○30○

5.7K 480 1K
                                    

Adrien

     Caminé a lo largo de la calle, con la mirada perdida en el suelo y las manos metidas en los bolsillos. 

   Todo había resultado ser una mierda. Una grandísima mierda. No entiendo en qué cojones estaba pensando para entrar en esa habitación, ¿qué demonios quería encontrar? ¿Joderme más de lo que estaba? Porque eso fue precisamente lo que hice. 

   Lo sabía. Sabía que si volvía a verla me pasaría justamente lo que me estaba pasando y joder no quería volver atrás, no. Había luchado esos seis meses, había aprendido a ser fuerte, a no sentir piedad ni por mi madre, a actuar con sangre fría como una vez lo hice. Tenía un plan, y por mis cojones que pensaba cumplirlo, así acabase conmigo mismo. 

     Mi mano rozó la pequeña pastilla que había en mi bolsillo y por instinto la agarré entre mis dedos y la saqué. A simple vista parecía algo normal. Nunca había tomado mierdas de éstas, normalmente cuando me ponía enfermo o tenía cualquier herida, Nathaniel hacía cualquier remedio natural con plantas del bosque. 

   Puede que solo se tratara de cualquier medicamento para su embarazo, pero a juzgar por el aspecto de Marinette, algo dentro de mí me decía que escondía algo más. 

   Respiré hondo y pasé los dedos por mi cabello para echarlo hacia atrás. Con todo aquel lío ni siquiera conseguí los documentos. Al parecer el tío que tenía que esperarme en la puerta tenía prisa y ni me esperó. 

   «Allá él, peor para su jefe», pensé.  

    Llegué a la panadería, sin ánimos de ver a Kagami y la cara que me pondría cuando se enterase que no había conseguido esos papeles. Porque eso era lo mínimo que me esperaba. pero cuando abrí la puerta, no solo me encontré con ella, precisamente.

   «Joder, otra vez el puto pesado aquí» 

   Al parecer no pude ocultar demasiado bien mis pensamientos y una mueca surcó mi boca cuando vi a Antoine de nuevo en mi casa y con una cara para nada amigable. Vamos, que no estaba para ir repartiendo abrazos. 

    Entrecruzamos varias miradas y aunque lo vi venir, no moví ni un músculo cuando comenzó a caminar a grandes zancandas hacia mí. Levantó su brazo derecho y con el puño cerrado me golpeó en la mejilla, sin pensárselo ni por un instante. 

   Retrocedí dos pasos debido al impacto y traté de reincorporarme, fulminándolo con la mirada. 

   —¡Idiota! ¡Eres un completo idiota!—me gritó, queriendo repetir de nuevo su último golpe, salvo que esta vez, no lo dejé. —¡Un inepto!

   Le agarré el brazo y si apenas esfuerzo se lo retorcí, inmovilizando sus brazos y empujando su cuerpo contra la pared. 

   —¡No vuelvas a levantarme la mano!— lo amenacé, sin soltarlo.—¡¿Me oyes?! ¡No vuelvas a pegarme porque te juro que te mato! 

   —¡Otro golpe y una paliza entera te voy a dar porque incompetentes como tú es lo menos que se merecen!—espetó, retorciendo la boca por el dolor.— 

   —¡Escúchame bien, hijo de puta!— le retorcí aún más el brazo derecho y el muy cobarde soltó un alarido de dolor.—¡Yo no soy uno de los idiotas que te sirven! ¡No soy tu puto criado así que no me vuelvas a levantar la voz porque no tienes ningún derecho sobre mí!

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now