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  «Dicen que no, que ya no estás
Y si pudiera gritarles que mienten
Que lo llevamos escrito en la frente
Que todo es distinto» 

Luis Cepeda (Esta vez)

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Marinette

El sonido del tren chirriar contra los raíles me hizo abrir los ojos con fuerza. Esbocé una mueca de disgusto mientras me tapaba los oídos con las manos. 

 Levanté la mirada y vi como mi padre cerraba su libro y lo depositaba cuidadosamente sobre la mesa de madera opaca que teníamos delante. 

  —Al parecer se ha adelantado—se puso en pie y miró por la puerta de la cabina—. Iré a asegurar que todo está en orden para bajar. Tú no te muevas de aquí, mandaré a uno de mis hombres a buscarte.  

Asentí en silencio y lo vi abandonar la pequeña salita de primera clase en la que habíamos viajado durante cuatro horas. Me recosté con desgana sobre el mi asiento y apoyé mi brazo en uno de los costados. 

 Aquel viaje había sido uno de los más pesados de toda mi vida. Tenía el trasero cuadrado y mis piernas estaban dormidas debido a las horas que llevaban inmóviles. Había intentado salir de nuestra cabina un par de veces, pero según papá, alguien podía hacerme daño y en un tren con tantas personas sería imposible encontrar al culpable. Exacto,  un completo paranoico de las novelas de asesinatos y suspense, y combinado con su obsesión de protegerme a cada momento suponía un completo calvario para mí.

 Miré por la ventana, reconociendo cada casa, calle y barrio de la ciudad donde me había criado. 

 Ya habíamos llegado. 

 Había una barbaridad de personas amontonadas en la estación. De no ser por los guaridas, más de una se hubiese precipitado a la vía para ver de cerca a la familia Dupain- Cheng. Mi secuestro no había sido un secreto  para ningún parisino. De hecho, todo el mundo en la ciudad lo sabía y gran parte de la culpa, la tenía Jouvet y su obsesión desquiciada por encontrarme. 

 El rumor de supuesto cortejo había corrido por todas partes y era de esperar que más de uno sospechase sobre un matrimonio real. 

 Escuché el sonido de los silbatos de la guardia y algunos gritos por parte de las personas que se amontonaban. Fruncí el ceño, no esperaba tanto alboroto por tan solo la llegada de una familia de la nobleza, incluso pensé que las grandes élites se habían olvidados de nosotros. 

  —Señorita—un hombre, vestido de elegante uniforme, abrió la puerta de la cabina—.Su padre ha pedido que me acompañe.  

 Cogí mi bolso y procuré de estirar mi vestido mientras me levantaba. 

 —Permítame—me arrebató el bolso de las manos, después me hizo una señal para que caminase por el pasillo derecho del tren. 

 El sonido de las voces de los parisinos se iban intensificando a medida que llegaba hasta la salida. Un fino rayo de sol me nubló la vista y al instante, el hombre que me acompañaba me extendió mi sombrilla. 

 —Gracias—la tomé, un poco confusa por la rapidez con la que servía y la abrí para refugiarme del sol que se alzaba en pleno diciembre. 

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now