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I

Un gemido salió de su boca cuando lo acorraló contra la pared. No lo había visto venir y antes de darse cuenta, aquel apuesto joven lo había arrastrado hasta la puerta del hotel. No hablaba demasiado, pero sus ojos decían todo lo necesario. Emanaban un aura peligrosa que podría dejar embelesado a cualquiera. Y él no era excepción.

El viaje en ascensor hasta el octavo piso no fue más que la antesala a lo que le esperaba. Devoró su boca mientras subía, y lo agarró de la mano para dirigirlo a la habitación.

Sin perder el tiempo, besaba su cuello y lo mordía aquí y allá. Intentaba recordar su nombre, pero no le venía nada a la cabeza. De esa forma era mejor. Tan solo serían un par de desconocidos pasándoselo bien.

Notó sus brazos bajar por su espalda hasta llegar a su culo y un escalofrío recorrió su cuerpo en un jadeo. Decidió morderle el cuello y jugar con su camisa hasta levantársela. Aquel joven parecía esculpido por los dioses, y sentía que iba a explotar cada vez que sus caderas se chocaban en un juego de lujuria.

Se pegó a él y buscó su mirada. Estaba desesperado, y el muchacho lo notó. Le respondió con un beso hambriento mientras se desabrochaba el pantalón, y él también hizo lo propio. El muchacho buscó con los dedos entre sus nalgas y obtuvo como resultado uñas clavadas en su espalda entre gemidos.

La temperatura había subido y el joven le dio la vuelta, y no podía dejar de jadear cuando se notaba tan lleno...


II

Mi terapeuta me ha dicho que tengo que liberar tensiones. También me ha dicho que lo suyo sería escribir sobre mis sentimientos y demás. Que llevara una especie de diario. Pero creo que es más fácil escribirte a ti. Quiero decir, ya me conoces. Y sé que no te importará demasiado mi vida privada, así que si me juzgas ni siquiera lo sabré. Tú también podrías contarme qué te pasa. O no. La verdad es que sería bastante raro. A ti te gusta menos hablar que a mí. Y menos aún de ti. Pero sabes que estoy aquí para cualquier preocupación. Tú ya me has ayudado mucho.

Imagino que te haces a la idea del dilema si miras el calendario. No hace más de un mes que vine aquí y este lunes empieza mi último año antes de la universidad. Tú ya pasaste por esto, claro, el año pasado. Pero sigue siendo un dolor de cabeza. La única persona que conozco es mi prima, pero tampoco la voy a tener en clase. A ver, es obvio. Ella tiene quince, todavía le queda tiempo antes de este sufrimiento. Y tampoco hablo demasiado con ella, así que dudo que pudiera ayudarme. A lo mejor debería abrirme más a ella.

Sé que ya me comentaste que no era para tanto, pero estoy bastante nervioso. Imagina que nos obligan a presentarnos a todos como si estuviéramos en primaria. Qué vergüenza. Ya lo veo venir: me llaman, me obligan a ponerme delante de todos, digo mi nombre, mi apellido, me piden que les cuente algo sobre mí y me entra el pánico y les digo que me gusta escribir porno bajo seudónimo en el blog de un pirado que bien podría tener cuarenta años en internet. Se sorprenderían como poco. Más me sorprendería yo si llegara a soltar semejante revelación. Antes dejaría que me tragara la tierra.

Pero piénsalo. ¿Cómo debe ser eso de que te trague la tierra? Me gusta imaginarlo como arenas movedizas. Empiezas a hundirte tan lenta y dolorosamente que cualquiera que estuviera delante se olvidaría de la burrada por la que te estás ahogando. Pretendía que sonara más dramático, pero tampoco puedes esperar mucho más de alguien a las cuatro de la mañana.

Cucarachas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora