XXVII. WELCOME TO HELL.

3.2K 227 9
                                    

GENEVIEVE

Traté de recuperar el aliento a toda prisa, bajo la penetrante mirada de mi primo y mi madre. Cualquier persona normal hubiera corrido a los brazos de su primo y, quizá, le hubiera besado en la mejilla, alegrándose de su regreso; pero yo no podía hacerlo. Mi primo era una persona horrible y yo… le temía. No podía evitarlo.

Había intentado catapultar aquellos recuerdos al fondo de mi mente, pero verlo allí hizo que volvieran a mi cabeza de golpe. Davinia me dio un golpecito en la espalda, avisándome que debía decir algo.

Cualquier cosa.

-Ah… vaya sorpresa –dije con voz chillona.

Mi madre frunció el ceño, nada contenta con mi reacción, y mi primo me dedicó otra de sus sonrisas. Sus ojos castaños me observaron con atención, con un ligero brillo calculador que me produjo un escalofrío; me mordí el labio con indecisión cuando mi madre me ordenó por señas que pasara.

-Davinia, ¿harías el favor de traernos algo? –le pidió con educación-. Ah, y avisa a Marcus y Michelle cuando vuelvan, por favor.

Le dirigí una última mirada de súplica a la mujer antes de que saliera del salón con cuidado. Después me acerqué a mi madre con decisión, procurando que ninguno notara la turbación que tenía tras ese reencuentro.

La sonrisa de mi madre era amplia, con una actitud mucho más alegre que cuando había respondido a la sorpresa de encontrarme allí a mi primo, charlando tan amigablemente con mi madre.

-Como habrás podido observar, tu primo Teo ha vuelto de su viaje por Europa –me explicó mi madre, aunque no hacía ninguna falta-. Nos has pillado recordando viejos tiempos…

Miré a Teobaldo con acusación, increpándole todo lo que había hecho en el pasado. Él, lejos de amedrentarse por mis miradas, soltó una sonora carcajada mientras se pasaba una mano por el pelo, alborotándoselo.

-Justo estaba contándole aquella vez que me hiciste tragar gusanos en el jardín de mi casa –me contó mi primo, con una sonrisa exultante.

Lo fulminé con la mirada. Aquello no había sucedido exactamente como Teo se lo debía haber contado a mi madre: cuando tenía seis años, mi primo me llevó casi a rastras hasta el jardín trasero y me empujó hacia un parterre lleno de tierra húmeda que mi tía tenía pensado usar para plantar peonias; se quedó frente a mí, mirándome desde arriba, y me dijo que, si no quería que le contara a todo el mundo que todavía dormía con mi conejito de peluche, tenía que comerme cinco gusanos. Al ver que no estaba muy por la labor de hacerlo, me cogió por el cuello y se encargó él personalmente de hacerme comer aquellos gusanos.

Compuse una sonrisa irónica.

-Me hubiera gustado que alguien pudiera haberte visto en aquella situación –dije de manera intencionada.

Los ojos de Teo me miraron, burlones.

-Hubiera sido divertido –respondió con total naturalidad.

Abrí la boca para responderle, pero Davinia nos interrumpió, trayendo consigo una bandeja con varias tazas y una tetera cargada de un humeante té. Se encargó de disponerlo todo sobre la mesa que había entre los dos sofás donde estábamos sentados y desapareció por la puerta tras haber cumplido con su misión; mi madre se inclinó para servirnos el té y coger una pasta en forma de rectángulo que olía demasiado a canela. Teo, por su parte, cogió su taza y se la llevó a los labios, con una sonrisa engreída.

Me pregunté si sabría hacer algo más que sonreír.

-¿Por qué no nos hablas de cómo te ha ido por Europa, querido? –le preguntó mi madre, masticando lentamente.

LAST ROMEOWhere stories live. Discover now