CAPÍTULO VEINTITRÉS

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«Y la sangre gotea por las escaleras de la entrada, ¿por qué no hago nada? Ah...porque soy yo el que sangra.
Las flores muertas del jardín me envidian, ya que, aunque agonizante, sigo guardando vida.
El reloj de alguien se ha quedado sin cuerda, y por ello sentencian la ejecución de un cigarrillo junto al tren.
La cruz está quebrada, algún humano la desmembró, pero ella ya muerta no chilla y con todo el sarcasmo que usan los objetos asesinados, me sonríe entre sus astillas bañadas en vida.
No, no llegues que ya es tarde y estoy cansado de las risas de las flores y las cruces sin fe, no llegues que por fin las escucho callar, y sé que no es una buena noticia, pero quiero creer que tampoco es tan mala.
No, no llegues a recoger las astillas de mi alma, ni el aire de mi mirada.
Ah...el tiempo pasa, pero ya no queda nada...».
Sentado frente al fuego del brasero una persona tan normal como extraña, hilaba palabras que le parecían bellas en la narración de un sin sentido perturbado por premoniciones vagas, y por deseos guardados tan dentro de su espíritu que ni él mismo sospechaba, le pertenecían.
Las llamas se contorsionaban dentro de la oscuridad, y bajo su mirada de poeta frustrado, parecían retorcerse en busca de vida; él las imaginaba como seres tristes que solo sienten hambre, por eso incluso con las maderas casi muertas a su alcance, seguían sufriendo en su anhelo constante de supervivencia.

"Si me pagaran por pensar en cosas que no importan e imaginar estupideces, probablemente tendría tanta plata que podría preocuparme por no tener cómo gastarla antes de morir". Se dijo Alexander como conclusión frente a sus escenarios imaginarios. "Y el otro ¿cuánto rato va a estar lavando la camisa? Está bien que sea blanca, pero era la parte de arriba no más lo manchado...cuando vuelva ¿De qué le voy a hablar? Mejor me voy a dormir a penas entre, porque no lo puedo mandar para su casa a estas horas y con este frío. ¡¿Por qué no solo construyeron una chimenea?! Ni en el internado nos dejaban con braceros en las noches, y eso que el frío de Santiago ahora me parece calor...".

El aspecto de la iglesia rara vez descrito (más allá de sus pisos y paredes), no era ni llamativo, ni novedoso, era solo aquello que quedaba detrás de una construcción antigua de adobe y palos de colihue en las partes más bajas del techo, un altar por algún motivo siempre limpio e intacto a pesar de los años, un par de habitaciones y nada más, aunque si quisiésemos extendernos innecesariamente, probablemente se recalcaría que sus paredes eran rojas y que en el contexto de la escena descrita más arriba ninguna vela alcanzaba para iluminar, por lo que el brasero sería entonces la máxima fuente de luz.

Pasado un rato desde los pensamientos descritos de Alexander, la puerta de entrada de la iglesia se abrió con cierta dificultad, y desde dentro de las sombras exteriores, la silueta de Miguel fue adquiriendo forma al acercarse a la fuente de luz. Había vuelto con las manos ocupadas por su camisa y la sotana, tratando de hacer el menor ruido posible para evitar molestar.
—Creí que usted ya no iba a volver, ¿cómo le ha hecho para tardar una hora y media en lavar solo eso? —interrogó el sacerdote al verle entrar.
"Porque así iba a oscurecer y no tendría que volver hoy".

—No podía sacar la mancha...dispénseme por la demora.

—Dios, si cada broma se la toma así, creo que realmente deberé abandonar mi carrera como comediante, pero solo por su salud mental, porque creo tener algo de talento.

—Creo que sería sabio de su parte dejarlo, señor cura —le contestó Miguel con fingida seriedad.

—Páseme las cosas, voy a quedarme un rato aquí mientras se secan... Ya es muy tarde para que usted retorne a su hogar, así que puede usted usar mi habitación si lo desea.

—¿Y usted? No podría aprovecharme de esa manera... —el feligrés sentía temor de generar incomodidad con su presencia y al escuchar la propuesta de Alexander, repentinos deseos de irse lejos le llenaron la mente.

CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن