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I

Llevaba tiempo sin ver la lluvia, y maldecía su don de la oportunidad aquel viernes. Empezó a llover a tercera hora y no paró por intervalos de más de quince minutos. Claro, él no había previsto nada de eso y, por supuesto, no se le habría ocurrido coger un paraguas en septiembre a menos que el cielo pareciera caerse antes de salir de casa.

Habitualmente, tampoco le habría importado volver empapado. Adoraba la lluvia. Era la excusa perfecta para envolverse en mantas, tomarse un chocolate caliente y escribir. Lo inspiraba como nada más era capaz de conseguirlo.

-Menos mal que se me ha ocurrido mirar la página del tiempo antes de salir.

Su voz lo sobresaltó a final de la última clase. Con una sonrisa triunfante, señaló el perchero que se encontraba a su espalda, a poco más de cuatro metros. Entre chaquetas oscuras y algún que otro pañuelo, destacaba un gran paraguas color rosa palo. Era como una luz en medio de la oscuridad. Un punto de esperanza en medio de un inmenso caos.

Nana sacó de su mochila un chubasquero transparente, de los que se compraban prensados en tienda, con bolsita contenedora e imperdible inclusive. Steve estaba bastante seguro de que si existiera una persona en toda la faz de la tierra a la que le quedase bien semejante armatoste, sería ella.

-¿Volvéis juntos? – Steve no sabría decir si estaba extrañada o si se trataba de mera curiosidad. Su rostro indescifrable podría tranquilamente taladrar a Matt.

-Sí, tenemos pasta para compartir.

-Así que era eso lo que olía tanto... Pues que lo disfrutéis, yo tengo que ir a trabajar. Hasta la semana que viene.

Se marchó, no sin antes girarse a mirarlos con media sonrisa. Steve no se fijó, y Matt dio las gracias por ello. Terminaron de recoger sus mesas y, tras hacerse con el paraguas, se dirigieron a la salida del instituto.

Mientras Matt abría el paraguas, Steve se echaba la capucha de la sudadera encima sin notar la mirada ajena sobre él.

-Pero ponte debajo, hombre. Que no muerdo.

Ojalá, pensó Steve, mordiéndose el labio inferior. Se apresuró a ponerse a su lado, con la tela rosa tapándolos a ambos. Caminaron hacia el vallado, rozando de cuando en cuando sus brazos y compartiendo silencio.

Steve habría jurado que Matt no era tan alto, y cayó en que llevaba botas de monte con suela más gruesa. Eso explicaba la diferencia de altura, aunque ya era considerable sin ningún añadido. Se fijó también en la mano con la que sujetaba el paraguas. Allí también tenía pecas, y se preguntó para sus adentros si habría algún lugar donde no hubiera ninguna. Su imaginación lo llevó a lugares peligrosos y, cuando trató de pensar en otra cosa, su voz resonó.

-El campo pilla cerca y tiene zona cubierta. ¿Te parece bien ir allí?

Matt lo estaba mirando a la espera de una respuesta, y la distancia entre ambos le pareció más corta que nunca. Asintió y el pelirrojo sonrió. Y a Steve le dio un vuelco el corazón.

Caminar a su lado se le antojaba sofocante, y la idea de tenerlo aún más cerca y sentir su piel sobre la propia recorrió su cabeza de lado a lado. 


II

-Ya me jodería tener que venir a entrenar hoy.

Desde el banquillo cubierto, se podía ver el campo entero. Dos postes larguísimos a cada lado y un vallado de varios metros rodeando todo el recinto, y desde allí se observaba parte de la ciudad.

Cucarachas BlancasWhere stories live. Discover now