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Mojó el pincel en agua, intentando despegar el pigmento negro de las fibras. Quedaría un efecto más aguado, pero no le parecía mala idea experimentar. Esbozó sus pestañas sobre la cartulina y la gravedad hizo que se estiraran por su rostro. Era como si la joven llorara. 

Miró a su modelo, y ella también la miró, y se mordió los labios ante unos ojos tan fríos. Ni una sola vez de todas aquellas en que intentó dibujarlos pudo plasmar el vacío. Revolvió la punta del pincel sobre la pastilla negra. Estampó la pintura contra el compartimento de mezclas y se deshizo después de la oscuridad en el vaso de agua. Escogió un color azul, intenso, como el de las profundidades de la mar, y lo exprimió contra el negro. Esbozó las líneas de su cabello, que caía con soltura. No era habitual verlo libre, mucho menos alborotado, pero la chica que la observaba desde la cama parecía relajada. Sus puntas se encrespaban y se enmarañaban las unas con las otras. La pintura resbalaba sobre el papel como si de una cascada se tratara, y probó a tantear los extremos con un paño. Era una mujer rodeada de espuma.

Tomó el recipiente de agua limpia para despejar su pincel y jugó con la pastilla roja. Dibujó sus labios, maquillados en color cereza, y la pintura se desplazaba. Como si se desprendiera de su boca. Bosquejó con las líneas de su cuello y de su clavícula sobresaliente, y el pigmento se desparramaba por todo su cuerpo. Se mezclaba con el azul y se convertía en un violeta apagado. Lo que pretendían ser reflejos terminaron por transformarse en moratones.

Su modelo miraba hacia la ventana, como si buscara algo, pero sin ver nada. Decidió resignarse a plasmar sus ojos. Sentía que estallaría de la ira si la siguiera mirando.

Aquel parecía el retrato de una mujer maltratada.

Cucarachas BlancasWhere stories live. Discover now