V. PAPARAZZI.

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GENEVIEVE.

Bonnie se quedó a dormir en mi casa y, cuando Davinia vino a despertarnos para informarnos que ya habían servido el desayuno, gimió y se hundió más en la cama. Habíamos llegado a casa alrededor de las cuatro de la mañana y nadie había estado despierto a excepción de Davinia, que nos abrió la puerta y nos dirigió una sonrisa cómplice.

Aquella mujer había sido testigo de todas las noches que habíamos llegado en tal estado y no le había ido con el cuento a mis padres. Además, para mí era como una segunda madre; aún recordaba cómo se había encargado de mí cuando mamá había caído en una grave depresión y apenas nos había hecho caso a mi hermana y a mí. Mi padre, qué decir, siempre estaba volcado en su trabajo y únicamente nos hacía caso durante los momentos en los que coincidíamos con él: comidas y cenas. El resto del tiempo, parecía como si no supiera que tenía una familia que esperaba que mostrara un poco de interés por nosotras.

Me levanté y dejé que Bonnie ganduleara un poquito más en mi espaciosa cama mientras me dirigía al baño a evaluar los daños después de la divertida y apasionada noche de ayer. Encendí la luz de mi baño personal y me planté frente al espejo; me recogí el pelo en un improvisado moño y comencé a mirarme en el espejo. Tenía el cuello lleno de marcas rosadas y los labios tampoco estaban muy bien. Sin embargo, no era algo de lo que no pudiera hacerme cargo. Empecé a rebuscar entre mis cajones y saqué mi kit que tenía para situaciones como ésa. Me apliqué un poco de mis polvos sobre las marcas y recé para que Michelle no se pusiera quisquillosa y me sometiera al tercer grado.

Cuando terminé, me eché un exhaustivo vistazo en el espejo de nuevo, comprobando que hubiera hecho bien mi trabajo. Había conseguido disimular las marcas, aunque tendría que andar con cuidado. Ningún chico me había hecho algo así; aunque estaba acostumbrada, normalmente no tenía que tapar tantas y tan… tan sonrosadas. Me froté el cuello y procuré pensar lo menos posible en lo que sucedió ayer. Me sentí frustrada de no saber siquiera el nombre del chico, pero ¿para qué? Seguramente no iba a verlo más. Quizá había venido de fuera de la ciudad porque el presidente Weiss había obligado a su hijo a hacerlo. Eran tantas las posibilidades…

Y, sin embargo, no había muchas de que volviera a encontrarme con él.

«No, Vi, no tienes que pensar en ello más.»

Volví a mi habitación y sacudí con firmeza a Bonnie. Ella empezó a quejarse con voz pastosa que la dejara un poquito más y que le iba a estallar la cabeza de un momento a otro; también murmuró el nombre de Johnny y un par de cosas que podría hacer con su vida. Además de un par de cosas obscenas que provocaron que me echara a reír y tuviera que taparme a toda prisa la boca para que no retumbaran en toda la habitación.

Al final conseguí que Bonnie dejara la cama y se dirigiera al baño para adecentarse un poco. Tenía el pelo completamente enmarañado y sus marcas eran mucho más visibles que las mías. Ayer tuve que sujetarle el pelo mientras vomitaba estruendosamente en el baño y se quejaba de que no entendía por qué mi chico misterioso no se había fijado también en ella.

Yo había terminado por intentar consolarla, pero me había molestado un poco que hubiera mencionado a mi chico misterioso y que hubiera dicho las cosas que había dicho, aunque ahora no las recordara.

Bajamos a desayunar, procurando montar una historia en común por si decidieran hacernos un interrogatorio. Lo que iba a ser más que probable.

Nada más poner un pie en el comedor, mi hermana levantó su vista del libro que tenía encima de la mesa y esbozó una sonrisita. Le hice una mueca y ella puso los ojos en blanco. A pesar de ser una chica bastante tímida y centrada en cosas que no tenían importancia, ella me quería. Era la única que había estado conmigo cuando mamá había pasado por ello, aparte de Davinia.

LAST ROMEOWhere stories live. Discover now