TREINTA Y NUEVE

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Dos días después, una doncella del palacio se presentó con la contestación de Mirella

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Dos días después, una doncella del palacio se presentó con la contestación de Mirella.

Al notar la cara de aspecto sencillo de la joven, no pude evitar mirarla un poco más de lo debido al tiempo en que sostenía la carta en mis manos. El sello lacrado permanecía intacto; sin embargo, tenía cierto sentimiento de inquietud.

—¿Hace cuánto sirves a la princesa?

—Contestándole a la señorita, esta ha estado sirviendo a la princesa durante tres años. —Fruncí el ceño de forma imperceptible.

—¿Y antes?

—...esta doncella servía al príncipe heredero, Milady.

—Es así... ya veo, te recuerdo. —Me acerqué un poco y la examiné de cerca sin ningún tipo de pudor y casi pude ver el sudor acumularse sobre su frente. Reí entre dientes—. ¿Me temes?

—M-milady es amable, esta sirvienta no se atrevería a ofenderla al sentir miedo.

—El miedo no es ofensa. —Me alejé un poco—. Es bueno sentirlo por quienes pueden lastimarte, ayuda a quedarse dentro de los límites.

Sonreí de lado antes de rasgar el sello y abrir la carta frente a los ojos de la joven, quien había perdido algo de color; no obstante, era demasiado osado de su parte el pensar que no notaría la pizca de desprecio que flotaba en sus pupilas.

No sabía si alguien más había visto lo que decía, pero me contenté al ver que el único contenido del papel doblado con pulcritud dentro del sobre, era un simple: "Acepto".

—Muy bien, puedes retirarte. —Hice un gesto con la mano y miré al mayordomo a unos pocos pasos—. Klaus, recompénsala con algunas monedas y envíala fuera.

—Como ordene, Señorita.

—¿Milady no tiene una respuesta que quiera que esta doncella entregue?

—Naturalmente, no la tengo, puedes decirle a la princesa que recibí su respuesta si eso te deja tranquila.

—Puedo esperar, si lo desea.

Levanté una ceja inquisitiva al tiempo que estiraba mis labios en una medialuna y dejaba la carta sobre mi regazo. A veces, una cabeza hueca podía hacerte más daño que un enemigo.

—Klaus, prepara el té, al parecer la doncella de la princesa pretende hacerme compañía, no puedo permitirme ofenderla. —Con el gesto helado, me recosté contra el respaldar de la silla y miré fijo a la sirvienta. No era tan tonta, después de todo, si hubiese negado su servicio anterior a Silvain, hubiera dado pie a sospechas; pero ahora, su ansiedad había arruinado su trabajo.

—Milady...

—Tengo tiempo de sobra, ¿qué le apetece a la estimada sirvienta? —Al mismo tiempo que preguntaba, tomé nota del temblor casi imperceptible de su cuerpo y de las manos que se apretaban con fuerza la una a la otra. Quizá debería dejar de jugar con la salud mental de las personas, parecía que se iba a desmayar en cualquier momento.

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