XXIV. HAUNTED.

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No podía evitarlo: era un puto egoísta. Si hubiera tenido algo de sentido común o hubiera pensado en lo que más le convenía a Genevieve me hubiera apartado de ella con cualquier excusa y hubiera salido de la habitación para dejar que llorara en silencio; incluso podría haber hecho algún comentario fuera de lugar para que me odiara un poquitín más de lo que ya lo hacía.

Pero no había sido capaz.

Su cercanía tampoco me ponía las cosas fáciles. En mi cabeza no paraban de repetirse las escenas de lo que había sucedido con Elsa en el baño y mis remordimientos empezaban a alcanzar niveles insoportables; quería decírselo, de verdad, pero sabía que, de enterarse, la habría perdido para siempre. Había actuado como un puto inconsciente y había dejado salir los celos que había sentido al imaginarme a Patrick poniéndole las manos encima a Genevieve con un resultado nefasto; casi podía escuchar a la gente murmurando sobre mí cuando Elsa decidiera abrir su enorme bocaza para alardear de ello. Por el momento me iba a permitir el lujo de disfrutar un poco de la compañía de Genevieve.

Pensé que mi corazón iba a estallar literalmente cuando había accedido a meterse en mi cama para pasar la noche, al explicarle que resultaría imposible de aquella mansión hasta mañana. Que estaba atrapada allí. Luego toda aquella euforia de haber conseguido, al menos, tenerla lo suficientemente cerca se esfumó cuando me preguntó qué futuro le esperaba a mi lado, qué podía ofrecerle que Patrick no podía. Patrick, el novio perfecto que jamás la había jodido y que, de algún modo, había logrado colarse en el interior de Genevieve.

Había notado que algo había cambiado en ella cuando hablaba de Patrick por el modo en el que lo mencionaba y porque no paraba de consultar su móvil cada cinco minutos. Toda esa extraña sensación de haber sido sustituido por Patrick se vio confirmado cuando se echó a llorar. Patrick jamás la haría llorar, yo sí.

No sé qué coño se me pasó por la cabeza para empezar a besarla lentamente por la mandíbula y seguir ascendiendo hacia la comisura derecha de su labio mientras ella se quedaba paralizada entre mis brazos, aún con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas húmedas por todas aquellas que se habían derramado. Me estaba comportando como un auténtico gilipollas y era posible que recibiera una buena bofetada por su parte ante mi osadía, pero necesitaba tanto su contacto que no me importaba en absoluto.

Genevieve buscaba un mínimo de compromiso por mi parte, además de algo de confianza, pero yo no estaba preparado para abrir del todo mi corazón y sacar todos los fantasmas que me perseguían desde hacían tantos años; no quería hablar de todas las cosas que había hecho mal o de cosas que conseguirían horrorizar a Genevieve.

Pero haría un gran esfuerzo por cambiar y por conseguir el perdón de Genevieve. Para demostrarle que podíamos estar juntos.

Casi ronroneé de gusto cuando las manos de Genevieve ascendieron lentamente por mi pecho hasta entrelazarse en mi nuca; me tomé aquello como una invitación silenciosa a continuar y así lo hice. La besé al principio con suavidad, tanteando su reacción, y, al ver que su cuerpo se relajaba contra el mío, imprimí más fuerza a mis besos.

Hacía un calor asfixiante bajo las mantas y no sabía si aquello había empeorado con la apabullante subida de temperatura de nuestros cuerpos; Genevieve parecía haberse rendido por completo, pegando su cuerpo al mío hasta que no hubo ningún tipo de espacio entre ambos.

Me estorbaban tanto el pantalón como la sudadera que llevaba, aunque más la sudadera. Apestaba al perfume que usaba Patrick y me estaba poniendo enfermo; moví mis manos hacia el dobladillo de la sudadera y la pellizqué con los dedos, como si la prenda fuera algún tipo de objeto radiactivo, para tirar de ella con rapidez. La quería fuera del cuerpo de Genevieve de inmediato. Ella alzó ambos brazos para facilitarme la tarea y, cuando se la pasé por encima de la cabeza, volví a besarla con más fuerza que antes.

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora