XXXIV. HE LOST EVERYTHING

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El resto del fin de semana trascurrió sin ningún incidente. Genevieve se empecinó con la idea de ayudarme a encontrar una carrera que pudiera hacerme feliz y que me gustara; nos instalamos en el invernadero de arriba para que pudiéramos empezar con la búsqueda.

Parecía realmente feliz de ayudarme con todo aquello y su humor había mejorado hasta límites insospechados cuando le había confesado mi idea sobre asistir a la universidad; quería ser alguien en esta vida y, como le había dicho a Genevieve, me gustaría tener mi propia empresa. Aquello no era extraño en mi familia, ya que mi tío Jesper (uno de los hermanos de mi padre) poseía una poderosa farmacéutica; por no hablar de mi otro tío (también hermano de mi padre) Roald poseía una cadena de empresas de muy diverso contenido.

Debido a que mi padre había sido el único en seguir la carrera política, siguiendo los pasos de mi abuelo, mis dos tíos habían decidido dedicarse al mundo empresarial. Y no les iba nada mal. ¿Por qué no seguir sus pasos? Mi padre ya tenía a Ken para que pudiera continuar con el linaje de políticos que había dentro de la familia.

Nos habíamos quedado el resto del día en el invernadero, buscando la carrera de mis sueños mientras Genevieve comentaba emocionada las ventajas de ir a la universidad de la ciudad, ya que marcharme a otra fuera del país me parecía impensable.

Cuando llegó el momento de la despedida, noté que algo se instalaba en mi pecho. Era una sensación de desasosiego, como si me advirtiera de que algo iba a suceder; ayudé a Genevieve a preparar su maleta mientras ella seguía parloteando sobre la fiesta que le había preparado su mejor amiga, a la que recordaba vagamente de la fiesta de Weiss donde nos conocimos.

Genevieve se giró hacia mí con los brazos cruzados.

—Prométeme que intentarás ir —me pidió.

Sabía que se estaba refiriendo a la fiesta, de la que no había parado de hablar en los últimos diez minutos, y también parecía ser importante que supiera que iba a ir; me había asegurado que nadie podría reconocerme porque su amiga había escogido una temática similar a la fiesta de máscaras que había dado Weiss.

La cogí por la cintura y ella se alzó de puntillas para poder darme un rápido beso en los labios.

—Allí estaré —le prometí.

Era lo mínimo que podía hacer. Además, así podría vigilar de cerca a Weiss y, ¿quién sabía?, a lo mejor tenía la suerte de pillarlo en una actitud comprometida con alguna otra chica, dándome la baza que necesitaba para eliminarlo y demostrarle a Genevieve lo engañada que la había tenido todo este tiempo.

Le cogí la bolsa a Genevieve mientras salíamos del apartamento para volver al mundo real y nos dirigimos hacia el garaje; ella había cogido su teléfono móvil y parecía estar consultando sus mensajes. El mío estaba bien guardado en uno de mis bolsillos y no lo había tocado en ningún momento del fin de semana, cumpliendo con mi promesa hasta que llegara a casa. Giulietta parpadeó cuando pulsé el botón, dándonos la bienvenida; adoraba ese coche y, aunque había llevado en él a algunas chicas, por norma general me lo montaba en el sitio donde las conocía, es decir, en los baños. Cuando no quedaba más remedio, tenía que dejar que subieran a mi coche para poder llevarlas a sus casas.

Salimos del edificio sin toparnos con nadie. Era domingo, así que la gente debía estar disfrutando del buen tiempo en sus piscinas y jardines como para salir a la calle; me dirigí hacia la zona residencial donde vivía Genevieve y ella comenzó a tararear la letra de la canción que sonaba en aquellos momentos.

El buen humor que nos había acompañado durante nuestro fin de semana parecía estar alargándose un poquito más hasta ese viaje; casi podía imaginarme los miles de viajes que podríamos hacer de conseguir salir de allí.

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