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Mi cuerpo inerte flota en el espacio.
Eso es lo primero de lo que soy consciente.
Mi cuerpo inerte flota en el espacio.
Esta tan inerte, tieso, y frio, que casi parece que ni siquiera es mi cuerpo; como si yo solo fuera una conciencia suelta en medio de la negrura del infinito, la cual ha decidió posarse en este cascaron vacío para por fin conocer lo que es la corporeidad.
Pero sé que no es así porque, aunque el cuerpo no pueda ser movido por mi mente, se siente propio. Mío. Es algo que sé que me pertenece o me perteneció alguna vez.
Aclarado esto y como ya lo he dicho anteriormente (lo vuelo a repetir por si acaso); mi cuerpo inerte flota en el espacio. Eso significa que no puedo mover mi cabeza ni mis ojos, por lo que me veo obligada a solo poder mirar hacia al frente.
Pero he de decir que no es una mala vista. Es una vista maravillosa de hecho.
Miles de pequeños punto blancos brillando con incandescencia y vanidad entre la nebulosa. Como si un pintor hubiese decidió coger un lienzo negro y chisporrotear pintura con todo tipo de pinceles sobre este.
Así era, así de aleatorio y a la vez perfecto.
Ahora me he hecho consciente de una segunda cosa.
Amo a las estrellas.
Las amo tanto...
Y el amor es una palabra tan fuerte, que siento que debería haber una razón más profunda que solo el hecho de que son hermosas.
Siento con ellas una conexión, como si entre toda su luminosidad albergaran mucho más que solo hidrogeno y helio quemándose a mil años luz de mí.
