CAPÍTULO VEINTE

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Miguel huyó al patio de la iglesia y con las manos metidas entre los bolsillos, la mirada gacha y el rostro sonrojado, esperaba solo, tratando de encontrar la paz en alguna oración desesperada.

Su labio inferior derramaba una espesa gota de sangre que tibia se dispersaba entre sus dientes ordenados y su boca; esa misma que por continuos actos auto destructivos, hacía tiempo se había acostumbrado al sabor del hierro oxidado.

Inquieto no por lo dicho, inquieto no por lo escuchado, inquieto por lo sentido, inquieto por lo que pensó había olvidado.

"Tengo miedo". Se dijo a sí mismo.

Miguel estaba enojado, triste y dolido, pero no por haber entendido la insinuación del sacerdote, sino por el sentimiento que generó en su cuerpo el escuchar por primera vez en años su nombre. Confundido, el creyente no alcanzaba a saber si su corazón se había sobresaltado por recordar que aún vivía o por el hombre que había pronunciado su individualidad.

"Tengo miedo". Se volvió a decir, esta vez observando como su mirar se nublaba por un sentir no deseado.

—¡Es niñita! —creyó escuchar dentro de su locura, replicando mentalmente a la perfección las voces de sus compañeros del internado.

Era ese el "insulto" que siempre recibía, solo por llorar con más facilidad que los demás, solo por ser el único que se sentía lo suficientemente libre como para no esconder sus emociones.

Burlas dignas de ese tiempo tan extraño en el que no se es grande ni chico; ese período tan agridulce, tan duro, tan bello, calmo, amable y violento en el que descubrió sin quererlo, el amor por la actuación y las personas.

Su infancia y adolescencia volvían a veces a su vida reencarnadas en realidades imaginarias, como un reflejo de su soledad y sus deseos de regresar a la seguridad que le proporcionaba la fe en el futuro y la amistad, esa fe mermada por los años de vida en sociedad.

"Tengo miedo". Volvió a pensar recordando el desprecio con el que "ese" cura le miró luego de abrazar a Julián.

Y de nuevo el aire le faltaba, y la lógica se le escapaba entre las palabras.

Cuando eso pasaba solo tenía que huir, utilizar su mejor escape y esconderse entre las oraciones y el dolor físico convertido en anestesia, pero en ese lugar, en esa iglesia no podía colapsar "¿Qué pensaría el señor cura si me viera así?" Era el pensamiento que le impedía entrar en su refugio de locura.

"Si yo vuelvo a sentirme de esta forma por un hombre, si he transformado el amor que le profesaba a mi esposa en odio, si rompo mis votos y la promesa que le juré ¿Dios me podrá perdonar?".

—¡Jesús ¿por qué no me paraste?! ¡Estuviste aquí todo el tiempo y no me dijiste que estaba cruzando la línea! Ahora ¡¿Qué va a pensar ese loco de mí?! ¡Estoy seguro de que ya se dio cuenta de que soy un depravado y todo por tu culpa! Pensé que tú sí me querías, pero veo que me equivoqué... No me digas nada, ya lo sé, no quiero tus excusas agónicas. Tu padre me hace homosexual y tu me permites demostrárselo a otro hombre ¿por qué ustedes insisten en destruir mi vida? ¡No me mires así! ¡Solo te hablo porque Luci no está, no te creas tanto! —Alexander estaba sentado sobre la punta de sus pies, abrazándose a sí mismo. Culpaba a Jesús porque estaba atemorizado, pero ni siquiera se atrevía a mirar a la figurilla, en su lugar, había fijado su atención en una pequeña grieta en la parte baja del espejo de su habitación.

"¿En qué mierda estaba pensando? Si llega ahora y me mata ¿Luci de verdad no va a llegar?Antes la pasaba bien haciendo este tipo de cosas, no me importaba si me descubrían o no, pero eso era porque siempre he sido un tonto demasiado confiado. Miguel parece ser una buena persona, es lindo, amable y muy atento, pero ¿qué pasa si no lo es? ¿Qué va a sucederme si no lo es? Que él sea parecido a mí, no quiere decir que no pueda odiarme...no creo que me golpee ¿o sí? No creo que él se asuste y no vuelva ¿o si?... Debo seguir siendo un tonto si temo más por la segunda, supongo que la compañía es más peligrosa que la soledad". Se decía el cura sin despegar la vista de la grieta en el espejo.

El cristal no solo estaba quebrado en la parte del final, la herida que lo acongojaba era delgada, pero certera y dividía todas las imágenes que reflejaba en dos partes iguales, levemente distorsionadas. Mas Alexander no tenía cómo saberlo, tenía pánico de encontrarse con su reflejo y con tal de no verse, nunca había mirado la estructura completa del objeto. La última vez que se había visto, el día después del ataque en Santiago, no pudo observar más que al afeminado que su padre nunca pudo corregir, detestaba imaginar que si volvía a hacerlo se encontraría nuevamente a ese ser amoral y odiado fingiendo frente a él una sonrisa.

—Pensé que mi regalo no te había gustado, pero veo que incluso te has arriesgado más de la cuenta —le dijo la voz conocida de su amigo, que había aparecido de entre las esquinas.

Pero el hombre no le contestó, estaba demasiado concentrado en la grieta del espejo como para escuchar. Se preguntaba en sus adentros si debía parchearlo o simplemente acabar con su sufrimiento.

"El problema de los espejos es que no importa cuánto los rompas, no dejan nunca de reflejar...debe ser horrible estar herido de muerte y ser incapaz de descansar por naturaleza". Pensaba.

—Miguel es una buena persona, pero demasiado sensible e imprudente, aunque creo que eso ya lo has descubierto ¿no? —continuaba el Diablo sin darle importancia a que no le escuchase.

"Si lo destruyo por completo, ¿me odiará o me lo agradecerá?".

—Alexander, creo que deberías ir a verle, está en el patio y creo que por mi culpa está pasando un momento bastante desagradable. Creo que tu podrías ayudarlo a morir como desea y él podría ayudarte a ti a continuar.

"Si toco la grieta ¿me cortará?".

—¿Cuántas veces has sangrado a lo largo de tu vida? Ya estás algo grande como para temer a un corte accidental. Aunque sangres, mientras yo esté cerca no permitiré que vuelvan a quebrar tu alma, así que no te preocupes demasiado.

"Y si la tapo con algo ¿desaparecerá?".

—Por supuesto que no, las grietas no desaparecen incluso si finges que no están. Por otro lado deberías ir ahora a hablar con Miguel, en el fondo está esperando que vayas.

"Si solo lo miro, el espejo no me cortará, pero ya estoy harto de saber que está roto y no poderlo arreglar".

—Si tus manos, mente y alma están quebradas ¿Cómo esperas servirle a alguien más? El espejo aún refleja, pero no puedes impedir que se vea roto cuando esa es su realidad. Tu mente y tus acciones ¿siempre estuvieron tan divididas? ¿O alguna vez fueron ambas el reflejo de tu alma?

"Si lo arreglo ¿seré capaz de volverme a mirar en el?"

—¿Piensas ayudarlo a él y a ti mismo a sentir que todo está bien o a morir sin soledad?

"Quizás además de romperlo, cubrirlo o cortarme haya algo más que pueda hacer".

—Puedes aceptar las cosas como son, sin ignorar y sin odiar.

"¿Qué otra cosa podría hacer?". Pensaba el cura, sin haber escuchado ni una sola palabra dicha por su amigo.








CONFIESO QUE NO CREO [COMPLETA]Where stories live. Discover now