33. Amor que sana

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...

La princesa estaba sorprendida y aliviada de escuchar a su esposo llamarla. Gracias a su presencia estaba mejorando.

- Link.

- Zelda...

La joven, al borde del llanto, acarició el rostro de su esposo con delicadeza, luego, siguió respondiéndole.

- Estoy aquí a tu lado...

- Perdóname, no pude salvarte...

El príncipe empezó a derramar lágrimas, y aunque su cuerpo no podía reaccionar, sabía que su salud no estaba bien. Él tenía como último deseo ver a su amada una vez más.

- Tú no vas a morir, pues he venido a salvarte...

Con sus ojos desbordando en lágrimas, Zelda colocó una mano en su frente, provocando que su cuerpo sea rodeado de luz y empiece a mostrar signos de transformación; su vestimenta no cambió en lo absoluto, pero otras partes de su cuerpo sí mostraron una diferencia, su cabello empezó a oscurecer su tonalidad, mientras que sus ojos carmesí pasaron a tomar una coloración azulada y brillante; de esa forma, reveló una parte de su anónima identidad.

La princesa, por medio de su mágica esencia, apareció en sus manos el objeto que había estado guardando con sumo recelo, una maravillosa obra hecha por ella con todo el amor de su apasionado corazón

Cubrió al joven con su sagrada reliquia, provocando que esta brille intensamente en el momento que tuvo contacto con él.

- Este es mi regalo para ti. Feliz cumpleaños, mi amor...

La joven se abrazó al pecho de su amado, y a medida que las lágrimas resbalaban de sus mejillas, el sagrado objeto brillaba con mayor intensidad, a tal punto que de la herida del brazo de Link comenzó a brotar una oscura esencia que fue desvaneciendo poco a poco; luego de aquello la abertura de la agresión se cerró lentamente.

- Zelda...

El príncipe, aun afectado por los delirios de la enfermedad, abrió los ojos y se encontró con el rostro de su amada, mirándolo con amor ferviente; varias lágrimas empezaron a salir de sus ojos al observar que frente a él se encontraba la mujer de sus sueños, la única por la que había aceptado su marcado destino y por la que sería capaz de dar su vida.

- Princesa... ¿Eres tú? – preguntó, mientras acercaba su mano al rostro de su esposa.

- Sí, mi amor, soy yo. – respondió sonriéndole, con lágrimas en los ojos.

Olvidándose completamente de su deber, se acercó a los labios de su esposo para besarlos con pasión lenta y desmedida, mientras que este, dejando de lado su malestar, le correspondió de la misma forma, aferrándose con sus limitadas fuerzas a la cintura de ella.

Lágrimas de dolor y felicidad embargaron los lastimados corazones de los jóvenes, quienes se dejaron llevar por tan sublime acto de amor y deseo, mientras sus almas se enlazaban la una a la otra, deseando que ese maravilloso contacto no finalice nunca.

Tan íntimo contacto provocó que sus cuerpos y corazones se estremezcan, que sus lenguas disfruten del exquisito néctar que se estaban brindando con extremo deseo; a la princesa eso la estaba encantando, pues hacía mucho tiempo que no experimentaba tan maravillosa caricia; a su esposo le ocurría lo mismo, pero a diferencia de ella su reacción era mucho más intensa y notoria. Eso preocupó a Zelda debido a la alta fiebre que el este tenía.

La princesa iba a detener el beso, pero antes transformó la otra parte de su cuerpo faltante, reemplazó su vestimenta de las sombras por su vestido habitual, pues no podía permitir que su esposo descubra su alter ego. Le desagradaba tener secretos con él, sin embargo, era un pacto que no podía romper con los Sheikahs, sobre todo con Impa.

Almas unidasWhere stories live. Discover now