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   Marinette

—Adrien—llamé, notando cierta seguridad en mis palabras. Cogí aire y me esforcé a mí misma a mirar a los ojos a la persona que tenía delante.—Tengo algo que decirte—. Tragué profundo y traté de no dar las vueltecitas que había estado dando durante todo el día. —Es... Es sobre tú..., yo..., nosotros, ¡el bebé! 

   «Pero, ¡¿Qué estoy diciendo?!» 

   Gruñí para mis adentros y me contuve para no golpear mi propio reflejo. Llevaba ensayando la misma cosa todo el maldito día. 

   ¿Por qué es tan complicado decir una sola frase? ¿Tan difícil era decir: Adrien, el bebé es tuyo? 

   En mi mente, todo sonaba demasiado bonito pero en cuanto lo decía en voz alta la cosa se complicaba. 

   De un modo u otro, tomara como se lo tomase, Adrien me iba a mandar al cuerno. Primero por ocultárselo durante tanto tiempo y segundo porque quizás no me crea. 

   Suspiré profundamente y me froté la sien. Estaba haciendo demasiado grande la misma bola y como no hiciera algo para detenerla, me explotaría en toda la cara. 

   El sonido del llanto del bebé, me sacó de mi ensoñación y antes de que echara a llorar del todo me precipité sobre la cama para tomarlo entre mis brazos y consolarlo. 

  —Ya... Ya... Mamá está aquí—lo acurruqué para que se sintiera calentito y le acomodé la ropa. —Tú también estás enfadada conmigo, ¿verdad? Ya quieres ver a tu papá. 

   La niña esbozó un pequeño puchero y movió sus manecitas de un lugar a otro.

   —No te preocupes—murmuré, acariciando sus mejillas con la yema de mis dedos. —Muy pronto estaremos todos juntos, ya lo verás. Y cuando eso ocurra, nada ni nadie podrá hacernos daño. 

      Dos golpes se hicieron audibles desde el otro lado de la puerta y por instinto levanté la cabeza para mirarla. 

   —Adelante. 

   A los dos segundos, Catherine asomó su cabeza y al verme con el bebé en brazos, sonrió. 

   —Ya está listo el carruaje—dijo, adelantándose para ver a la niña. —¿Cómo  está la princesa de la casa? 

   —Acabo de darle de mamar hace diez minutos y parece que ya tiene hambre otra vez—sonreí y me puse e pié con ella en brazos. —Voy a decirles a las empleadas que preparen el carrito y ya nos vamos. 

   Le tendí al bebé para que la cogiera y aunque una sonrisa apareció al tomar al bebé, mis palabras no le hicieron tanta gracia. 

   —¿Vas a traerla con nosotras?—preguntó, observándome con preocupación. —No creo que el palacio de justicia sea el mejor lugar para un bebé. 

   —No vamos al palacio de justicia, vamos a la casa que hay encima del palacio de justicia, que es diferente—corregí, tomando unos zapatos blancos de tacón. —Además, no pienso dejarla aquí sola. Ya viste lo que pasó ayer, un ladrón entró de la nada sin permiso. Imagínate que hubiera pasado si en lugar de entrar en el palacio de tu hermano, hubiera entrado en mi cuarto.  

   Agaché la mirada, centrándola en atar el pequeño lazo del zapato. Si Kagami hubiera visto al bebé, no sé que hubiera sido capaz. Después de saber que ella había formado parte de mi secuestro, suponía un peligro para mí y por lo tanto para mi hija y una persona como ella podía hacer cualquier barbaridad sin escrúpulo alguno.

   —Podrían utilizarla para hacernos daño—sentencié. —Y no estoy dispuesta a correr ese riesgo.  

   Agarré mi toca de seda y la coloqué sobre mis hombros para abrigarme. Me apliqué una fina capa de polvos y un pintalabios que alzaba su color.  Siempre había dicho que no era partidaria del maquillaje, pero si podía realzar un poco mi rasgos, lo haría. Quería asegurarme de que mi aspecto era el de una mujer fuerte y decidida y no el de una niñata que se casó con el rey para llevar puesta una corona. Rechacé el título de reina, pero con Jouvet fuera, yo era el primer cargo al mando e iba a hacer una buena representación de ello. 

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now