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I

River se había sentado a su lado en la cama. Observaba los libros de su estantería, entre los cuales estaba su última adquisición: una recopilación de poemas de Emily Dickinson que había cogido en la biblioteca. El libro estaba impoluto, pero no sorprendería a nadie. Según la ficha de préstamo, era el primero en interesarse en él.

La joven se rascaba el brazo, y Steve podía ver el rastro de los arañazos que dejaba sus uñas sobre la piel. Su piel era tan pálida que podría haber distinguido los rasguños desde kilómetros.

-¿Tu padre te ha hablado de nosotras?

El moreno se rascó la nuca.

-Antes de venir.

-¿Y qué te dijo?

Steve se miró las uñas, y se fijó después en el ordenador, y luego en la pared.

-No mucho. Vuestros nombres, dónde vivíais y ya.

-¿No preguntaste nada más?

-Mi padre no contesta a nada que no le interesa -un resoplido debía de dejar más que claro lo que pensaba al respecto.

-Entiendo. Espera, te voy a enseñar algo.

La joven se levantó y desapareció por el umbral de la puerta. Escuchó unos golpes en su habitación, y trajo consigo un libro gordo. Se lo entregó y se tiró a la cama, apoyándose sobre la pared detrás de sí.

El libro pesaba bastante, y en la cubierta se leía "Álbum". Lo abrió despacito, y miró de reojo a River, que lo instaba a continuar.

Era un álbum de fotografías en blanco y negro. La primera imagen era un paisaje que reconocía muy bien. Era la casa de campo de sus abuelos paternos. Parecían muy jóvenes delante de su casa, y los acompañaban dos retacos. Eran un niño y una niña. Su padre y Suzanne, ambos muy sonrientes.

En las siguientes fotos, podía verse a su abuela jugando con Suzanne en un parque. Su padre no aparecía tanto, y tenía ese don de la oportunidad que hacía que todas las imágenes en las que aparecía retrataran desastres: en una, estaba llena de barro; en otras, se le había caído la comida encima; incluso aparecía con un brazo escayolado. Pero rara vez posaba junto a su hermana.

Cuando vio la foto de una iglesia, sintió un leve dolor en el pecho. Ese era su barrio. Su antiguo barrio. El color se dibujaba sobre las instantáneas según pasaba las páginas, y su padre empezaba a parecerse más a lo que él conocía. No tan serio, claro. Suzanne era menos reconocible.

Debían de tener en torno a la edad que Steve y River tenían en esos momentos. Su tía tenía el pelo completamente cardado y lucía unos pantalones de campana parcheados. Su padre llevaba camisas a rayas y unas gafas de pasta que echaban para atrás.

Llegaron las instantáneas del viaje a París, y una mujer de pelo oscuro y ondulado posaba junto a su padre. Se le hizo un nudo en la garganta cuando vio la fotografía de la boda. Aquella era su madre. Tenía que serlo. Suzanne y ella paseaban a un bebé. Aquel era él.

Esa era la última fotografía en la que vio a su madre, y la única y última en que se vio a sí mismo. De su padre no había más rastro en todo el álbum, según pudo comprobar mientras pasaba las páginas repletas de paisajes de todo tipo.

Llamaba especial atención una imagen casi blanca. Suzanne era una mancha en medio de la nieve. Y tras esa, una instantánea de un bebé casi traslúcido en sus brazos.

-Esa cosa soy yo, cuando nací -River lo despertó del trance con una voz casi monótona.

Pasó de página. Una River diminuta vestía un plumas gigante de color azul brillante y llevaba gafas de sol. A su lado, una Suzanne con el pelo lleno de rastas le daba la mano y sujetaba lo que parecían billetes de viaje en la libre. Detrás, una pista de vuelo y, más al fondo, casi imperceptible, un avión despegando.

Cucarachas BlancasWhere stories live. Discover now