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La candidez de sus labios era arrolladora. Ni siquiera sabía qué lo había llevado a iniciar aquel beso, pero no podía pararse a pensar en ello. Fue torpe, casto, y no pudo evitar reírse. Quién se lo iba a decir.

Siempre le habían hablado de lo especial que era el primer beso. Pero en realidad, no era para tanto. No sabía lo que hacía y solo conseguía que se arrepintiera de ello. Siempre podía separarse y desaparecer para actuar como si nada hubiera sucedido y seguir con su vida. No cabía duda de que habían sido imaginaciones suyas, que aquello no era correspondido.

Pero los labios temblorosos se buscaban en una mezcla de confusión y curiosidad. Los cuerpos chocaban y las manos buscaban algo que hacer. Era incómodo, era una tontería y a pesar de no tener ni la más remota idea de qué estaba sucediendo, era cada vez más complicado negar que le gustaba.

Cuando quería decir algo, retenía las preguntas con un beso. Y luego otro. Y otro más. No quería hablar. Tan solo deseaba compartir aliento, que sus ojos no se desviaran, que el silencio se interrumpiera por respiraciones agitadas. Sujetar su mano allí, sobre la manta. Acariciar su piel mientras su mente flotaba en nubes de algodón.

Sentía que descubría algo nuevo. Algo peligroso. Algo terrorífico. Algo bonito. Y lo descubría con la persona a la que más quería. Y no le importaba nada más. No entonces.

Cuando trataba de recobrar el aliento, se dio cuenta de algo de lo que nadie le había hablado. El primer beso no era más que una puerta entreabierta. Los que seguían al primer impulso, aquellos de los que era consciente; esos eran mucho más especiales.

Cucarachas BlancasWhere stories live. Discover now