XLIX. LET HIM GO.

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Me aovillé más aún cuando el cachorro trató de lamerme de nuevo la cara; me sorprendía que una criatura tan pequeña y peluda pudiera ser consciente de todo el dolor que guardaba en mi interior y tratara de reconfortarme. R había desaparecido en el dormitorio y no me veía con fuerzas para ir hacia allí; aún seguía petrificada por lo que había sucedido y que no tenía ningún sentido.

Todo había ido bien al principio: conseguí darme la ducha que tanto había deseado y me había encargado de esconder el dinero, además de la ropa que había llevado, en un lugar seguro; después de haber eliminado cualquier prueba que pudiera darle a Patrick alguna pista de lo que había hecho esa misma noche me había metido en la cama. Ni siquiera sé cuánto tiempo hubo pasado hasta que Patrick llegó a casa, completamente borracho; me refugié más bajo las sábanas, rezando para que creyera que estaba profundamente dormida. Durante unos momentos lo escuché yendo a un lado y otro del dormitorio y creí que se había tragado que estaba dormida... cuando me sacó de la cama con una sonrisa que me heló la sangre.

«Espero que hayas tenido una noche divertida, cariño». Supongo que me delaté a mí misma al mirarlo fijamente sin decir nada; Patrick apestaba a alcohol y a porros que no tuve duda alguna que no tardaría en caerse desplomado al suelo. Pero me equivocaba...

Y de qué forma me equivocaba.

El cachorro se había rendido, quedándose dormido a mi lado, así que decidí comprobar cómo estaba físicamente después de mi enfrentamiento con Patrick. Me dolía parte de la mandíbula y el pómulo izquierdo, además de tener el resto del cuerpo completamente entumecido. Patrick se había controlado, siendo consciente en cada momento de lo que hacía.

Un sollozo se me quedó atascado en la garganta, impidiéndome respirar con normalidad. ¿En qué había fallado? ¿Cuál había sido mi error para que Patrick tuviera esa reacción tan desmesurada?

-Bonnie viene hacia aquí –me interrumpió la voz de R, que aún sonaba tensa.

Lo encontré en la puerta que conducía a su dormitorio, acomodado sobre el umbral y mirándome fijamente; no se había cambiado de ropa y las prendas que llevaba estaban manchadas de sangre... de la sangre de Patrick. Mi cabeza aún estaba demasiado embotada y tuve que repetirme varias veces lo que R me había dicho para poder comprenderlo.

R pudo ver en mi rostro el desconcierto de su decisión y se encogió de hombros, disculpándose por ello.

-Creo que merece saber lo que ha pasado –continuó, con cautela ahora-. Es tu mejor amiga, no puedes ocultárselo.

Ahora fui yo quien lo miró fijamente. No pude evitar rememorar a Kendrick, su primo y su mejor amigo, quien se había guardado algunos secretos para sí mismo. ¿Habría descubierto R lo que tanto había temido confesarle Kendrick? Me dieron ganas de echarme a reír por lo absurdo de mis pensamientos. ¿Qué tenía que ver Kendrick en todo esto?

Kendrick estaba muerto.

Teo lo había matado.

Ambos estaban muertos.

En el fondo, todos nos merecíamos estar muertos.

No me moví mientras R cruzaba la distancia que nos separaba y se dejaba caer a mi lado en el sofá. Me acomodé mejor en mi hueco, con tan mala suerte que le di sin querer a R en el costado; el rostro de R se contrajo en una mueca de dolor.

-Te has herido –musité.

R desvió la mirada, entre avergonzado y reticente a admitir que estaba en lo cierto; yo había logrado volver a tener bajo control todas mis emociones y estaba tratando de poner en orden mis ideas. La noche había sido un completo desastre y, aunque estaba mental y físicamente agotada, sentía que le debía a R al menos eso.

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