XLVI. LOST.

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Brutus comenzó a aullar lastimeramente, tratando de llamar mi atención. Yo seguía con la vista clavada en el pasillo, por donde Genevieve había salido corriendo... huyendo despavorida. Mi mente aún seguía procesando la bomba que me había soltado y que había estado ocultando tanto tiempo; no la había creído cuando me había contado que había abortado, pero ahora todo cobraba sentido.

Me sentí como un auténtico gilipollas y quise darme de hostias yo mismo. Tenía que reconocer que me arrepentía de todo lo que había insinuado, sin contar con el daño que le había causado con mis palabras; para ella también había sido más duro que para mí todo lo que había sufrido con su aborto. Dios, me froté la cara con ambas manos, tratando de recuperarme del golpe que había supuesto saber que, realmente, estaba embarazada.

Embarazada. Recordé la discusión que había mantenido con mi primo sobre lo que hacía con todas las chicas con las que me había acostado; siempre había tomado precauciones... hasta que llegó Genevieve. Joder, ella me dijo que estaba tomando la píldora y yo no tuve ningún motivo para no creerla.

Brutus seguía lloriqueando sobre el sofá y yo me dejé caer a su lado, frotándole el lomo para que dejara de lamentarse; estaba en estado de shock y en lo primero que pensé fue en beberme una botella entera de cualquier marca alcohólica que me ayudara a olvidarme por un instante de todos los acontecimientos que se habían sucedido en el día.

Mis ojos se clavaron en las hojas desperdigadas que Genevieve me había entregado y que habían sido demasiado... reveladoras. Jamás pensé que pudiera llegar a odiar a alguien tanto como a Marcus Clermont.

Antes había creído que guardaba algo de amabilidad dentro de su interior, pero había resultado ser peor incluso que mi propio padre.

Tuve unas irrefrenables ganas de llamarle.

Y eso fue lo que hice.

-Charles Beckendorf –fue su insípida respuesta.

Me quedé unos segundos en silencio, preguntándome qué podía decirle. Cómo podía empezar.

-Papá, soy yo –dije al cabo de unos segundos en silencio.

Mi padre soltó un hondo suspiro. Creía que lo estaba llamando para armar algún jaleo o bronca con él.

-Romeo, pensaba que no ibas a llamarme...

-¿Cómo está mamá? –me decanté por hablar por un tema actual antes de soltarle la bomba.

Habían pasado tres días desde que la había ido a visitar y no me había recuperado aún del todo de la imagen que me había recibido sobre el estado de mi madre; sus ojos hundidos y la piel cetrina me habían demostrado que las cosas no iban tan bien como ella me había asegurado.

El silencio que se hizo al otro lado del teléfono no me dio buena espina. Si algo le había pasado a mi madre... ¿me informaría de ello o me consideraría como fuera de la familia, ocultándome su propio estado de salud?

-El doctor Pipkin me ha asegurado que el medicamento que le están dando parece estar frenando el avance de la enfermedad –me aseguró y realmente sonaba ilusionado con la idea de que mamá pudiera recuperarse y volver a casa-. He ido a verla hoy mismo y me ha preguntado por ti.

Desvié la mirada hacia el televisor apagado mientras Brutus se frotaba con insistencia contra mi costado.

-Quizá debería haberme pasado a verla –reconocí-. Pero... pero no puedo. No soporto verla en ese estado sin creer firmemente que es culpa mía...

Mi padre respiró con fuerza.

-Tú no tienes la culpa de esto, Romeo –intentó consolarme mi padre. La última vez que lo hizo fue... fue cuando era niño, cuando tenía ocho años-. Yo mismo no puedo evitar sentirme culpable por ello. No me he comportado bien con ninguno de vosotros, hijo... Y no hay día que no me arrepienta de ello.

LAST ROMEOWhere stories live. Discover now