego de un rato cuando hubo logrado su forma acostumbrada, aun siendo víctima de las extrañas sensaciones producidas por la no existencia, se dirigió a corroborar el bienestar del hombre al que deseaba mantener con vida; quién sabe si por responsabilidad, o por algún tipo de atracción que no quisiese aceptar ni en la parte más profunda de su mente y corazón.

Volviendo a la escena dejada en el capítulo anterior, hemos de recordar que Alexander temía de la posible aparición de alguna ánima por los alrededores de la iglesia, y había confesado a Miguel los hechos que le obligaron a encerrarse con Jesús en su habitación.

—¿Me está diciendo usted que ha escuchado a una persona dentro de la iglesia, antes de que yo llegara? —preguntó Miguel al cura tratando de fingir algún tipo de sorpresa e incredulidad.

—Sí, exactamente eso es lo que ha ocurrido, mas debo decirle que lo que escuché no pudo haber sido otro ser humano...los ruidos, las pisadas y esa especie de llanto agónico no podrían ser jamás reproducidos por alguien como nosotros —contestó el cura, sospechando un poco de las reacciones de su conocido.

—Pudo haber sido algún animal ¿no cree usted? —continuó el otro, sabiendo que estaba siendo observado y que cualquier ademán de explicarle a Alexander lo sucedido, podría transformarse en una pésima decisión.

—No creo que usted se haya dado cuenta, pero por motivos que desconozco, jamás he visto más animales que la cabra y caballos de mi amigo, el que le recibió cuando llegó.

"Al parecer mi amigo el Diablo selló este lugar desde que llegamos, porque él sabe que yo detestaría encontrarme con cualquier otro ser vivo, es por eso que asumo todo lo que escuché fue un hecho paranormal y la verdad me parece muy raro que me esté cuestionando tanto. Por otro lado, ¿por qué te alejas tanto de mí? Sospecho que sabes algo que no quieres decir, como que te has dado cuenta de mi mentira o has comenzado a comprender tu verdad a medias, y la verdad, ninguna de esas cosas me conviene, pero si te echo ahora por una conclusión mal sacada me quedaré solo con Jesús y los fantasmas". Analizaba mentalmente el cura. "Sí, definitivamente no le puedo decir eso".

Alexander se había quedado mirando fijamente hacia el frente mientras pensaba, ignorando el hecho de que su interlocutor estuviese parado en la dirección en la cual descansaba su vista. Pues como era costumbre en él, no podía ver más que a su conversación imaginaria, el resto del mundo lograba con sorprendente éxito desaparecer de su conciencia.

—Se...¿Señor cura? ¿Le ocurre algo? —cuestionó con timidez Miguel, pensando en dos cosas muy distintas entre ellas, pero relacionadas, siendo completamente ignorado por el otro.

Al notar la mirada del cura puesta sobre él por varios y eternos segundos, Sánchez que en un comienzo y luego de escuchar lo relatado por el sacerdote, había dirigido su mente a la idea de que el pobre era un rehén del diablo; ahora no podía pensar con claridad en nada más que en la turbación que le generaban esos ojos clavados no en su persona, sino en algo que iba más allá, en una idea que no podría nunca alcanzar. Esa mirada que pensaba más de lo que decía y que dejaba entrever una sutil capa de engaño por sobre ella, pero que aún así no quería llegar a cuestionar.

—A...¿Alexander? ¿De casualidad ha quedado usted inconsciente estando de pie? ¿Por qué no responde? ¿De verdad está usted bien?

El padre salió de sus pensamientos violentamente luego de escuchar a su interlocutor llamar su nombre por vez primera, no sin antes dejar para sí una breve reacción. "¿De cuándo que este tipo me trata con tan poco respeto?".

—Por supuesto que estoy consciente, es solo que cruzaba por mi mente una breve reflexión. Pero he de admitir que me ha sorprendido usted, no lo creí tan atrevido, Miguel —le contestó jugando con una pequeña insinuación, un doble sentido tan bien encubierto que sin estar en la misma sintonía, sería imposible comprender. El cura sabía que de entenderle, su hablante se avergonzaría más de la cuenta. Claro que aún temía ser descubierto, pero habían oportunidades que a su juicio era incorrecto llegar a dejar pasar.

"Probemos a ver si mi teoría del otro día era cierta". Concluyó.

Con el rostro encarnado, mordiendo más fuerte de lo recomendable su labio inferior y con las manos en los bolsillos, el cristiano se excusó y dejó el pasillo incomprensiblemente molesto con él mismo.

"Sí, tenía razón ¿seré psíquico? Este fanático de lo divino tiene bastante peor suerte que yo, pero tengo que recordar más seguido que está casado y que yo no puedo ser tan tonto, no después de tantos años bien...".











CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora