○38○

6.4K 505 972
                                    

Marinette

     Me zafé con fuerza del agarre de una de las empleadas y me quejé de mala gana tratando de quitármelas de encima. 

    No podía creer que estuviera en aquella prisión de nuevo. No podía creer que, después de todo, volviera a estar en ese castillo, rodeada de empleados y guardias por todos lados y lo más horrible de todo; sin mi bebé.  

   —¿Dónde está?—volví a preguntar, después de al menos otras cinco veces más. —Exijo que me traigáis a mi hija. 

   —Señorita, ya le hemos dicho que la niña está siendo atendida ahora mismo por un grupo de empleados. Después de haber estado desaparecidas y bajo esas condiciones, deben ser atendidas—especificó una empleada. —Tienen que asearla y asegurarse de lavarla bien para que no tome ninguna infección. 

   —Mi bebé estaba perfectamente hasta que estos guardias llegaron para estropearlo todo—me quejé, levantando una mano cuando una empleada se acercaba a mí con un cepillo para el pelo. 

   —Lo único que hicieron fue rescatarla. Debe de estar en shock después de todo. Al y de cuentas, nunca es fácil dar a luz en unas condiciones tan espantosas y encima en la misma cueva que esos criminales la metieron. 

   —Ellos no son los que me secuestraron—espeté agarrando por mi cuenta el vestido que quería ponerme. Cuanto antes terminara de asearme, antes se irían. Estaba cansada de decirles una y otra vez que Alya, Chloe y Nathaniel no eran mis secuestradores, pero al parecer, yo era una loca que no asociaba las cosas. —Me rescataron y cuando intentábamos huir de los verdaderos criminales rompí aguas.  

   —En todo caso, uno no puede fiarse de nada y una mujer tan importante como usted no debe ir por ahí con tan buena fe. Puede confundirla, como le está pasando en estos momentos—aseguró la empleada, tomando las medias que tenía que ponerme. 

   —De ser así, ellos no me hubieran ayudado con el parto, pero ¡vaya! que suerte la mía habérmelos encontrado, porque de no haber sido por ellos, mi hija y yo estaríamos en el más allá—gruñí y le arranqué las medias malhumorada. Me senté sobre la cama y comencé a ponérmelas, bajo la atenta mirada de las tres empleadas que me observaban con lástima y desconcierto. 

   —¿De verdad no quiere que la ayudemos?—preguntó otra mujer. 

   Terminé de encajarme las medias y levanté la cabeza, dedicándoles una falsa sonrisa. 

    —Si de verdad queréis ayudarme, dejadme sola, o si queréis hacer algo por mí, traedme a mi hija, ahora mismo. Quiero verla—me puse en pie y caminé hacia el perchero para coger un vestido de color rosa pálido. Lo colé por mi cabeza y me lo puse de una forma un poco desordenada. Me lo coloqué con un poco de torpeza y me abroché los botones por mi cuenta. 

   Quería estar sola. No más bien estar con mi bebé y planeando la forma de sacar a mis amigos de prisión. Y estas tres pesadas no estaban poniendo de su parte para ayudarme. 

   —¿Le traigo los zapatos, señorita?—inquirió otra, ignorando por completo mi deseo de perderlas de vista. 

   Les lancé una mirada incrédula y con la esperanza perdida suspiré, asintiendo con la cabeza. Estas mujeres eran caso a parte, razonar con ellas era una completa pérdida de tiempo. 

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Место, где живут истории. Откройте их для себя