QUINCE

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Miré a un costado hacia mi confundido escolta y sonreí conciliadora

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Miré a un costado hacia mi confundido escolta y sonreí conciliadora.

—Considero que no deberíamos volver nunca, Sir Yvan.

El pobre caballero no respondió, pero asintió con firmeza; a estas alturas no sabía si estaría dispuesto a seguirme a la capital donde las reuniones solían ser aún más animadas.

Subí al carruaje ayudada de la mano que el caballero me ofrecía y me dispuse a mirar por la ventana durante el trayecto que quedaba. Cosas inesperadas me había traído este viaje al sur, cosas que habían superado mis expectativas.

¿Cómo procedería de ahora en adelante?

Cierto que no tenía intenciones de meterme con Clarice... demasiado; pero tampoco dejaría que las mismas personas que la habían ayudado antes, lo hicieran una vez más. Eso estaba fuera de cuestión. Mi idea era simple, el zapatito en la escalinata nunca sería encontrado; el que ella conservaba como prueba, desaparecería. Si estaban destinados a enamorarse y estar juntos, el destino se encargaría de eso. Que lograra el felices para siempre, dependería de su habilidad.

Pero Yvonne Tremblay, no volvería a ayudarla.

Todavía estaba la cuestión de mi hermano, no podía saber si en realidad no se había dado cuenta o pensó que no tenía relación conmigo; pero, en definitiva, me había dejado enfrentar sola a esa lunática.

Aunque no podía negar que valió la pena verla bañada en té.

A veces dudaba de que hubiera cambiado, de que hubiera madurado o siquiera crecido; pero había algo intrínseco en mi personalidad y es que era incapaz de soportar ciertas cosas o personas. Ella era una de esas personas que humillada se veía preciosa.

—¿Crees que soy mala? Sir Yvan. —Solo había un leve espacio para mirar hacia afuera, así que terminé de levantar la cortina para ver el perfil del joven.

—Creo que la señorita actuó de forma adecuada. —Su respuesta me dejó estática un segundo y terminé por soltar una risita. Supongo que sí, que podía considerarse adecuado.

—Ya veo...

No volvimos a hablar lo que restó del camino y el silencio me resultó reconfortante luego de la conmoción en la mansión del marqués; lo lamentaba mucho por las demás invitadas, pero yo había salido limpia de ese enchastre.

Moría de ganas por contar lo sucedido en cuanto llegara. Y también, quería hablar con Bastian.

Me estiré sobre el asiento del carruaje sin pudor alguno y golpeé suave mi pie contra el suelo. El cabalgar de los caballos producía un temblor agradable en el camino y supuse que había algo de magia en esta peculiaridad; pero era un pensamiento inútil, estaba tratando de pasar el tiempo sin dormirme.

Me levanté la falda del vestido evitando tropezar en la escalinata de la entrada a la mansión y suspiré involuntaria; de nuevo las cosas habían salido bien, pero ¿Qué tan bien? De qué se hablaría mañana en los círculos sociales.

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