CINCUENTA Y UNO

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Como una vez pasó cuando Mirella y Nathan desaparecieron, la ciudad volvió a llenarse con el sonido de las pisadas inquietas de los guardias, pero no llovía, por lo que sus pisadas solo levantaban polvo seco del suelo

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Como una vez pasó cuando Mirella y Nathan desaparecieron, la ciudad volvió a llenarse con el sonido de las pisadas inquietas de los guardias, pero no llovía, por lo que sus pisadas solo levantaban polvo seco del suelo. No estaba sorprendida.

Sonreí de lado al mirar hacia arriba. Bajo el refugio de la copa de los árboles en el jardín, levanté la mano y el brillo de la horquilla dorada se acentuó en la luz. Era una pieza tan delicada y bonita, que si no supiera a quién pertenecía, la hubiera deseado.

—Me gustaría que recuerdes. —Murmurando mi deseo, bajé la pieza y cerré los ojos.

Había una calma sin precedentes, pero fuera, el estado de ánimo era tenso, no había noble o plebeyo que no hubiera escuchado algún rumor sobre lo sucedido en el baile de cumpleaños del príncipe; y lo peor de todo, era que el protagonista de la velada había estado involucrado en un asesinato.

Me reí entre dientes antes de dejar de hacerlo. Su cara confundida parecía grabada en mis retinas, el desconcierto y la falta de consciencia del momento lo habían salvado del enojo de la marquesa y de la desconfianza de los presentes; sin embargo, esto mismo lo había hecho incapaz de explicar lo sucedido.

Aún ahora, días después, era incapaz de hacerlo.

Su mente estaba llena de lagunas y aquello que decía parecía un desvarío. La realidad se había distorsionado y se había vuelto su única verdad.

Resoplé divertida al pensar que la única que podía aclarar lo pasado, era esa joven desaparecida. Clarice debía estar siendo devorada por los nervios y decir que la imagen no me parecía graciosa sería mentir, sobre todo, porque a estas alturas, mi compromiso se daba casi por terminado.

En ese entonces, mi prometido ordenó la búsqueda de la mujer que le había robado el corazón, incluso con su prometida al lado y no sabía cuánto lloré por ello, ni cuánto se rio ella de mí, pero justo ahora, la satisfacción que sentía, no era pequeña.

—Señorita.

Abrí los ojos en cuanto oí la voz del mayordomo a unos pasos, en su cara siempre afable, había una nota de incomodidad que me hizo alzar las cejas en desconcierto.

—Lamento interrumpir su descanso, pero hay una mujer que la busca.

—¿Una mujer? ¿Qué mujer? —Mi ceño se frunció de forma involuntaria al preguntarme quién estaría de humor para hacer visitas.

—Una gitana.

Me relajé de inmediato y tuve el impulso de reír.

—Hazla pasar y trae el té. —Sonriendo alegremente, le ordené mientras esperaba a que apareciera la mencionada.

No tuve que aguardar demasiado antes de verla aparecer por las puertas del jardín; ese característico movimiento de cadera que en otras hubiera resultado vulgar, en ella era atractivo. Levantó la mano a la distancia y la agitó enérgica mientras se acercaba, el pañuelo lleno de pequeños abalorios hacía sonidos tintineantes alrededor de su falda.

Fleur: Memorias del tiempo [DISPONIBLE EN AMAZON Y LIBRERIAS]Where stories live. Discover now