XLI. EVERYTHING AND NOTHING.

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Nada.

En aquellos momentos no sentía nada. Era como si mi cuerpo se hubiera insensibilizado o estuviera entumecido; había creído ciegamente que R podría ayudarme, salvarme del monstruo que siempre había sido Patrick, pero me había equivocado por completo.

En mi mente repetí una y otra vez el rostro de indiferencia de R diciéndome que aquellos cuatro meses, que bien podrían haber sido cuatro años, le habían abierto los ojos para darse cuenta que lo nuestro no tenía futuro.

Si ya me había roto el corazón en una ocasión, ahora había conseguido tumbarme los restos que había conseguido recomponer. Era posible que el accidente nos hubiera cambiado a ambos, pero jamás había pensado que R hubiera cambiado tanto.

Y no me refería únicamente a su lado físico.

Sus ojos mostraban un cambio tan profundo que me había dado la sensación de que me encontraba frente a un extraño. Mi corazón, que hasta el momento se había mantenido congelado, comenzó a latir con fuerza ante la gravedad de la situación: estaba sola. Aquella batalla contra Patrick tendría que librarla yo sola.

Obligué a mis pies continuar, regresando de nuevo donde se estaba celebrando aquel evento estúpido. Había sido cuidadosa a la hora de escabullirme para reunirme con R, pero apenas presté atención a lo que hacía mientras me internaba entre la multitud.

Patrick estaba bastante divertido con un grupo de empresarios que no paraban de idolatrarlo al fondo de la habitación, con una copa de champán en la mano y varios botones de su camisa desabrochados. Sus ojos se clavaron en mí mientras yo me abría paso entre los cuerpos de los invitados y procuraba mostrarme sumisa y servicial.

Ahora que Patrick había descubierto su verdadero carácter tenía que andar con pies de plomo si no quería ganarme una bofetada por su parte.

-Ah, ahí viene mi querida prometida –suspiró teatralmente Patrick y todos aquellos hombres se giraron en mi dirección, comiéndome con los ojos.

Crucé la distancia que me separaba de Patrick con la cabeza gacha y dejé que el brazo de Patrick me rodeara la cintura para pegarme más a su cuerpo. Mi repentina aparición parecía haber interrumpido alguna conversación importante.

-Señorita Clermont –me saludó uno de aquellos hombres, el más joven de todos ellos-. Su prometido no ha parado de hablar de usted en todo el tiempo que llevamos conversando.

Aquella excusa estaba tan manida que me dieron ganas de poner los ojos en blanco. Era obvio que Patrick tenía asuntos más importantes que alardear de prometida con personas como ellos, pero no dije nada; me limité a esbozar una sonrisa tímida y a dejar que Patrick lo agradeciera en mi nombre.

Tiré cuidadosamente de la solapa del traje de Patrick para llamar su atención. Él había comenzado una apasionante conversación sobre inversiones y creí que estaba cerrando tratos con todos aquellos; tiré otra vez, con menos cuidado, y sus ojos se clavaron en la mano que tenía sobre su traje y la aparté como si me hubiera quemado.

Mi prometido compuso su mejor sonrisa y bajó la voz para preguntarme:

-¿Qué demonios es lo que quieres ahora?

Tragué saliva, pero el resto de hombres parecían encantados con la conversación que mantenían sobre golf. Sabía perfectamente que Patrick jamás se sobrepasaría conmigo estando en público, con toda aquella gente, pero eso no significaba que no pudiera hacerlo en su apartamento, donde nadie lo vería.

-¿Podemos irnos a casa? –le pedí con un hilo de voz-. Estoy agotada.

Su sonrisa se tornó cruel.

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