TREINTA Y UNO

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*Canción en la que se inspiró el cap

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*Canción en la que se inspiró el cap. arriba en galería*

Acepté la educada inclinación que Dean hizo ante mí en el momento en que la música volvió a sonar y extendí mi mano para tomar la suya. Estábamos cerca del medio, sin llegar a estar en él; situados entre otra multitud de parejas que también esperaban bailar.

El sonido suave del violín había provocado un vaivén elegante en las gloriosas faldas, entre ellas, no muy lejos, la falda blanca y dorada de Clarice parecía resaltar con delicadeza; su graciosa figura había logrado eclipsar a la gran mayoría de las presentes, incluyéndome.

Aunque el vestido que Madame Coté había hecho para mí era una obra de arte en sí misma, el dibujo escondido debajo de la fina capa de gasa apenas podía vislumbrarse; entonces, era normal que la oscura prenda resultara opacada por el puro porte de mi hermana.

Su visión no logró acaparar ni un segundo de mi atención, sin embargo, mi acompañante no tardó en manifestar su insatisfacción. Dando un suave apretón sobre mi mano, Dean me obligó a mirarlo al tiempo que ponía su mano en mi cintura y acortaba la distancia. Aunque no era suficiente.

Con mi mano sobre su hombro sonreí disimulada. Antes, no habíamos tenido que guardar la compostura, no habíamos tenido que reprimir las sonrisas y mantener la distancia adecuada. ¿Cómo sería esto suficiente para mí? ¿Para él? ¿Para ambos?

No obstante, era una experiencia interesante bailar con él de esta forma. Sentía que, de alguna vaga manera, estaba conociendo la otra parte de mí, esa que era bonita y elegante, la de la señorita adecuada de la capital.

Cerré los ojos un momento y escuché el sonido de los violines en conjunto con el piano formando sintonías alucinantes con los demás instrumentos. La cadencia de las notas volvía nuestros pasos más fluidos, como cisnes sobre el agua. Ojalá se viera tan bello como lo imaginaba.

—¿Te disgusta mi rostro?

Abrí los ojos y elevé mis cejas, desconcertada.

—¿Te sientes inseguro sobre tu aspecto? —murmuré, consciente de que estábamos rodeados de personas que sabían sobre mi compromiso con el príncipe. Hubiera sido un caso diferente si fuera una niña soltera; aunque seguro me hubieran tachado de atrevida.

—Temo que mi esposa escape de mí si no me considera lo suficiente hermoso.

—Guarda tus palabras, sinvergüenza y, de hecho... —Estaba por hacerle un comentario respecto a lo falsamente insatisfecha que me encontraba con él, cuando la luz comenzó a bajar de intensidad.

—¿Qué pasa? —Sus manos amables se tensaron y casi quise reírme cuando la repentina presión sobre mi cintura, exenta del corsé, me provocó cosquillas.

—La luna se está acercando a su punto medio y se verá por la cúpula de cristal; es normal que atenúen las luces —contesté.

Las demás parejas, al igual que nosotros, se habían detenido ante la súbita falta de iluminación; pero al momento retomamos el ritmo que de lento se volvió un poco más enérgico. Las faldas flotaban y se perdían en el sonido apaciguado de los zapatos, en los movimientos que mil veces ensayados, se habían vuelto libres tras ser puestos en escena sobre el piso brillante.

Fleur: Memorias del tiempo [DISPONIBLE EN AMAZON Y LIBRERIAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora