TREINTA Y SIETE

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—Nana —llamé mientras fruncía el ceño desconcertada y esperaba a que se acercara—

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—Nana —llamé mientras fruncía el ceño desconcertada y esperaba a que se acercara—. ¿Y estos?

Sobre mi cama había encontrado una caja de tamaño medio y en su interior, había un par de zapatos de cristal. Los tomé entre mis manos y el tacto frío del material me hizo estremecer. No pude evitar sentirme maravillada en el mismo momento en que los vi.

Miré a Margot con los ojos brillantes, seguro este par sería perfecto para completar el vestido para el baile de cumpleaños de Silvain. Había estado buscando como loca un calzado que se viera bien y mi corazón se llenó de satisfacción al verlos.

—Qué maravilla. —Los ojos de mi nana se llenaron de admiración y, al igual que yo, parecía extremadamente satisfecha con ellos—. ¿Habrá sido un regalo del señor?

—¿Quizá...? —Pese a que no estaba del todo convencida, Nadine era la prueba de que, aunque no pareciera, todavía mi padre se preocupaba por mí.

La idea de que fueran un regalo de él me llenó de ilusión y este par de zapatos cobró un valor más allá de su bello aspecto. Los aretes de la abuela ya se le habían dado a Clarice y en su momento me sentí en extremo envidiosa. Mi abuela, que había sido una mujer caballero, no poseía casi ninguna joyería; por lo tanto, ese par de aros, tenían un alto valor sentimental. Pero se le habían dado a mi hermana.

Un regusto amargo me llenó el pecho al pensarlo; pero al final, como siempre que la involucraba, elegí callarme, incluso cuando ese par, se había perdido.

—Mi señorita debería probarlos. —Sonreí al notar el entusiasmo en los ojos de la mujer y siguiendo su idea, me senté y me descalcé mis propios zapatos, poniéndome los de cristal. A diferencia del tacto inicial en mis manos, en los pies se sentían cálidos y cómodos, pero me dejaban una entrañable sensación de vacío.

Mis cejas se tejieron en cuanto los tuve puestos y me levanté para caminarlos. Aunque eran cómodos y hermosos, el desagrado se asentó en mi pecho y me revolvió el estómago.

—Esto... —Miré a Margot con el gesto desvaído, pero ella parecía encantada. Estaba a punto de hablar al respecto cuando los golpes en mi puerta me detuvieron—. Adelante.

Una cabeza rubia se asomó por detrás de la madera y de inmediato mi gesto cayó.

—¡Hermana! —La sonrisa pura y simple con la que me llamó me generó un sinfín de pensamientos direccionados a lo poco que me agradaba verla—. ¿De casualidad no habrás visto mi par de zapatos para...? ¿Oh?

Sus ojos se fijaron en mis pies y me sentí avergonzada sin poder evitarlo.

«Así que eran de ella».

Suspiré inaudible y me senté para quitarme el par con tranquilidad, simulando que no tenía la necesidad de esconderme.

—¿Estos? —pregunté mientras sonreía y los mantenía entre mis dedos.

Fleur: Memorias del tiempo [DISPONIBLE EN AMAZON Y LIBRERIAS]Where stories live. Discover now