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Quería estamparse la cabeza contra los cristales y dejar que se abriera como una nuez. Se sentía la persona más desgraciada del universo, bañada por luces intermitentes y colores y música que escuchaba desde lejos, sumergido en mariposas estallando.

Se suponía que eso lo divertiría. Era una broma como cualquier otra. De mal gusto, quizás. Tendría que haberse retractado, no acercarse en toda la noche. Como si no se conocieran. Como dos extraños que se chocaban, se disculpaban con prisas y desaparecían sin mirar atrás.

Pero daba vueltas entre la gente, buscando con desesperación una salida, pero todo era demasiado. No conseguía distinguir rostros, tan solo explosiones y ráfagas que lo desorientaban.

Aquello no lo había planeado. La gracia era que no lo afectara, pero cayó en el viaje como quien caía en un engaño. Eso no había sido culpa suya. Eso sí que no. No. 

Era una noche eterna y lo empujaban por toda la pista. Eran puñales, puñetazos, golpes de pólvora y tenía miedo. Tenía miedo. Tenía miedo. Tenía miedo. Estaba solo. Estaba muy solo. Había mucha gente pero él lo había dejado. No podía dejarlo. No debía dejarlo. Temblaba.

Había sido su culpa. Había sido un capullo. Se lo merecía. Se merecía eso y más. Se merecía todo. Buscó con la mirada algo que reconociera, pero estaba rodeado de desconocidos que lo hacían rebotar como una pelota.

No estaba bien. Se suponía que tenía que ser agradable. Y sin embargo solo quería gritar y que lo despertara, con unos golpecitos en el brazo, y que todo quedara como una mala pesadilla. Poder rozar su piel con los dedos. Si no fuera tan orgulloso. Si fuera bueno. Si fuera. Si no fuera. 

Era un desgraciado.

Su viaje colisionaba con el abismo.

Cucarachas BlancasWhere stories live. Discover now