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Tenía una bonita sonrisa dibujada en la cara.

Era tan bonita y tan estúpida que no podía apartar la mirada, y se sentía la persona más tonta del mundo. Era tonta, eso ya lo sabía. Se dejaba llevar con facilidad cuando se reía, pero por dentro lo único que quería era llorar. No se merecía algo así. 

A veces se paraba a pensar en cómo sería destruir su rostro. Hacerlo pedacitos sin sentirse culpable, aunque él tampoco se lo mereciera. Era tan perfecto que no lo soportaba. Trataba de llegar a su nivel y, sin embargo, tan solo caía más bajo. Y después tenía que afrontarse a la humillación de dejarse ayudar.

Tan solo necesitaba atacar a su punto débil para desquebrajarlo y no sentirse como escoria al verse en el espejo. No era justo que solo ella tuviera que arrastrarse por el camino, mientras veía cómo el resto paseaba sin preocuparse, sin mirar al suelo, sin darse cuenta de que sus zapatos la aplastaban.

Y él era el que menos derecho tenía a hacerlo. Iba a desdibujar esa bonita sonrisa de su cara.

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