XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.

2.6K 211 3
                                    

R


Lo veía todo rojo.

En aquellos momentos me había convertido en un maldito animal irracional que lo único que buscaba era aplastar la cabeza de ese gilipollas contra la pared más cercana por todo lo que le había dicho a Genevieve.

Había notado la mano de ella intentando detenerme, pero yo había sido mucho más rápido. Odiaba a ese tío y estaba más que deseando darle de probar su propia medicina... o enviarlo directo al hospital.

Teobaldo me sonreía con chulería cuando arremetí contra él, lo que hizo que me cabreara aún más. Chocamos el uno contra el otro, dándonos un fuerte golpe contra la pared; las manos de Teobaldo me cogieron por el cuello de la camisa mientras yo le propinaba un fuerte puñetazo en el pómulo.

En mi oído resonó la risa psicótica de Teobaldo y mi ojo derecho se puso negro durante unos segundos mientras un molesto pitido me despistaba lo suficiente como para no poder escuchar bien las súplicas de Genevieve para que los dos parásemos.

Había demasiado rencor y odio entre ambos como para que eso pudiera detenernos.

Conseguí agarrar a Teobaldo por la chaqueta que llevaba y lo arrastré hacia una de las puertas de emergencia que había en la discoteca; nadie se había percatado de lo que estaba sucediendo pero, de todas maneras, les hubiera sido muy complicado separarnos a ambos.

Empujé a Teobaldo para que hubiera distancia entre nosotros, pero el primo de Genevieve no estaba dispuesto a darme un respiro para recuperarme: se lanzó contra mí para darme un puñetazo que me alcanzó en la mandíbula.

No era la primera vez que me peleaba con alguien, ya que mis últimos años habían trascurrido entre peleas, borracheras y colocones. Por no hablar de aquellas noches en las que, además de eso, terminaba en la cama de cualquier chica.

Pero eso se había terminado. Y no estaba dispuesto a que ese mamarracho insultara de esa forma a Genevieve.

Escupí sangre mientras Teobaldo me cogía por el cuello y sus ojos castaños relucieron a la luz de las farolas que iluminaban aquel callejón.

Fui entonces consciente que Genevieve había desparecido.

-No podías evitar mancharla también a ella, ¿verdad? –me espetó Teobaldo, sujetándome con más fuerza-. Tenías que meterte entre sus piernas.

Mi puñetazo le acertó en el costado, pero Teobaldo no pareció molestarse por ello.

-¿Qué sabrás tú? –repliqué, notando el sabor de la sangre en la boca-. Tú, Teobaldo, que no eres capaz siquiera de respetar a una mujer... de actuar como un hombre. No eres nadie para venirme con ésas.

Sus manos se cerraron con más fuerza contra mi cuello. No me importó en absoluto, la rabia que corría por todo mi cuerpo me estaba pidiendo a gritos que acabara con él, que le hiciera pagar todo el daño que había causado.

-Tú no eres mucho mejor que yo –escupió Teobaldo y sus palabras escocieron.

En el fondo, aquello era cierto. Me había comportado como él en multitud de ocasiones, pero la diferencia que radicaba en que yo jamás le había puesto una mano encima a ninguna mujer; podría ser un cabrón, pero nunca me había comportado como lo había hecho Teobaldo.

Con todas las fuerzas que reuní conseguí quitármelo de encima de un empujón. Teobaldo se tambaleó y aproveché la oportunidad para estamparlo contra la pared que teníamos enfrente; escuché cómo su cabeza chocaba contra los ladrillos, pero aquello no me frenó en absoluto.

LAST ROMEOWhere stories live. Discover now