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Marinette

     —¡Oye!—ya ni siquiera tenía voz, y tenía la sensación de que no podría mover las piernas al día siguiente, pues no paraba de patalear ni un solo segundo.—¡No hace falta que te tomes todo esto tan enserio!

      —Tengo que tomármelo enserio, bichito. Te estoy secuestrando—me soltó él.—Y no creas que vas a tener privilegios solo porque seas tú. 

     —¡Eres un idiota, sabes que puedo caminar yo sola!—le espeté.—¡¿Y por qué narices tienes que atarme las manos?! 

      —Para que no te escapes—dijo y se encogió de hombros como si fuese obvio.

     —Oh... claro... Estoy deseando escapar para ver al ese payaso que acaba de arruinarme la vida hace solo unos minutos—ironicé rodando los ojos. 

     —Por si acaso—dijo, con un tono más cortante de lo que me hubiese gustado. 

     —¿Estás enfadado?—pregunté intentando girar un poco la cabeza y mirarlo, aunque solo fuese por detrás. 

     No me respondió.

     —¡Es absurdo! Si hay alguien que debería estar enfadada aquí soy yo—gruñí malhumorada.—No viniste ayer y ni siquiera te molestas en decirme el motivo. 

     Siguió caminando sin decir nada, conmigo cargada sobre su hombro como si fuese un saco. 

    «Vale, esta situación ya me está hartando»

     Hice mi cabeza a un lado y sin miramiento alguno le mordí el hombro. 

     Inmediatamente me soltó y me dejó en el suelo, no sin alta soltar una maldición entredientes.

     —¡Eh! ¡¿Estás loca o qué?!—me gritó y se frotó el hombro con una mano.

     —No me hacías caso—dije.—Así que tuve que utilizar otros métodos. 

      Me fulminó con la mirada y soltó un juramente renegado. 

     —¿Y bien?—le exigí—¿Vas a decirme por qué no apareciste anoche? 

     Levantó la cabeza con una mueca dibujada en los labios, esos que tanto me gustaban y, que pesar de la situación me moría por besar. 

     Dio dos pasos hacia mí y cuando estuvo lo suficientemente cerca, agarró la cuerda que ataba mis manos y tiró de ella y por consecuente de mí también. Pensé que iría a desatarme, pero no lo hizo. 

     Su cercanía y altura me hicieron sentir pequeña y aquella situación no pudo evitar recordarme lo que vivimos un año atrás.Una época donde yo era su prisionera y él un terrible criminal que buscaba hacerme daño.

     —¿Por qué no me dijiste que se adelantaba la boca con ese hijo de puta?—me preguntó, y vi un atisbo de frialdad en su mirada. 

     —Porque no lo sabía—dije con obviedad.—Lo hizo a mis espaldas y lo hizo para castigarme. 

     —Según sus palabras, tú estabas al tanto de todo.

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now