~Capítulo Cuarenta~

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CAPITULO 40 

Una mujer de cabello castaño con los ojos de color café me miraba con atención. Tenía el pelo con ondas y suelto, por encima de los hombros, y llevaba un poco de maquillaje, aunque tenía los labios tan rojos que no necesitaba pintalabios.

—(__) (tu apellido). ¿Te llamas así? —preguntó con una ceja levantada mientras miraba unas hojas.

—Sí.

La habitación era muy grande y tenía unos ventanales tan altos que casi llegaban al techo. Había un escritorio a la derecha de madera maciza esmaltada. Las sillas estaban en su lugar, una detrás del escritorio y dos frente a él. También había una pequeña zona con sillones de colores fuertes, casi marrones, y una gran alfombra que cubría todo el suelo. No hacía ni frío ni calor. Sin embargo, su mirada inquieta me asfixiaba.

Jugueteaba con los dedos, nerviosa.

—¿Estás bien?

Me vi obligada a levantar la vista y me sacudí en el incómodo sillón. No me gustaba estar aquí.

—¿Qué? —Levanté una ceja, confundida. La mujer se humedeció los labios y me sonrió

amablemente, como si me entendiera perfectamente.

—Te he preguntado que si estás bien.

Me ofreció una débil y sincera sonrisa. Tenía las cejas tan gruesas que parecían dos orugas. Eran muy oscuras y voluminosas.

—Sí, aunque no sé por qué estoy aquí, ¿usted lo sabe?

En realidad, sí lo sabía. Mi comportamiento en el hospital tras despertar había alarmado a mi madre.

Estaba realmente preocupada por mí, aunque al principio no la creí. Sin embargo, cuando la oí llorar a mitad de la noche en su habitación, sentí un apretón en el estómago. Tal vez no había sido la mejor opción, pero sabía que si venía al psiquiatra, estaría tranquila y dejaría de llorar por las noches y, así, yo dejaría de sentir lástima por ella y tendría más tiempo para pensar en lo que realmente sucedía.

Utilizaría a la doctora para conseguir lo que quería. Quizá me ayudara. De todos modos, me serviría de distracción y podría utilizar las horas de consulta para escaparme e investigar. Se había convertido en una buena excusa.

Mi madre había insistido tanto en que fuera al psiquiatra que no tuve más remedio que aceptar, aunque debía acatar unas cuantas condiciones. No se enfadaría conmigo y respetaría mi privacidad mientras yo estuviera en mi habitación. También me dejaría conducir el coche que llevaba en el garaje desde hacía dos años. Era algo viejo y lento, pero seguro que me serviría. Tenía el techo y el capó oxidados. Había sido un regalo de los antiguos dueños. Hacía muchísimo ruido y la pintura estaba desconchada, pero funcionaba a las mil maravillas. Solo necesitaba un poco de gasolina y estaría listo para ponerlo en marcha.

—Por supuesto que lo sé. No me cansaré de repetirlo. Esto es por tu bien, por el bien de tu salud. Queremos que te recuperes y que estés bien contigo misma. Que aprendas a controlar algunos... —Hizo una pausa en busca de la palabra correcta y se humedeció de nuevo los labios con la lengua. Entonces prosiguió—: impulsos que pueden poner en peligro a algunas personas.

—Sí, entiendo. Entonces, ¿tengo algo... extraño? ¿Soy diferente a los demás? ¿Es lo que me quiere decir?

—No, lo que quiero decir es que estás pasando por una mala racha. Y yo te ayudaré a sobrellevarlo.

Suspiré y me recosté sobre el respaldo del sillón. Parecía muy incómodo.

—¿Mi madre le ha hablado sobre mí? ¿Qué le ha dicho? —pregunté con los ojos entrecerrados.

¿Quién mato a Christopher? ADAPTACIÓN Christopher Vélez Y TuWhere stories live. Discover now