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I

-Definitivamente odio química.

Steve estaba desesperado. Se había pasado la tarde anterior pegado a la mesa, tratando de memorizar la teoría que le entraría en el examen de noviembre. Y noviembre se acercaba peligrosamente. Y a él le iba a dar un mal. Había tenido pesadillas durante toda la última semana, y hasta presentar un trabajo oral delante de más de veinte personas parecía una maravilla. Eso era mucho decir.

Se frotó la cara con todas sus fuerzas. Si se la arrancara, seguro que no lo obligarían a presentarse el examen. Lo último que necesitaba era que su tutor lo torturara.

-¿Has terminado de autocompadecerte?

La voz de River sonaba monótona, como si estuviera acostumbrada a verlo querer morirse.

-Nunca, jamás.

-Intentaría ayudarte, pero no entiendo un comino de lo que se supone que estás estudiando -su prima se sentó sobre la mesa de la cocina-. Podrías preguntarle a Nana.

-Pero no quiero molestar a nadie.

La joven le propinó un coscorrón y sonrió inocentemente cuando Steve frunció el ceño.

-Perdón, me ha parecido oír una tontería como una casa.

Suzanne entró entonces en la cocina, tal y como solía hacer todos los sábados. River se bajó, dispuesta a salir del sitio.

-Te paso su contacto.

Y se encerró en su cuarto.

Steve cruzó la mirada con su tía, y ella tan solo sonrió como si se estuviera forzando a ello. Él hizo lo mismo y, antes de que el aire se volviera más pesado, decidió despedirse y dirigirse a su escritorio, dejándola sola en la estancia.

Lo entristecía verla así, pero no quería meterse en asuntos que no fueran los suyos. Y estaba más que claro que eso era un problema entre madre e hija. No quería ser un entrometido, y menos con lo poco que hablaba de sus preocupaciones. La última vez que quiso ayudar antes de que se lo pidieran, tuvo una gran discusión. Le dolía recordarlo, y se maldijo a sí mismo por hacerlo voluntariamente.


II

Aquel día empezó como cualquier otro. Las clases fueron como siempre solían serlo. Aburridas. Steve tenía ganas de salir corriendo del aula para ir a los lavabos del gimnasio para juntarse con Thom, como hacían cuando querían saltarse alguna asignatura.

No hablarían de nada en especial, pero sería agradable, y Steve notaría los latidos de su corazón, deseoso de salir corriendo como pollo sin cabeza. Su amigo no se daría cuenta y seguiría quejándose de la profesora de economía, de las lecturas obligatorias y del mal olor de los vestuarios.

Pero Thomas no le había mandado ningún mensaje pidiéndole que se vieran en su rincón, y le avergonzaba pedírselo él mismo. Así que decidió esperar a que se terminara la jornada para volver con él a casa, tal y como hacían todos los días.

Esperó en la valla y, sin embargo, el rubio no aparecía por ningún lado. Tras unos cuantos minutos, Steve decidió que lo mejor sería regresar por su cuenta. Podría pasarse por su casa, para ver si todo iba bien. Rebuscó en sus propios bolsillos las llaves tras introducir el código del portal.

Al entrar en su cuarto, se topó de bruces con su amigo con el torso desnudo. Antes de que el moreno pudiera decir nada, Thomas se tapó con un cojín. Pero era demasiado tarde, y esa vez no podría ignorarlo.

Cucarachas BlancasWhere stories live. Discover now