SIETE

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El sol parecía escasear cada día más, llenando los días de cielos grises

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El sol parecía escasear cada día más, llenando los días de cielos grises. Pero hoy no era el caso, puesto que entre las nubes se filtraban líneas luminosas que dejaban un encanto divino en el ambiente.

Tomé la taza de té con leche que tenía adelante y me dispuse a tomar con lentitud mientras miraba por la ventana. En la mesa solo nos encontrábamos mi padre y yo. La idea era no llamar demasiado la atención, no hacer ruido y minimizar lo más que pudiera mi presencia; no sea cuestión de que por un error me viera obligada a interactuar con él.

Suspiré en mi interior cuando vi con anhelo las tostadas y la mermelada de ciruela que estaban demasiado lejos de mí, pero lo suficiente cerca de donde él estaba sentado. Las criadas que siempre estaban a mis espaldas se habían retirado algunos minutos atrás después de servirnos. Una manía que este hombre tenía de no querer ser molestado en la primera comida del día.

Sin otra opción y poco dispuesta a renunciar a las tostadas, tendría que traicionar mi propósito principal.

Reuní valor para hablar y mirándolo con reticencia hablé.

—Padre. —Recibí su penetrante mirada de lleno y casi pude reírme—. ¿Podría molestarlo para que me acerque las tostadas y la mermelada? —Bajé la voz sintiéndome ligeramente avergonzada—. No alcanzo.

Antes de que hubiera terminado de hablar, las dos cosas ya estaban al alcance de mis manos. Agradecí y sin decir nada más, me dispuse a seguir comiendo al tiempo que observaba, como siempre, la pequeña figura de mi hermano practicando en el jardín de la mansión con esa nueva espada de madera.

Sonreí cuando recordé que esa espada había permanecido entre mis posesiones más preciadas y no estaba ni por asomo, lo nueva que estaba ahora.

Suspiré esta vez en voz alta siendo audible en el silencio.

Miré el reloj de péndulo en la pared contigua y vi que apenas pasaban de las siete treinta de la mañana. Me hubiera gustado seguir durmiendo hoy que las lecciones de la señora Fleming no se dictaban, pero habíamos resuelto ir con mi madre a la ciudad a revisar cómo iba el salón de té del centro.

—Fleur. —Desvié la mirada de la ventana y miré al hombre sentado en la cabecera de la mesa—. ¿Cómo van tus lecciones?

«Oh...»

—Son... están bien.

—¿No tienes ninguna queja o dificultad?

Fruncí el ceño desconcertada, sin embargo, respondí al tiempo que formaba una leve sonrisa.

—Ninguna, todas son simples y fáciles de llevar.

—Ya veo.

Aprecié la mirada complicada que me dedicaba, pero no tenía intención de preguntarle así que luego de ese corto intercambio de palabras el silencio se hizo de nuevo con la habitación y yo regresé mi vista a la ventana. Para mi insatisfacción, el niño que antes entrenaba ferviente no estaba más.

Fleur: Memorias del tiempo [DISPONIBLE EN AMAZON Y LIBRERIAS]Where stories live. Discover now