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«Narrador»

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«Narrador»

   Desde aquel punto del castillo, podía apreciar cada detalle y movimiento que se aglomeraba a los pies del palacio. El sonido de las bombas, los golpes y los disparos de fuego se difuminaba con el viento gélido que soplaba aquella noche de invierno. 

   Se escuchaban gritos. Gritos de dolor, de guerra, de impotencia, de rabia, de sufrimiento y de agonía. Cada persona allá en el frente tenía un motivo diferente por el cual gritar a todo pulmón  y es que, en una guerra, los alaridos y las voces moribundas de las personas eran el son de una melodía que se llevaba la vida de la ciudad y sus gentes. 

   Sin embargo, aquello no parecía tener la menor importancia para el monarca. De hecho, su atención y su mirar desalmado y obseso estaban centrados únicamente en un hombre que destacaba entre la multitud belicosa. 

   Allí, en aquella ventana, observaba con atención como los parisinos se mataban unos a otros bajo los pies de su morada y a pesar de todos los hombres y mujeres que andaban perdiendo la vida, su preocupación no iba más allá de la joven pareja que había demostrado poder suficiente para escapar de sus fauces y alzarse victoriosa. Al menos por el momento. 

   Apremió con más fuerza el fino pañuelo de seda y lo llevó a sus fosas nasales, aspirando con delicadeza aquel dulce elixir de fresas, aroma que desde siempre había caracterizado a su adorada esposa y que ahora, andaba en manos del criminal al que siempre había perseguido con tanto empeño. 

   Aún con el pañuelo, cautivando su olfato, continuó mirando como el joven rubio se desenvolvía con gran maestría en el campo de batalla. No había un solo golpe que rozara parte de su cuerpo y si bien podía llevarse algún que otro rasguño, su fuerza y su capacidad de lucha lograba que éstos parecieran insignificantes. 

   «Cualquiera diría que no ha pasado por prisión», se dijo en su cabeza. 

   No había conocido a nadie capaz de enfrentarse con tanta energía a todo un ejército después de haber sido sometido a una tortura tan cruel y espantosa. Aquella habilidad no hizo otra cosa que enfurecerlo aún más. Odiaba cada parte del criminal que respondía al nombre de Chat Noir Detestaba su sonrisa, su prepotencia, su habilidad para el combate, su astucia y sobre todo, su suerte para conseguir todo lo que se proponía. 

   Sus uñas se clavaron con más fuerza sobre el pañuelo de la azabache, deseando que éste fuera ella misma o su desalmado amante. Su obsesiva adición por destruirlos había alcanzado límites insospechados e incluso él mismo había llegado a dudar sobre la posibilidad de que hubiera alguien capaz de sentir tanto odio hacia una persona. 

   Entre tanto, desde los pies del castillo, el muchacho de ojos esmeraldas levantó la mirada, alzándose ante la inmensidad del palacio. Desembocó en un punto exacto del mismo y sus miradas se cruzaron. La repulsión desmesurada que intercambiaron dejó bien clara las intenciones de los dos hombres. Cada uno por unas razones, pero por un mismo objetivo: la muerte del otro. 

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now